Alonso Junco Voigt, nació el 25 de febrero de 1895 en Monterrey y murió en Ciudad de Méjico el 12 de octubre de 1974.
Fue un filósofo que se introdujo en el estudio de la Historia, a través de lo cual, se volcó ardorosamente en defensa de los valores hispánicos, desarrollando una labor literaria que lo encumbraría como director de la revista de arte y literatura Ábside y como redactor-jefe del diario mejicano Novedades, desde cuyas columnas levantó polémicas de gran resonancia en defensa de causas como la Hispanidad o los cristeros.
Profundamente católico, no eludió aspectos controvertidos. Se significó en su defensa del español, de España y de la Hispanidad, de la Virgen de Guadalupe, de Isabel la Católica, de Hernán Cortés, de la Inquisición y de todos los aspectos gloriosos de la Historia de la Hispanidad que metódicamente han sido y son presentados por los enemigos de los principios cristianos y españoles como lacra de nuestra raza, la hispánica, que no es otra que la blanca, negra, cobriza, malaya… y su mestizaje.
Escritor prolífico, entendió que la historia, la filosofía, la sociología, la política y la religión son aspectos relacionados que configuran el ser y la esencia de los pueblos, y lo expresó en el ámbito de la literatura más puro, la poesía, donde con su media docena de libros, entre los que destaca “La divina aventura”, obra con la que según críticos del momento llegó a la cima de la poesía religiosa de su tiempo.
Implicado en el movimiento cristero, que se vio envuelto en una sangrienta guerra civil contra la república presidida por Elías Calles, feroz perseguidora de los católicos, Alfonso Junco se significó en defensa de sus ideales, lo que le comportó disgustos y persecuciones.
Y es que Alfonso Junco imbuido de un hispanismo capaz de reunir en un solo haz a la vieja estirpe depositada en los países de la América hispana, era un hombre combativo que no dudó en tratar con rigor histórico diversos asuntos, habiendo tratado temas como Iturbide (1924), La traición de Querétaro (1930), Cristo (1931), Inquisición sobre la Inquisición (1933), Juarez intervencionista, o Sangre de Hispania (1940), siendo que la Premio Nobel Gabriela Mistral diría en relación a su obra “El alma estrella”:
Alfonso Junco es el caso, más que de un poeta formado, de un alma perfecta. Lo he leído con respeto religioso. ¡Y es un niño! ¿Cómo no saludar esta alma bellísima y tranquila, si el mundo está bullente de fiebres y fealdades?
En 1950 fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, como reconocimiento a su posición como uno de los intelectuales más importantes de México del momento y de todos los tiempos.
No sería el único reconocimiento. Colaboraba periódicamente en los diarios El Excelsior, El Universal y otras publicaciones. Se significó como ferviente propagandista del Régimen del 18 de Julio y en 1950 fue nombrado miembro titular del Instituto de Cultura Hispánica.
No eran en vano esos reconocimientos, pues se trata de un pensador totalmente convencido de la necesidad de consumar el proyecto de reconstrucción de la gran Patria Hispánica, que ante las tergiversaciones llevadas a cabo por los propagandistas enemigos de España, Alonso Junco no dudaba en afirmar:
¿Quién puede seriamente pensar en una agresión bélica de España contra América? Se trata, obvio es, de un sentido espiritual, pacífico, fraterno, de integridad hispánica que reconstituya la opacada grandeza de nuestra estirpe. ¡Y qué falta nos hace recobrar la plenitud de nuestra propia fisonomía y exaltar los valores de nuestra esencia profunda, ante un panamericanismo artificioso e incoherente, que no es sino la sarcástica hermandad de las ovejas con el lobo!
Fiel a sus principios hispánicos no dudaba en señalar los errores que eran asumidos por los pueblos hispánicos como verdades absolutas, y que estaban siendo difundidos por los agentes británicos enquistados en los gobiernos de las “naciones” creadas por los enemigos de España en el siglo XIX.
Ahora ― y este ahora daba cuenta de toda una centuria ―, dispersos, alejados de una España en decadencia o debilidad, hemos gravitado en torno a los Estados Unidos; y hasta hemos llegado a la aberración de acatar un panamericanismo de comedia, en que hacemos el arrugado papel de comparsas de nuestro adversario natural. Éste, que ha arrebatado a los pueblos de América todo el territorio y toda la autonomía que ha tenido a bien, hoy logra que postulemos, fraternalmente, en Panamá, una sarcástica defensa panamericana.
Si trabajamos por realizar la gran Confederación Hispánica que nos defienda de la disgregación, de la absorción, de la deformación que a lo largo de un siglo hemos venido padeciendo bajo el influjo interesado y poderoso del Norte, habrá al fin corporizado, para grandeza y bien de todos, el alma de la Hispanidad.
Y en lo político no dudaba en señalar el arma que esos mismos enemigos utilizan exclusivamente en su propio beneficio y en perjuicio de la Humanidad.
El liberalismo, a nombre de la libertad, ejerció en todas partes la tiranía. Limitó y proscribió muchos derechos religiosos, e impuso por la fuerza un laicismo que estaba en pugna con el sentir de las inmensas mayorías. Así conculcaba el principio democrático al propio tiempo que lo tremolaba como bandera.
El primer mandamiento del decálogo comunista es mentir. Mentir con astucia y sin restricción, por todas las vías y en todo trance.
El liberalismo envejeció: el cristianismo sigue mozo. Caducará la novelería del comunismo; subsistirá la novedad del cristianismo.
No estamos tratando una figura cualquiera. Su copiosa obra literaria nos transmite su entrega a la verdad. Un escritor combativo, místico. En su obra El difícil paraíso, confesaría:
Hemos elegido, a sabiendas, la vía más dura. Y queremos que la dificultad siga hasta el final y, después del final, que la vida nos sea difícil antes del triunfo y después del triunfo. El paraíso no es el descanso.
En Junco se dan tres calidades excelsas que pocas veces se dan con igual proporción y armonía en naturaleza tan confusa como la del hombre : el poeta sublime, el escritor valiente y probo y el ciudadano digno e insobornable. Admirable síntesis que retrata la conducta de un hombre que empieza con ser intransigente consigo mismo, para con la máxima autoridad arremeter contra todo lo que quiebre la limpia línea de la rectitud, de la lealtad y del honor. Polemista hábil, ajeno a convencionalismos y mitos, y católico auténtico, Junco, a pesar de su natural pacifico, pelea — en esta hora del mundo acomodaticia y saturada de claudicaciones — contra todo lo que sea falso, deshonesto o turbio. ¡Y de esto nosotros los españoles tenemos buenas y generosas pruebas!
Y en el mismo discurso, donde ensalzaba la incorruptibilidad, el valor y la decisión de Junco, Vasconcelos termina su discurso con una frase lapidaria:
Ni el Estado ni la Academia podrán crear la honra. Junco viene a darla más que a recibirla.
Y con Alfonso Junco creemos que España no necesita propaganda, sino tan sólo intensificar la difusión de la verdad.
Cesáreo Jarabo