Alfonso VIII de Castilla y la incorporación de Navarra

Si te gusta, compártelo:

El rey de Castilla Alfonso VIII, con independencia de su activa participación en la batalla de las Navas de Tolosa, tuvo especial importancia en la conformación de los reinos hispanos. En el siglo XII España estaba dividida en varios reinos. En la parte norte estaban los reinos cristianos, y en la mitad sur mandaban los musulmanes, en aquel momento los almohades del califa de Marraquech, en el norte de África. En el norte de la península, además del reino de Portugal, estaba el reino de León con su posesión de Galicia y de Asturias. También el reino de Aragón con su dominio sobre Cataluña. Entre ellos estaba el reino de Navarra, que comprendía las provincias de la actual Navarra y las provincias vascas. En algún momento también comprendía parte de Aquitania, la que llamamos Iparralde o País Vasco francés.

              Alfonso VIII nació en Soria el año 1155. Era hijo del rey de Castilla Sancho III y de Blanca Garcés de Pamplona. Su padre murió en agosto de 1158 y, al haber fallecido su madre en 1156, Alfonso se quedó huérfano con tres años. Tuvo varios ayos y educadores que le iniciaron en los principios morales, religiosos y militares de aquellos tiempos.

Con 14 años fue coronado rey de Castilla, para contraer matrimonio en 1179 con Leonor de Plantagenet de 10 años, hija del rey de Inglaterra y de la reina de Aquitania. De dicho matrimonio nacieron diez descendientes, de los cuales se tiene constancias documental, aunque, posiblemente, hubiese más hijos, entre ellos el sucesor, Enrique I de Castilla, nacido en abril de 1204.

              Subió al trono Alfonso y se ocupó en recuperar los dominios que habían usurpado sus educadores de la casa de Castro y de la casa de Lara. Pronto entró en guerra contra los musulmanes. Perdió algunos castillos y tierras tras la batalla de Alarcos, recuperando los territorios de la meseta en la batalla de las Navas de Tolosa. Entró en varias operaciones en Andalucía y también en el Mediterráneo. Para contar con sus conquistas obtenía normalmente del apoyo de la Santa Sede. Así como los musulmanes proclamaban la yihad o guerra santa, Roma también proclamaba la Cruzada y otorgaba indulgencia plenaria a los contendientes cristianos.

            Igualmente, Alfonso VIII atacaba al reino de Navarra. Pretendía atravesar dicho reino para conectar con la Aquitania francesa a la que aspiraba su esposa Leonor. Todos los años por primavera mandaba una expedición contra el sur de Guipúzcoa. Pasada la sierra de Aizkorri llegaba los expedicionarios cerca del pueblo de Segura. Allí, en un alto del monte se domina el rio Oria y el camino de entrada a dicho pueblo. Había una torre de piedra que vigilaba la entrada en Segura. En cuanto llegaban los castellanos, desde la torre avisaban con la txalaparta y el cuerno para que subieran a la torre los ballesteros bien armados. Desde lo alto recibían a los expedicionarios y les solían hacer abandonar sus pretensiones. Si algunos conseguían pasar adelante enseguida se encontraban con la torre pétrea de Cerain. Allí también se vigilaba la entrada al pueblo y se terminaba de convencer a los castellanos para volver a sus tierras. En otra ocasión los castellanos entraron por el valle del Urola y llegaron casi hasta el mar. En el alto de Garate les esperaban los de Guetaria detrás de una gran torre de piedra para impedirles el paso al puerto pesquero.

             Pero llegó el año 1200 y Alfonso VIII de Castilla, al que apodaban “el Noble”, decidió atacar a Navarra como hacia siempre. Esta vez enviaría un gran ejército y con él mismo al frente. Entró en el País vasco y sitió a Vitoria. Entonces llegó la noticia de que el rey de Navarra para defenderse de Castilla había viajado a África para obtener ayuda militar y personal de los Musulmanes. Alfonso VIII decidió abandonar el asedio de Vitoria y reunió a doce caballeros del mismo número que los doce apóstoles y se puso a dar un paseo por Guipúzcoa con todos sus miembros a caballo. Al cabo de un tiempo se acercaron los vascos y guipuzcoanos para dialogar. Naturalmente se daban cuenta que detrás de Alfonso el noble y de sus acompañantes estaba todo el reinado de Castilla.

            En el país vasco se vivían tiempos de tensión y de enfrentamiento entre los Parientes mayores, oñacinos y gamboinos. Las crónicas de la época relataban cómo en Álava un señor de una localidad había sufrido el ataque de los guipuzcoanos. Le mataron y le tomaron su braguero y lo llevaron a vender en la feria de Vitoria. Pero el hijo pequeño del asesinado se fue con su aña a Navarra. Allí estuvo hasta que fue mayor y entonces formó una expedición para vengar a su padre en Álava.  Allí pasó a cuchillo al jefe de los oñacinos y luego le cortó la cabeza y la mandó a vender.             Mientras tanto,  los nobles se hallaban en desacuerdo con la decisión del rey de Navarra de ir a pedir ayuda a los musulmanes.

              Así, se encontraron los asediantes y los asediados y pactaron oralmente un acuerdo por el que los guipuzcoanos y alaveses   se incorporarían a Castilla, siempre que Castilla les respetase sus fueros y sus costumbres. Con tal acuerdo, Alfonso el noble se volvió a Burgos con el pensamiento de haber triunfado y de haber realizado una buena misión.

             Este pacto verbal fue cumplido durante muchos años. Incluso un par de veces las Juntas Generales de Guipúzcoa declararon la guerra a Inglaterra y el rey castellano confirmó la resolución de la Junta. Luego vino el Imperio de Carlos I y de Felipe II, creándose un Consejo de Navarra que actuaba de consejero del Emperador.  Más tarde las doctrinas liberales de la Revolución francesa proclamaban la igualdad de todos los ciudadanos y territorios del Estado. Y los fueros vascos se fueron arrinconando hasta el momento actual de la Constitución de 1978 y del Estado de las Autonomías.

   ALFONSO MUJICA BRUNET

Si te gusta, compártelo:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *