Se emprende la labor de referirse a una docta dama, Beatria Galindo, nacida en fecha incierta, 1464 o 1465, en Salamanca, en el seno de una familia hidalga, años atrás acaudalada. En pleno siglo XV, la inteligencia y amor por las letras de Beatriz, impulsaron a sus padres a destinarla al claustro conventual. En las escuelas de la misma Universidad de Salamanca, empezó a tomar clases de gramática, destacándose por su facilidad en el aprendizaje del latín. Con quince años ya leía y traducía perfectamente los textos clásicos, así como hablaba y escribía con absoluta corrección en lengua latina. Su fama se extendió por toda Salamanca, comenzando a ser conocida como la Latina, para desde ahí expandirse por todo el reino. Conocedora del griego, que dominaba, en 1486 se disponía a entrar en un convento como monja, cuando, otra gran dama, la reina Isabel, la llamó a su corte. Hay que acudir en ese momento al cronista Gonzalo Fernández de Oviedo que nos retrata a Beatriz con estas palabras;
…muy grande gramática y honesta y virtuosa doncella hijadalgo; y la Reina Católica, informada d’esto y deseando aprender la lengua latina, envío por ella y enseñó a la Reina latín, y fue ella tal persona que ninguna mujer le fue tan acepta de cuantas Su Alteza tuvo para sí.
Se casó en 1491 con el capitán artillero y consejero de los Reyes Católicos, Francisco Ramírez de Madrid, recibiendo de los Reyes una dote de 500.000 maravedíes. De dicho matrimonio, de corta duración por la muerte del marido en 1501, nacieron dos hijos, Ferrán y Ñuflo. En su viudez, se retiró de la corte, fijando su residencia en el Palacio de Viana, en la actualidad completamente remozado.
La Latina fundó el hospital de su nombre en 1499 y los conventos o monasterios de la Concepción Francisca y la Concepción Jerónima, donde fue enterrada a su fallecimiento el 23 de noviembre de 1535.
Beatriz Galindo forma parte de un grupo de mujeres que, lamentablemente, vienen siendo ignoradas en nuestra historia. Las impulsoras de espacios como la «Casa de la Reina», iniciativa de la reina Isabel y de doña María de Portugal, aglutinaron a numerosas mujeres con inquietudes intelectuales en un mundo que veía aproximarse el Renacimiento.
Encabezando esa lista, Beatriz Galindo fue preceptora y maestra de la propia Isabel I, de sus cuatro hijas, todas ellas reinas, Juana, Catalina, Isabel y María. Como también de la primera profesora universitaria, Luisa de Medrano; de la hija de Antonio Nebrija, Francisca de Nebrija; de María Pacheco, esposa del comunero Padilla; de Ana de Cervatón, dama de honor de Germana de Foix; de Juan de Contreras, de Angela de Carlet, de Isabel de Vergara y una lista larga de mujeres que sobresalieron en su tiempo por cultivar las artes y las letras, en especial el género epistolar. Lamentable es que el emperador Carlos I, sin mucho tino, hiciese eliminar del libro de Lucio Marineo Sìculo, “De las cosas memorables de España”, la referencia o mención de ilustres varones y no pocas mujeres dignas de ser recordadas.
Fallecida la Latina, fue enterrada en la iglesia del primer Monasterio de la Concepción Jerónima, pero no en un sepulcro, sino bajo el altar del coro alto. En 1891 se trasladaron sus restos al nuevo convento de la calle de Lista, y de allí pasaron a la cripta de la iglesia del cuarto monasterio de la Concepción Jerónima, en El Goloso.
El barrio de la Latina, en el casco antiguo madrileño, debe su nombre al hospital y convento fundados por nuestra ilustre mujer, junto a la plaza de la Cebada. Sin duda alguna, el monumento situado en la plaza de la Puerta del Angel, obra del escultor José Luis Parés, es un fiel exponente de la magnificencia de una puellae doctae, que con solo su inteligencia e instrucción, fue capaz de sobresalir y hacer sobresalir a la mujer en un tiempo y en un mundo de hombres.
Francisco Gilet