Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836. Hijo de pintor, descendía de una familia noble de comerciantes flamencos, bien con apellido Becker, bien con el Bécquer adoptado por el poeta y su hermano pintor, Valeriano. Tal familia se había establecido en Sevilla por allá el siglo XVI, de cuyo prestigio da testimonio el poseer capilla y sepultura propias en la catedral andaluza desde 1622.
Fue su madrina Manuela Monnehay Moreno, acomodada comerciante, quién, poseedora de una selecta biblioteca y una gran sensibilidad literaria, aficionó a Bécquer a la lectura. Siguiendo las huellas de su padre, comenzó estudios de pintura en el taller de Antonio Cabral, para luego trasladarse a los de su tío paterno Joaquín Domínguez Bécquer, perfeccionista en grado sumo, que se atrevió a pronosticarle que “No serás nunca un buen pintor, sino un mal literato”. Aunque, también hay que señalar que, pese a tan desafortunada sentencia, le pagó y le estimuló en sus estudios.
Durante años, subsistió escribiendo comedias, libretos de zarzuela e incluso con traducciones del francés, junto con trabajillos de ayudante de redactor, escribiente y dibujante. En 1856, acude con su hermano a Toledo, con la intención de inspirarse para un futuro libro titulado “Historia de los templos de España”. Al año siguiente, le aparece la tuberculosis que ya no le abandonaría hasta la tumba. La enfermedad, la pérdida de su modesto empleo en la Dirección de Bienes Nacionales provocaron un crecimiento de su pesimismo, siendo su hermano Valeriano y algunos amigos de Madrid los que le ayudaron a salir de tal crisis. En 1860 publica «Cartas literarias a una mujer». Fue en la casa del médico que le trataba una enfermedad venérea donde conocería a su esposa, Casta Esteban y Navarro, con la cual contrajo matrimonio en Madrid, en mayo de 1861, teniendo tres hijos. El primero, Gregorio, nació en Noviercas, Soria, en una casita propiedad de la familia de Casta, y en la cual, Bécquer intensificó su labor literaria ante la necesidad de alimentar a su pequeña familia.
Fue en 1863 cuando se produce una grave recaída en su enfermedad. Es en tales fechas que, junto con su hermano Valeriano, se traslada al Monasterio de Veruela, en Zaragoza, a los pies del Moncayo. Se suponía que aquellos aires puros favorecerían una mejoría en el enfermo. Tal monasterio cisterciense fue el primero levantado en Aragón. Se construyó para ser panteón de los reyes de Aragón, sin embargo, tal destino nunca se cumplió. El monasterio, cuyas obras se prolongaron durante cerca de 250 años, se había convertido en un lugar romántico y vacío de monjes como consecuencia de la desamortización de Mendizábal en 1835. Desamortización que no solamente significó la expropiación de cientos de conventos y monasterios, sino también el abandono de sus moradores, que, siendo religiosamente grave, para el patrimonio español fue nefasto al quedar infinidad de ellos abandonados para ser saqueados por los mismos responsables de su custodia. A tales parajes, pues, fue a parar Bécquer y su hermano, bajo la impronta de que «Todos los males se curan, con los aires de Veruela», según el verso de Braulio Foz.
Su estancia en el monasterio, con la compañía del sepultado Infante Alfonso, primogénito de Jaime I, aunque no llegó a un año, constituyó una época muy importante en la producción literaria de Bécquer. Sin duda alguna, Veruela fue un lugar de inspiración tanto para el poeta como para el hermano pintor. En esos lares surgieron las nueve cartas intituladas «Desde mi celda», que Bécquer escribió para el diario madrileño «El Contemporáneo», de mayo a octubre de 1864. De la misma época son algunas de sus famosas leyendas; El monte de las ánimas, El gnomo, La corza blanca. También es preciso mencionar una serie de artículos sobre Veruela y los personajes populares de aquella comarca, descritos por el prosista e ilustrados por su hermano, que fueron publicados en El Museo Universal,desde 1865 hasta 1869, considerada la mejor revista romántica de aquellos tiempos. No es aventurado afirmar que Bécquer puede ser considerado uno de los mejores prosistas de su siglo, aunque su inspiración e imaginación sean superiores en el campo de la prosa lírica, en el cual sobresale el gran amor que sentía el poeta hacia la naturaleza y el austero paisaje castellano.
Recuperado de su dolencia, marcharon los dos inseparables hermanos a Sevilla. En ese tiempo su hermano le retrató, pudiéndose contemplar su obra en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Las desavenencias entre Casta y Valeriano eran constantes, dado que la esposa no soportaba la persistente presencia de Valeriano en su casa. En 1864, nombrado censor de novelas por su mecenas y amigo González Bravo, se traslada a Madrid, donde ejerce tal función hasta 1867. En septiembre de 1870, fallece Valeriano, lo cual produce en Gustavo una honda tristeza y congoja. En noviembre del mismo año es nombrado director de una nueva publicación, El Entreacto, en la cual solamente publica una primera parte de un inconcluso relato.
Muy posiblemente debido a un enfriamiento sufrido durante la primera quincena del mes de diciembre, su salud se deteriora hasta el extremo de fallecer el 22 de diciembre de dicho 1870, coincidiendo con un eclipse total de sol. Su muerte se ha achacado bien a la tuberculosis que no le abandonó o a la sífilis o a problemas de hígado. Sea como sea, en los últimos días de agonía solicitó a su amigo y también poeta Augusto Ferrán que quemase sus cartas y que publicasen su obra; «Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo». Fue enterrado al día siguiente en el nicho núm. 470 del Patio del Cristo, en la Sacramental de San Lorenzo y San José, de Madrid. Más adelante, en 1913, los restos de los dos hermanos fueron trasladados a Sevilla, reposando primero en la antigua capilla de la Universidad y desde 1972 en el Panteón de Sevillanos Ilustres.
No es posible terminar ese breve recorrido por la vida del poeta sevillano, sin mencionar, salvadas del incendio en donde se guardaban, las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, unos versos que pueden entenderse como la historia de amor en la que el poeta se ve envuelto iniciando el proceso de creación, el amor desesperado, el desengaño y el dolor de la muerte. Bécquer un romántico que su último aliento concluyó con un «Todo mortal».
Francisco Gilet
Bibliografía
MONTESINOS, RAFAEL (2005). Bécquer, biografía e imagen,
PAGEARD, Robert, (1990) Bécquer, leyenda y realidad, Madrid: Espasa-Calpe.