CATALINA REINA DE INGLATERRA (y II)

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A fines de octubre de 1535, sintiendo que se acercaba el fin, Catalina hizo su testamento y le escribió a su sobrino, Carlos V, pidiéndole que protegiera a su hija. En diciembre, María de Salinas, amiga de Catalina que había viajado con ella a Inglaterra cuando se casó, se enteró de que Catalina estaba muy enferma y se dispuso a verla. María llegó a Kimbolton y prácticamente irrumpió en el castillo, inventando la excusa de que la carta dando licencia para su entrada estaba en camino y suplicando a los guardias que no echaran fuera a una mujer en una noche fría de invierno. Salinas encontró que Catalina estaba muy enferma. Acababa de cumplir cincuenta años. Apenas podía acomodarse en la cama, mucho menos ponerse de pie. Había sido incapaz de comer, o retener la comida durante varios días y un dolor de estómago había impedido que durmiera más de dos horas en total durante las seis noches anteriores. Las visitas y el cariño de María de Salinas le levantaron la moral e hicieron que mejorara su salud. Catalina empezó a comer y a retener la comida. Su salud continuó mejorando durante los días siguientes. El 6 de enero se acomodó en la cama, se arregló el pelo y se vistió la cabeza. No obstante, Catalina estaba preocupada de que no duraría hasta la luz del día y esperó hasta el amanecer para que su confesor, Jorge de Athequa, le diera la comunión. A continuación, Catalina se dedicó a rezar, murmurando oraciones hasta que finalmente falleció poco antes de las dos de la tarde,

El día del funeral de Catalina, Ana Bolena sufrió un aborto de un hijo varón. Entonces empezaron a aparecer rumores de que Catalina había sido envenenada por Enrique o Ana, o incluso por ambos, dado que Ana había amenazado con asesinar a Catalina y a María en varias ocasiones. Los rumores se produjeron tras el presunto descubrimiento de una neoplasia negra en el corazón durante el embalsamamiento del cuerpo, posiblemente causada por el envenenamiento.

El embalsamador encargado de preparar el cadáver de Catalina «encontró todos los órganos internos sanos y normales, con excepción del corazón, siendo muy negro y espantoso a la vista». El embalsamador, en realidad un abacero cuya especialidad era la cera, partió el corazón por la mitad y, aunque lo lavó varias veces, permaneció tercamente negro. Los expertos médicos coinciden en que la coloración del corazón no se debió a la intoxicación, sino probablemente a un cáncer, una enfermedad que se desconocía en esa época.

Catalina fue sepultada en la catedral de Peterborough con la ceremonia debida a una princesa de Gales viuda, no la correspondiente a una reina. Enrique no asistió al funeral y también prohibió que asistiera María. Catalina se fue con el aprecio y estima de todo el pueblo inglés que, siempre la consideró su legítima reina. Enrique VII dijo de ella al conocerla: «Mucho hemos admirado su belleza, así como sus modales agradables y dignos». Y su confesor su confesor fray Diego Fernández como «la criatura más hermosa del mundo», y por otros como: «Delicada y graciosa, con unos ojos bonitos». Finalmente, el embajador veneciano Lodovico Falier, dice de ella: «Es de baja estatura, algo gruesa con un semblante recatado; es virtuosa, justa, repleta de bondad y religiosidad; Más amada por los isleños que ninguna otra reina que haya reinado nunca».

Seguramente por tal motivo, todos los 29 de enero, aniversario de su entierro, tienen lugar unos actos conmemorativos en la catedral, en el enrejado de su sepultura figura el título que defendió y honró hasta su muerte; «Katherine Queen of England».

Francisco Gilet

Bibliografía

Fraser, Antonia (1992). The Wives of Henry VIII. Vintage.

Starkey, David (2003). Six Wives: The Queens of Henry VIII

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