EL SARGENTO EDUARDO RUIZ ALGUACIL, HEROE ANÓNIMO DE LA GUERRA DE FILIPINAS (I)

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La lectura ocasional de la Licencia del Ejército español de este militar, cuyo original conservamos en nuestro poder, nos dio pie para pensar que podríamos llevar a cabo un trabajo sobre su vida castrense transcurrida en un periodo no muy lejano de la Historia de nuestra Patria. Se trata de la Guerra de Filipinas en la que intervinieron tantos héroes anónimos, como en todas las guerras, y cuyas acciones no son recogidas en los libros de Historia, ni difundidas por los medios de comunicación.

Por ello consideramos que hablar sobre él podría llenar una pequeña laguna histórica exponiendo su anónima vida militar. Somos conscientes de que la Historia no sólo se gesta en los grandes hechos llevados a cabo por las multitudes o por las intervenciones de los gobernantes de las naciones, sino también por las acciones individuales realizadas por el ser humano, único y verdadero motor de la Historia, ya que sus actuaciones, aunque parezcan sin importancia, repercuten en el llegar a ser de la Humanidad y, en muchas ocasiones, son las que hacen que los que rigen un país tomen decisiones que afectan al resto de los habitantes del mismo.

La Guerra de Filipinas

Nuestro trabajo no se ocupará de la Guerra de Filipinas en sí. Nos vamos a dedicar, como más arriba hemos dicho, a analizar el documento de la Licencia absoluta del Ejército español, a la que ya hemos hecho referencia, otorgada a Eduardo Ruiz Alguacil, desde su ingreso en la Caja de Reclutas, hasta la obtención de esta por la que, tras su permanencia en filas, quedaba exonerado de todo servicio de armas a España.

No obstante, y, a pesar de lo dicho, creemos conveniente, aunque sea de forma somera, referirnos a este conflicto bélico que, junto al de Cuba y al de Puerto Rico, supuso el fin del Imperio español con la pérdida de sus últimas colonias, incluida la isla de Guam, así como exponer alguna que otra información sobre la mencionada guerra, para encuadrar dentro de ella la actividad llevada a cabo por el Sargento Eduardo Ruiz Alguacil.

Aunque, desde la época de la conquista de estas islas por Legazpi, España no había tenido problemas significativos con los autóctonos, sí queremos dejar constancia de algunas revoluciones contra la Corona española y que, concisamente, vamos a exponer a continuación:

En 1585 los pobladores de la Pampanga urdieron un complot contra los conquistadores, pero al ser descubierto, los cabecillas fueron ejecutados.

En 1603, los chinos a los que los autóctonos llamaban “sangleyes”, la mayoría comerciantes, sin apoyo alguno por parte de los nativos, pero sí de acuerdo con sus congéneres continentales, como se supone, ya que poco antes de la revuelta llegó a Cavite un sampán con dos mandarines y varios oficiales, comenzaron una revuelta que fue sofocada rápidamente por las tropas españolas y la espontánea colaboración de los indígenas y entrambas fuerzas dieron muerte a veintidós mil chinos.

En 1621, al celebrarse la beatificación de San Francisco Javier, los indígenas armaron una revuelta que fue rápidamente sofocada.

En 1639, nuevamente se vuelven a rebelar los chinos, pero esta vez con ciertos motivos políticos-económicos puesto que deseaban ocupar alguna parcela política en el gobierno de Filipinas. De nuevo vuelven a ser derrotados por los españoles y esta vez perecen veintitrés mil de ellos.

En 1744 son los autóctonos quienes promueven algunas revoluciones contra los españoles, pero rápidamente son sometidos por éstos

Como hemos visto, estos conflictos no fueron de relevancia y no pusieron a prueba el dominio de la Corona española, pero es ya en el siglo XIX cuando, se inician los primeros conatos de independencia. El primero data de 1823 que, al igual que los suscitados por José Cuesta en 1854, fueron rápidamente sofocados, pero en el año 1872 se produce el motín de Cavite, por un motivo, al parecer sin importancia política, como fue descontarles a los obreros del Arsenal un impuesto del que hasta entonces estaban exentos. Esta revuelta es rápidamente sofocada con mano dura por el capitán general Izquierdo, pero ya dejó un poso de resentimiento contra los españoles que fue aumentando hasta llegar a la insurrección, ya más preparada y con unos dirigentes políticos más cualificados, que se inició en 1896.

En esta revuelta, como decimos, hay ya un trasfondo político y un deseo de independencia más profundo en la población y un dirigente con carisma que, aunque él no la verá porque será fusilado, sí plantará el germen de la revolución que continuará Emilio Aguinaldo. Nos estamos refiriendo a José Rizal. No es un guerrero, pero su pluma, su palabra y su amor a la “Perla del mar de Oriente”, como poéticamente llama a su Filipinas, harán que los insurrectos, con la colaboración final de los estadounidenses, consigan verse libres del dominio español.

José Barón Fernández nos dice que José Rizal funda la Liga Filipina que proponía reformas, solidaridad y cooperativismo, además de unir el archipiélago entero en una sociedad igualitaria mediante la protección mutua en cada deseo y necesidad, la defensa contra toda la violencia e injusticia y el estímulo de la educación, de la agricultura y del comercio. Sin embargo, Rosa María Vilá Blasco es de la opinión de que esta sociedad es fundada por el referido Rizal y Andrés Bonifacio, creador del Katipunan, agrupación secreta fundada por este último, cuyo fin persigue la emancipación del dominio español mediante la lucha armada para conseguir la independencia filipina sin escatimar para ello en medios, además de la solidaridad entre sus miembros y la protección a los desvalidos; lo mismo que fomentar la higiene, promover la cultura y la educación. Ambos forman la Liga Filipina de 1892 con marcadas líneas independentistas

Podemos decir que, desde su fundación hasta 1896, el Katipunan, fiel a su cualidad de sociedad secreta, permaneció oculto, preparando la revolución armada. En este último año es descubierto por las autoridades y José Rizal, a quien consideran culpable de todo el movimiento, es fusilado en el año 1896 a pesar de que tanto su madre, como el Presidente del Gobierno español Cánovas del Castillo pidiesen la conmutación de esta.

A partir de este momento, se pone al frente del movimiento independentista Emilio Aguinaldo quien, en el año 1895 ingresa en el Katipunan con el seudónimo de Magdalo y coincide con Bonifacio en que su programa político ha de ser derrotar a los españoles y, una vez conseguido este propósito, no proclamar una autonomía, sino la independencia total.

A grandes rasgos, podemos decir que Aguinaldo queda como único dirigente de la contienda contra España ya que, por un incidente surgido entre sus tropas y las de Bonifacio, éste resulta herido, y muerto su hermano Ciriaco. Un consejo de guerra sentencia a muerte a Bonifacio y a su hermano Procopio y, aunque Aguinaldo le conmuta la pena de muerte por la de cadena perpetua, son fusilados por sus partidarios.

A pesar de algunos triunfos de los rebeldes contra las tropas gubernamentales, por su superioridad numérica y armamentística, no tuvieron más remedio que firmar el pacto de Biak-na-bató con el Gobierno de España, con la condición de que Aguinaldo y otros treinta y tres cabecillas de la insurrección marchasen al exilio. Este acuerdo lo firma Paterno, en nombre de los rebeldes y el general Primo de Rivera, en el de España.

Por la firma de esta concordia Aguinaldo recibiría 800.000 pesos que, según el desglose que nos hace Barón, se entregarían de la siguiente forma: 400.000 proporcionados a Aguinaldo mediante un cheque contra el Banco de Hong Kong, 200.000 al entregarse todas las partidas y otros 200.000 tras dos meses de haberse cantado un Te Deum en la catedral.

En su destierro Aguinaldo emplea este dinero de la indemnización en adquirir armamento para continuar la revolución, cosa que hace al regresar a Filipinas en mayo de 1898, ayudado por los estadounidenses.

El primero de este mes el ejército norteamericano lanza un ataque sorpresa a las islas Filipinas y su armada hunde todos los barcos españoles que se encontraban en dicha bahía, dando comienzo así a su ofensiva sobre el archipiélago que culminaría con la derrota de españoles.

EE. UU venció a las fuerzas hispanas en todos los frentes, lo mismo en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, por lo que España firmó el Tratado de París de 10 de diciembre de 1898 por el que les cedía Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam a cambio de veinte millones de dólares, al tiempo que también Cuba alcanzaba su independencia.

A grandes trazos, podemos decir que esta es la cronología de la guerra hispanoamericana que supuso el final de nuestras colonias, y la de Filipinas, marco de actuación del Sargento Eduardo Ruiz.

A esta contienda se le ha llamado la Guerra olvidada, posiblemente por el desapego y frialdad que, sobre ella, se ha tenido por parte de historiadores y opinión pública. Ello quizá sea debido a que la Guerra de Cuba, por su repercusión mediática, la forma con la que comenzó y el sentir popular de los españoles, lo mismo que la de Puerto Rico, así como la pérdida de Guam. Este casi olvido de la contienda de Filipinas, a pesar de que se hizo una película narrando la hazaña de los héroes de Baler, quizá esté motivado porque los estadounidenses entraron en este archipiélago con tanta fuerza que, al contrario de lo que ocurre en otros países, antaño posesiones españolas, borraron casi todo el vestigio del periodo en el cual estuvieron bajo la corona hispana, llegando hasta a aniquilar nuestra lengua.

Podemos decir que el único vestigio hispánico que queda es el mantenimiento de los nombres y apellidos españoles, aunque en estas fechas se esté produciendo un renacimiento paulatino de nuestro idioma en dichas islas.

La artera intervención de los EE. UU. en Filipinas, a la que convirtieron en colonia suya, hizo que sus habitantes no soportasen las continuas vejaciones y agravios y se rebelarán contra su dominio, iniciando en el mes de febrero de 1899 una revolución que culminó con su total independencia en 1946, tras el periodo de dominio de los japoneses.

Sin entrar en muchos pormenores, podemos decir, sabiendo que posiblemente algún otro historiador pueda corregirnos, que esta guerra no fue una especie de prolongación o continuación de la de Cuba, aunque en ambas, así como en la de Puerto Rico, se puso de manifiesto, por su dolosa intervención, el ansia expansionista de los EE. UU. quienes, según nos dice Luis E. Togores Sánchez:

la guerra terminó como había comenzado, ignorando los agresores todas las reglas de la guerra en una época en la que el honor y la caballerosidad eran todavía parte del patrimonio de los hombres, de los ejércitos y de las naciones.

Esta ambición de dominio no cesó hasta hacerse con al archipiélago filipino y la anexión, aunque con un status especial, de Puerto Rico, y, si bien no pudo llevar a cabo el dominio total de Cuba, sí extendió sus tentáculos interviniendo en casi toda la vida de sus habitantes hasta la llegada de la revolución castrista.

Como decimos, esta Guerra de Filipinas, al igual que la de Puerto Rico y la pérdida de Guam, están cubiertas por una pátina de oscuridad y sendas se mantienen como en la sombra, por la importancia que se le ha dado a la Guerra de Cuba. En círculos de historiadores e intelectuales es frecuente, cuando llega el caso, que se hable de la pérdida de Cuba, pero no de la de Filipinas ni de la de Puerto Rico y menos de la de Guam.

Manuel Villegas

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