Francisco de Zurbarán nació en Fuente de Cantos (Badajoz) el 7 de noviembre de 1598, hijo de un comerciante de telas e hilaturas, de origen vasco, llamado Luis de Zurbarán, y de Isabel Márquez. Es uno de los pintores más importantes del barroco en el siglo de oro español.
Ingresó en el taller del pintor Pedro Díaz de Villanueva, en Sevilla, el 15 de enero de 1614, terminando su aprendizaje tres años después (1617), año en el que se casó con María Páez, en Llerena, donde se estableció. De este matrimonio nacieron tres hijos: María, Isabel, Paula y Juan, quien fue un dotado pintor que falleció siendo muy joven, el 8 de junio de 1649 a causa de gran peste de Sevilla. Su primer lienzo conocido es la Virgen de las nubes, realizado tal vez para un retablo de una iglesia de su ciudad natal.
Sus pinturas se caracterizan por tratar temas religiosos, adquiriendo gran fuerza el misticismo, las figuras quietas, los tonos claroscuros y ácidos y las siluetas a contraluz. Es el pintor que mejor ha plasmado en su obra la vida monástica masculina. Los monjes silenciosos en negro o de un blanco impoluto. En cada cuadro pintaba las telas, su peso, los pliegues densos, los hábitos de lana de los monjes, el hilo grueso de los manteles, los remiendos de las túnicas de los San Franciscos, reflejaba la seda verde y fresa en la pintura de “Santa Apolonia” o los brocados de fantasía. Es, sobre todo, el pintor de lo táctil, del mundo de los volúmenes y las texturas. Influenciado por lo que veía en los teatros y la moda que llegaba de Venecia.
En su pintura tienen más fuerza las telas y elementos que los rostros, por lo que puede ser considerado como el pintor de las telas. En los cuadros, las telas cobran vida, desde el pliegue a la textura, “se ve la tela sin tocarla”, y es considerado como el primer modisto español.
Francisco de Zurbarán pintó numerosas Inmaculadas en defensa de este dogma del catolicismo, con representaciones poéticas de la Virgen como una joven muchacha. Presentamos aquí una muestra de la extensa obra con que Francisco de Zurbarán sirvió a las ideas concepcionistas y a la extensión del culto a la Inmaculada Concepción. Son tres los lienzos de esta temática, realizados por Zurbarán, que posee el Museo del Prado.
Zurbarán siempre resalta la humanidad de los personajes santos, y representa los elementos naturales y las escenas cotidianas con un aire real y espiritualizado al mismo tiempo, en un ambiente de mágico silencio. Dos años después de fallecer su primera esposa, contrajo segundas nupcias en 1625 con Beatriz de Morales, también viuda, con quien no tuvo hijos, y quien fallecería en Sevilla el 28 de mayo de 1639.
El 17 de enero de 1626 firmó su primer contrato para el Convento de San Pablo el Real para pintar veintiún cuadros, por un total de 4.000 reales, y en 1627, como complemento a este conjunto, pintó el impresionante Crucificado, que fue el origen de su celebridad en Sevilla. Zurbarán representó un cuerpo casi desnudo, de perfecta anatomía, poco sangriento, sosegado después del sacrificio, dramáticamente iluminado por la derecha. Su cabeza de serena belleza, inclinada hacia su derecha, y el perizoma (de un blanco deslumbrante) evitan la monótona simetría de los Crucificados de Pacheco. Igual que en La Crucifixión de Velázquez, los pies están clavados por separado.
Al año siguiente los religiosos mercedarios le encargaron un cuadro sobre San Serapio en el que el pintor evitó los detalles sangrientos del suplicio al que fue sometido san Serapio y prefirió esconder su cuerpo bajo un bellísimo hábito mercedario. Tal vez la maestría mostrada en este lienzo le proporcionó el notable contrato del 29 de agosto de 1628 por el que se comprometió a realizar en un año veintidós cuadros sobre la vida de san Pedro Nolasco, para el Convento de la Merced, por lo que se trasladó a Sevilla, para poder realizar dicho trabajo.
El 19 de septiembre de 1629 vivía con su familia en el núm. 27 del callejón del Alcázar, en Sevilla, y recién instalado, recibió un encargo para el Convento de la Trinidad, y el 8 de junio de 1630, el Consejo Municipal de Sevilla le encargó una Inmaculada. Este mismo año pintó la Visión de San Alonso Rodríguez, y el 21 de enero de 1631 contrató, para el Colegio de Santo Tomás, la Apoteosis de Santo Tomás de Aquino, el lienzo de mayor tamaño de su corpus pictórico. El 29 de diciembre de 1632 alquila una casa en la calle Ancha, de la Iglesia de San Vicente, y en esta etapa pintó unos doscientos cuadros. Los años entre 1630 y 1640 se consideran la etapa más rica y personal de Zurbarán.
El convento de San Buenaventura de los hermanos menores era uno de los más importantes de Sevilla y su colegio era el centro español de estudios teológicos de la orden. Para la iglesia del convento Zurbarán y Francisco Herrera el Viejo iniciaron en 1629 un ciclo pictórico sobre la vida de Buenaventura de Fidenza entre los que, de Zurbarán, se encuentran: San Buenaventura revela el crucifijo a santo Tomás de Aquino (destruido en Berlín en 1945), Exposición del cuerpo de san Buenaventura, San Buenaventura en el concilio de Lyon y San Buenaventura en oración.
Francisco de Zurbarán fue un magnífico pintor de bodegones. El Bodegón con cidras, naranjas y rosa, el único firmado y fechado en 1633, es considerado la obra maestra del bodegón español. En él, Zurbarán nos presenta una mesa ante un fondo oscuro, donde se disponen un plato de metal con varias cidras, una cesta con naranjas, con sus hojas y sus flores de azahar, y otro plato metálico sobre el que descansan una taza y una rosa. La extraordinaria fama que adquirió esta obra desde que se dio a conocer en 1920 se debe al uso maestro de la escala por parte de Zurbarán, a su precisión descriptiva y a su serena composición. Los objetos se disponen en tres planos ligeramente diferenciados, mientras que una luz lateral desde la izquierda los libera de las sombras y define sus volúmenes y texturas.
Otro bodegón, pintado en 1650, es el Bodegón con cacharros. El cuadro es una composición simple, formada por elementos de una vajilla, que consisten en tres vasijas, una copa y dos bandejas. Los objetos se hallan alineados encima de un soporte de madera, que posiblemente sea una mesa. Tanto las bandejas como el vaso están hechos con metal, mientras que el resto son de cerámica. El fondo neutro de color oscuro hace que nos centremos en las piezas, pintadas de una manera muy realista.
En San Hugo, en el refectorio de los cartujos, el mayor de sus bodegones, realizado en el año 1655 para la sacristía del Monasterio de la Cartuja, en Sevilla, combina la figura con el bodegón. Las verticales de los cuerpos de los cartujos, de san Hugo y del paje están cortados por una mesa en forma de L, cubierta con un mantel que casi llega hasta al suelo. Delante de cada uno hay dispuestos los platos de barro que contienen comida y unos trozos de pan. Dos jarras de loza talaverana, un cuenco boca abajo y unos cuchillos abandonados, ayudan a romper una disposición que podría resultar monótona si no estuviera suavizada por el hecho de que los objetos presentan diversas distancias en relación con el borde de la mesa.
En Madrid, el 12 de junio de 1634, cobra 200 ducados a cuenta por los doce cuadros que ha de pintar de la Serie de los Trabajos de Hércules, del Salón de Reinos, del Palacio del Buen Retiro, y por dos de la Defensa de Cádiz contra los ingleses. Su encuentro con Diego Velázquez fue determinante para su evolución pictórica y a partir de entonces fue suavizando el tenebrismo y el caravagismo de sus inicios, sus celajes se hicieron más claros y los tonos menos contrastados. Cuando fue dotado con el título de «Pintor del Rey», volvió a Llerena el 19 de agosto de 1636 para realizar obras en la iglesia de Nuestra Señora de la Granada.
En 1638 Zurbarán recibió el encargo de la decoración del navío «El Santo rey san Fernando», obsequio de la ciudad de Sevilla a Felipe IV para el Parque del Retiro, a los que siguieron los trabajos para la Cartuja de Jerez de la Frontera y una serie de cuadros para el Monasterio de Guadalupe. En el año 1643 la caída del conde-duque de Olivares, así como las adversidades militares agravaron la decadencia de la monarquía Hispánica, con negativos efectos en Sevilla, que contribuyeron a empeorar los de la gran peste de 1649, con la consiguiente debacle económica, y un cambio de gustos artísticos a los que Zurbarán no supo adaptarse, siendo superado por nuevos artistas, especialmente Murillo y Herrera el Mozo.
Se conservan unos doscientos lienzos de este período, en general de mediano tamaño y de calidad muy desigual, de los que seguramente gran parte de esta producción es básicamente obra del taller. Los temas tratados incluyen: el Crucificado, Santos fundadores, y la Virgen con el Niño. Muchas de sus Inmaculadas y Vírgenes mártires son de esta etapa, apareciendo también temas tan curiosos como Jacob y sus doce hijos o Los Infantes de Lara. Solo al final de esta etapa contrata un conjunto monástico comparable a los de las fases anteriores: el del Monasterio de la Cartuja.
Habiendo fallecido Isabel Márquez, se casó Zurbarán en terceras nupcias en Sevilla el 7 de febrero de 1644 con Leonor de Tordera, con quien tuvo seis hijos Micaela, José Antonio, Juana, Micaela, María, Eusebio y Agustina Florencia.
El 4 de enero de 1652, ingresó en la Cofradía de la Santa Caridad y en 1655, el prior del Monasterio de la Cartuja le encargó los tres grandes lienzos para la sacristía. En mayo de 1658, Zurbarán viajó de nuevo a Madrid, continuando su familia en Sevilla. El 23 de diciembre testificó, a favor de su amigo Diego Velázquez, en la investigación sobre este para su admisión en la Orden de Santiago. Diego Velázquez falleció el 6 de agosto de 1660.
En 1659, Zurbarán y su esposa residían en la calle de las Carretas de Madrid, parroquia de Santa Cruz. Las obras realizadas en esta época son relativamente pocas, ya que los antiguos clientes religiosos fueron substituidos por particulares que pedían otros temas, representados con otra sensibilidad. Su última obra conocida — fechada en 1662 — es la Virgen con el Niño y san Juanito (Museo de Bellas Artes de Bilbao).
El 27 de agosto de 1664, Francisco de Zurbarán murió en Madrid, siendo enterrado en el convento de Copacabana, destruido en el siglo XIX a raíz de la desamortización de Mendizábal, perdiéndose sus restos.
Su casa natal en Fuente de Cantos ha sido rehabilitada y dispone de las más modernas tecnologías para trasladar al visitante a la época del genial pintor extremeño. Sin embargo, aunque antes de la guerra de la Independencia, Francisco Zurbarán era prácticamente desconocido fuera de España, su obra está muy dispersa por el mundo debido al expolio napoleónico en España, obra del gobierno de José Bonaparte, de la desamortización, y de las ubicadas en colecciones públicas o privadas de varios países. Estas dispersiones dieron a conocer la obra de Zurbarán en todo el mundo.
Actualmente, las exposiciones más importantes de Zurbarán en España, se encuentran en el Museo Nacional del Prado de Madrid, Museo de Bellas Artes de Sevilla, Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, y casa de Francisco de Zurbarán en Fuente de Cantos (Badajoz).
Jaime Mascaró Munar
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D. Jaime: Muchas gracias por ilustrarnos sobre Zurbaran. Es estupendo poder aprender de quienes conocen realmente a nuestros artistas. Agradezco muchísimo las informaciones que encuentro en «España en la Historia».
GRACIAS.