Francisco J. Balmis Berenguer, nació en Alicante el dos de diciembre de 1753 y falleció en Madrid el doce de febrero de 1819.
Hijo, nieto y sobrino de sangradores-barberos-cirujanos, al terminar los estudios secundarios, con diecisiete años ingresó como practicante en el Hospital Real Militar de Alicante.
En 1778 obtuvo el título de cirujano, y el 8 de abril de 1781 fue destinado al regimiento de Zamora, con el que iría a América, donde permanecería diez años, trabajando en diferentes hospitales de las Antillas y de México, siendo que en 1786 fue cirujano mayor del Hospital de San Juan de Dios.
En 1788 causó baja en el ejército y viajó por el virreinato estudiando las plantas autóctonas y la medicina tradicional indígena, cuya experiencia lo llevó a escribir su Disertación Medico Quirúrgica en que se describe la Historia, Naturaleza, Diferencias, Grados y curación de la Lepra, que remitió a la Real Academia Médica matritense.
Había descubierto un tratamiento contra la lepra y las enfermedades venéreas a partir de agave y begonia, que en 1794, por orden del Papa, fue aplicado en los hospitales romanos, concediendo el honor de apellidar “balmisiana” a la begonia, en el diccionario botánico.
En 1795 fue nombrado cirujano honorario de cámara de Carlos IV, y en 1797 obtuvo el título de bachiller en Medicina en la Universidad de Toledo.
En esos momentos estaba viviendo el mundo una pandemia de viruela que estaba causando estragos, siendo que era popularmente conocida como la dama negra. La misma hija de Carlos IV, María Teresa Felipina había fallecido de la enfermedad en 1794.
En busca de remedio contra la enfermedad, un médico inglés llamado Edward Jenner, descubrió el año 1796 que la viruela tenía poca incidencia en las gentes cercanas a las granjas de vacas, siendo que quienes la contraían no fallecían y además quedaban inmunizados de por vida. Las experimentaciones realizadas con niños que no tenían relación con vacas confirmó que la hipótesis era correcta. Y el remedio, en honor a su origen, fue conocido como vacuna.
La noticia corrió como la pólvora por todo el mundo, y el 26 de junio de 1801, la prensa española se hizo eco. De inmediato Balmis se puso a trabajar en el asunto, informándose de todos los pormenores.
Su curiosidad resultó proverbial, porque a los pocos meses el virreinato de la Nueva Granada (actual Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá) se encontraba azotado por una epidemia descontrolada que causaba estragos. Balmis presentó una propuesta: su proyecto Derrotero que debe seguir para la propagación de la vacuna en los dominios de Su Majestad en América, que si encontró importante oposición, fue mirada con interés por Carlos IV, que encargó a la Junta de Cirujanos de Cámara, su inspección.
Corría junio de 1803 cuando la misma, integrada por Antonio de Gimbernat, Leonardo Galli e Ignacio Lacaba, dio el visto bueno al proyecto, tras lo cual, de inmediato, Francisco Javier Balmis fue nombrado director de la Real Expedición Marítima de la Vacuna. Su destino: extender la vacuna antivariólica en América y Filipinas.
El 30 de noviembre de 1803 partía de La Coruña la corbeta María Pita; a bordo viajaba la Real Expedición Filantrópica de La Vacuna. Estaba compuesta por 37 personas:
Fco. Javier Balmis,
José Salvany y Lleopart,
Rafael Lozano Gómez
Basilio Bolaño
Antonio Pastor
Francisco Pastor Balmis
Manuel Julián Grajales
Antonio Gutiérrez Robredo
Pedro Ortega
Isabel Sendales Gómez
26 niños
Y el Capitán de la corbeta María Pita, Pedro del Barco y España
El viaje a bordo de la corbeta duró ocho meses y diez días
La misión consiguió llevar la vacuna hasta Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México, Filipinas y China.
La razón de que 26 niños fuesen miembros de la expedición fue que eran imprescindibles en unos tiempos que no existían medios que garantizasen el transporte de la vacuna.
Los niños serían inoculados con la pus de las pústulas generadas por quienes estaban previamente inoculados de la vacuna, y la operación se realizaría en dos de ellos en intervalos de una semana.
Para atender las necesidades de la operación, la expedición estaba provista de todos los adelantos existentes en el momento (termómetros, barómetros, una máquina neumática, miles de cristales para extensiones de pus…), así como de dos mil ejemplares del texto sobre la vacuna que acababa de traducir, al objeto de divulgar la forma de aplicar la vacuna.
La corbeta María Pita partió de La Coruña el 30 de noviembre de 1803. Su primera escala fue Tenerife, y ahí su primera vacunación. El 6 de enero de 1804 partió a Puerto Rico y luego a Caracas, el 20 de marzo.
En Caracas se dividió en dos. Un grupo, con José Salvany y el ayudante Manuel Julián Grajales, el practicante Rafael Lozano Gómez y el enfermero Basilio Bolaño y cuatro niños locales a cuyos padres se les entregó una gratificación, fueron al sur, hacia la Nueva Granada y al virreinato del Perú (actuales Perú, Chile y Bolivia), y llegó hasta la Patagonia pero muchas poblaciones indígenas se negaban a ser vacunados, siendo necesario, para convencerlos, demostrar que los criollos también se vacunaban. Siete años estuvo Salvany difundiendo la vacuna.
En febrero de 1805 Balmis zarpó del puerto de Acapulco a bordo del navío Magallanes. Su destino: Filipinas. Llevaba con él 26 niños mexicanos, garantía del éxito de la empresa. Llegó a Manila el 15 de abril de 1805.
Pero nadie le recibió. Ni el gobernador, ni el obispo prestaron la menor atención. Sería el deán de la catedral y el sargento mayor de la Milicia quienes prestarían su incondicional apoyo. Con tanto éxito que a principios de agosto, ya se contaban por miles los vacunados.
La expedición estaba destinada a España, pero beneficiaría a la humanidad. Así, el 5 de octubre zarpó a Cantón, desde donde se extendió la vacuna por toda China, mientras el ayudante Antonio Gutiérrez conducía a México a los veintiséis niños que habían utilizado para transportar la vacuna a través del Pacífico.
Pero si de por si la labor de la vacuna era formidable, Balmis la completó con centenares de dibujos que realizó de la flora asiática y con diez grandes cajas de plantas exóticas cuyo destino era el Jardín Botánico de Madrid.
Antes de volver, la expedición completaría su labor llevando la vacuna a Nueva Zelanda y a Australia.
El 7 de septiembre de 1806 era recibido por Carlos IV, que se mostró en extremo satisfecho, elogiando tan titánica hazaña, dando comienzo a una sucesión de honores y la asignación de cargos: vocal de la Real Junta Superior Gubernativa de Cirugía, académico de la sección de Cirugía la Academia Médica Matritense, Clavero del fondo de la Facultad de Medicina en representación de la Junta.
Falleció en Madrid el 12 de febrero de 1819.
Francisco Javier Balmis ideó y llevó a cabo una hazaña sin parangón, en una época que carecía de los medios que hoy conocemos, para la que hizo un derroche de ingenio y de sacrificio con el objetivo de combatir la que es considerada como una de las enfermedades que más muertes ha causado en la población mundial.
En 1980 la Organización Mundial de la Salud declaró erradicada la viruela. Ciento ochenta y cuatro después de que el científico Jenner descubriese la vacuna… y ciento setenta y siete años después de que un hombre supiese universalizar el descubrimiento. Curiosamente es un asunto que une a dos enemigos que tienen, a lo largo de historia, actitudes contrarias. Por cierto, los tasmanos no tuvieron la oportunidad de ser vacunados.
Cesáreo Jarabo