7 de abril de 1618.
Hace calor en la ladera de Kuh-i-Rahmat. El viento del sur viene caliente, trayendo consigo pequeñas partículas de arena en suspensión que dificultan la visibilidad. Entre la nube terrosa, el sol tapiza de color ocre las montañas de Marvdasht, perfilando sobre el suelo pedregoso las sombras de la expedición que avanza por el flanco norte en dirección a la llanura de Maru-i Dasht donde, de resultar ciertas las afirmaciones de los lugareños, se erige en todo su ruinoso esplendor una ciudad olvidada por la Historia.
El grupo avanza en hilera, silencioso: dos guías al frente y tras ellos, subido a un caballo de raza arábiga, García de Silva y Figueroa se protege el rostro con un paño de tela, mirando a uno y otro lado de la llanura, expectante, cual niño que aguardara la llegada de los Reyes de Oriente.
—Nunca mejor dicho —bisbisea, riéndose de su propia broma.
Ulula el viento por las rendijas del gorjal mientras el emisario de Felipe III piensa en cómo ha cambiado su vida durante los cuatro años que lleva fuera de España cumpliendo la misión encomendada por su rey. Que el persa persevere en la guerra contra el Turco para que no progrese en el Mediterráneo, eso le dijo su majestad. Y de paso, añadió, conocer de primera mano estas tierras ignotas para los occidentales.
De esa reunión en Madrid hasta hoy parece que ha pasado una eternidad: Goa, Shat-el-Arab, Palmira, Orfa, Caramit, Qom, Bagdad, Ctesifonte, Isfahán, sus desencuentros con el Sha Abbas de Persia, las experiencias vividas con los caravanserai, con los armenios de Jolfa o los zoroastrianos…muchas son las aventuras que el extremeño ha vivido durante su expedición por Oriente, pero nada en comparación con lo que le espera, o cree que le espera, al otro lado de la llanura, justo en la falda de la montaña de Kuh-i Rahmat: el legendario centro neurálgico del poder aqueménida, aquel reino conquistado por el que fuera monarca de Macedonia, hegemón de Grecia, faraón de Egipto y rey de Media. El gran Alejandro Magno.
Persiste el viento y el yelmo del español está cubierto de una espesa capa de arena, pero ni lo desagradable del tiempo resta un ápice de emoción a un momento que se antoja histórico. Durante su estancia en Persia ha tenido la oportunidad de profundizar en la historia y en la estratigrafía clásica farsi, lo que le ha permitido tener un conocimiento preciso del lugar, tanto como para intuir tras muchas lecturas que al final de esa llanura no se encuentran únicamente los restos de lo que allí se conoce como Chehel Minar, sino algo mucho más grande: la mítica Persépolis, capital del imperio más grande de la Antigüedad y, quizás, la más bella de todas las ciudades que jamás haya hecho el hombre.
Está en ese pensamiento cuando terminan de abordar la ladera y de pronto, como a çien pasos della hazia el monte, comienza a vislumbrarse entre la cortina de polvo la silueta de una hilera de columnas que, a medida que se van aproximando, parecen multiplicarse hasta más allá de donde alcanza la vista.
—Por los clavos de Cristo…
El trío sigue avanzando mientras emerge ante sus ojos la imponente terraza natural sobre la que se asientan las ruinas de Chilminara, que en lengua arabiga suena lo mesmo que quarenta alcoranes o colunas, una ciudad de piedra y mármol de más de dos picas de altoque, impávida y orgullosa, resiste el paso del tiempo. La misma, confirma don García con alborozo, que hace muchos siglos atrás sometiera el mismísimo Alejandro.
—Mirando el sitio de Margascan y la vecindad del rio Araxes —dice emocionado —, no hay duda: esta es Persépolis.
Saber que la historia de la humanidad se expone ante sus ojos le provoca una viva impresión. Abrumado por palpitaciones, vértigos y confusión, Silva baja del caballo, sorprendido de que tanta belleza puede llegar a doler de esa manera. Animado por los guías —Befarmaeed, le dicen. Adelante— , se acerca a unas hermosas escaleras para subir al plano de arriba, una á la mano derecha y otra á la izquierda, corriendo cada dellas por la una parte arrimada á la mesma muralla, y por la otra á un pretil de marmor. El silencio es estremecedor, y ni siquiera el ruido de sus propios pasos sobre el mármol y el del viento filtrándose entre columnas, estatuas y bajorrelieves, testigos mudos del implacable paso del tiempo y de la gloria del pasado, son capaces de romper la mística.
Siente el de Zafra un estremecimiento a cada paso que da, abrumado ante las maravillas que se suceden una tras otra: La Apadana, un quadrado perfecto de desiguales lados, los relieves de los muros, el Trypilon, los palacios de Darío, Jerjes I y Artajerjes I, la Puerta Inacabada, la Sala de las 100 Columnas…En cada piedra se condensan siglos de memoria viva, claves para comprender lo que una vez fue el hombre, lo que pudo ser y en lo que se ha convertido.
Al final de las escaleras ve un pórticoque sustentan dos grandissimos cauallos de marmor blanco, mayor cada uno dellos que un grande elephante, con grandes alas, y que en la fiereza tenian mucha semejança de leones. Es la Puerta de Jerjes, custodiada por dos Lamassu —cuerpo de león, alas de águila, cabeza de hombre— de proporciones colosales, y su corazón da otro vuelco. Grandes y poderosos, se yerguen sobre Persépolis como símbolo de una extinta forma vida; de hecho, si cierra los ojos, don García cree reconocer en el susurro del viento el llanto eterno de esos animales mitológicos al recordar el paso cadencioso de los 3.000 camellos que 900 años antes Alejandro Magno empleó para cargar con todos los bienes y riquezas expoliados. Lágrimas de piedra llorando por la caída de un imperio.
Y en ese instante, García de Silva y Figueroa da gracias a Dios por haberle concedido la oportunidad de poder pisar las huellas de la Historia.
EL PERSONAJE
Soldado, diplomático, erudito y explorador. García de Silva y Figueroa (Zafra, 29/12/1550-Oceáno Atlántico, 22/7/1624) fue el primer occidental en identificar las ruinas de Persépolis, la antigua capital del Imperio aqueménida en la legendaria Persia.
Hijo de Gómez de Silva y María de Figueroa, don García vino al mundo en Zafra, dando muestras muy pronto de un carácter inquieto y curioso. Se formó en leyes en la Universidad de Salamanca antes de alistarse en el Ejército de Falndes, donde llegó a alcanzar el grado de capitán. A su regreso ocupó diversos puestos relevantes, como el de corregidor de Jaén y Andújar, cargo que ejerció entre 1595-1597, o el de comendador de Toro. Prestó después sus servicios en la Secretaría de Estado, y tan bien lo hizo que el rey Felipe III lo eligió para encabezar una embajada española a la corte de Abbas el Grande, gobernante del Imperio safávida. Sería allí donde comenzaría la mayor aventura de su vida.
PERSIA
La primera noticia del establecimiento de relaciones entre la corte española y la persa data del periodo de Felipe II, allá por 1565, cuando el Prudente solicitó un informe sobre el imperio persa a resultas de una carta del emperador Maximiliano II, en la cual le hacía ver lo interesante y lo provechosa que sería la unión de todos los enemigos del imperio turco para atacarlo simultáneamente y terminar así con la presión otomana sobre el Mediterráneo
A comienzos del siglo XVII, en la lejana tierra de Persia existía una colonia de ingleses que influía notablemente en el sah Abbas, tanto como para convencerle de la conveniencia de iniciar relaciones con los distintos reinos europeos, entre ellos España. A tal efecto se enviaron dos embajadas a Madrid en 1611, gracia que el rey pretendió devolver un año después, cuando el 12 de octubre de 1612 el Consejo de Estado organizó una delegación encabezada por Don García. Sin embargo, los planes iniciales se vieron modificados cuando a finales de 1613 llegaron a Madrid desde Persia dos agustinos con una carta de sah Abbás I para Felipe III, en la que le proponía una alianza militar contra los turcos. Tras diversas vicisitudes y retrasos, el 8 de abril de 1614 partiría finalmente de Lisboa con destino a Persia una flota compuesta por tres navíos: Nuestra Señora de la Luz, Nuestra Señora de los Recuerdos y Nuestra Señora de Guadalupe.
El viaje fue largo y complicado. Especial mención merece la estancia en Goa, puerto al que llegaron el 21 de marzo de 1617, donde se produjeron diversos incidentes con el portugués don Jerónimo de Azevedo, y en Ormuz, en el que don García también tuvo conflicto con don Luis de Gama, luso también, a cuenta de sus denuncias por injerencias castellanas en la confección de la embajada y que terminó con Silva y Figueroa retenido hasta tres años.
Tales vicisitudes retrasaron la llegada de la flota hispana a tierras persas hasta el 29 de abril de 1617. Shat-el-Arab, Isfahán…Persia se abría a los ojos de un hombre aventurero, ansioso de conocer nuevos mundos y con una misión encomendada por el rey Felipe: que el persa persevere en la guerra contra el Turco para que no progrese en el Mediterráneo. Y, de paso, conocer de primera mano la relación con los ingleses de cara a mantener el monopolio comercial portugués en el Índico.
Sería en la famosa plaza de Isfahán donde don García tendría la primera entrevista con el soberano persa, el 2 de agosto de 1619, después de estar mucho tiempo aguardando el regreso del sah, quien había acudido a la guerra para enfrentarse con un ejército turco en la ciudad de Ardebil. En medio de las fiestas para celebrar la vuelta de Abbas después de tres años fuera de la ciudad, el monarca recibió al español en audiencia nocturna, por coincidir en ramadán, al amparo de las maravillosas cúpulas de las mezquitas del Shah y Loftollah.
Dos años después de su llegada, al fin se produjo la anhelada reunión entre dos hombres que, tan solo unos minutos después de la habitual cortesía, descubrieron que no se caían bien: el soberano, aunque musulmán de carnet, era hombre dado a los excesos de la carne, ya fuera masculina o femenina, y al vino, llevando una vida disoluta que contrastaba con el carácter casi ascético y autoritario de Silva y Figueroa. Y si chocaron frontalmente en los caracteres, aún más lo hicieron en los temas a tratar: cuando don García sacó el tema de la guerra contra los turcos, el sah respondió que acababa de firmar una paz con ellos y que no tenía intención de romperla, al tiempo que echaba en cara la poca predisposición europea para luchar conjuntamente, incluido nuestro Felipe, al que afeó que se limitara tan solo a autorizar acciones de corso en lugar de guerrear en condiciones; por otra parte, cuando el español sugirió el intento de recuperación de los territorios de Bahrein, Quism y Bandar-e Abbas, que siendo del rey de Ormuz, vasallo de España, había conquistado Abbas, el persa optó por ignorarle. Dos horas bastaron para que don García concluyera que Abbas, aunque con apariencias exteriores de amistad, es esencialmente enemigo.
La situación, lejos de mejorar, derivó a un camino sin salida, hasta el punto de que las autoridades impidieron al español abandonar el territorio persa a consecuencia de un incidente en España con el embajador inglés al servicio de Persia, Robert Shirley. Encontróse así don García recluido en un país inmenso y sin nada que hacer, por lo que tomó la iniciativa de aprovechar el tiempo y recorrer aquellas tierras. Lo que no se podía imaginar es que con esa decisión estaba a punto de cambiar los libros de la historia arqueológica…
PERSÉPOLIS
Hay que decir que las ruinas de Persépolis ya eran conocidas en los libros de historia. De hecho, podríamos remontarnos al siglo XIV para encontrar alguna mención, pero lo cierto es que nunca se le dio la importancia que realmente tenían a aquellas ruinas que recibían el nombre de Chehel Minar y que el español denominó «Chilminara», nombre procedente del persa Čehel Menāra, “que en lengua arabiga suena lo mesmo que quarenta alcoranes o colunas.
Don García escribió una crónica completa de sus viajes titulada Totius legationis suae et Indicarum rerum Persidisque commentarii, que constituye sin duda alguna la mejor descripción de la Persia de entonces. En ella informa con detalle de los sucesos en la corte del sah, describe cuidadosamente las ciudades que visitó y hasta los caravanserai que halló a su paso; también proporciona datos etnográficos sobre las comunidades no musulmanas, los armenios de Jolfa o los zoroastrianos, la práctica de la tauromaquia o el cultivo de palmeras datileras, pero sin lugar a dudas su obra más interesante es Los Comentarios de D. García de Silva y Figueroa de la embajada que de parte del Rey de España Don Felipe III hizo al rey Xa Abas de Persia ,donde se puede encontrar una gran cantidad de datos fielmente recogidos sobre Persépolis.
En sus Soberuios y antiquisimos edifiçios de Chilminara, don García describió todos los edificios con un alto grado de detalle, dando mediciones, confirmando hipótesis e identificando algunos de los restos, siendo esta última la mayor aportación de don García al mundo arqueológico.
Lo primero que impresionó al español, al igual que a todos los que hemos tenido el privilegio de visitar Persépolis, fue la imponente terraza natural sobre la que se funda la ciudad, a la falda de la montaña de Kuh-i Rahmat y frente a la llanura de Maru-i Dasht.
Ay dos anchas y hermosas escaleras para subir al plano de arriba, una á la mano derecha y otra á la izquierda, corriendo cada dellas por la una parte arrimada á la mesma muralla, y por la otra á un pretil o parapeto del mesmo marmor….
Otra de las maravillas que se encontraría es la llamada Puerta de las Naciones, obra de Jerjes (475 a.C.), denominada así por la inscripción que está esculpida en su interior.
Acabadas de subir las escaleras auia un portico ó entrada que sustentaban dos grandissimos cauallos de marmor blanco, mayor cada uno dellos que un grande elephante, con grandes alas, y que en la fiereza tenian mucha semejança de leones, no guardaua la propiedad que deuia tener en la figura de verdaderos cauallos…Otros diez pasos delante de la coluna auia otro portico que sustentauan otros grandes cauallos, y de la forma que el primero, de manera que la columna quedaua en igual distançia de entrambos á dos
Las maravillas se sucedían a sus ojos: La Apadana o Sala de Audiencias, obra de Darío y Jerjes, un quadrado perfecto, aunque de desiguales lados, los numeroso relieves que adornaban los muros de mármol, el Trypilon, los palacios de Darío, Jerjes I y Artajerjes I, allí donde los reyes ofrecían los banquetes durante la celebración del No Ruz, la Puerta Inacabada, la Sala de las 100 Columnas …la descripción que realizó don García fue exhaustiva, e incluso hay constancia que el embajador ordenó dibujar algunos de estos relieves, convirtiéndose en los primeros documentos gráficos de Persépolis
…labrada de medio relieue con muchas lauores en que ay esculpidos honbres y animales de diuersas formas, … Subiase á este sigundo edifiçio por una hermosissima escalera, y aunque ni era tan alta ni tan espaçiosa como las de la muralla grande, porque no tenia mas de veynte y quatro pies de ancho, y tantos menos escalones quanto su muralla era menos alta, pero de mucho mayor primor y hermosura, teniendo muy al natural esculpido en los pretiles y paredes della un triunpho ó proçesion de honbres en diferentes hábitos y trages, que lleuaban çiertas insignias y ofrendas…En otra parte se veen animales que pelean con otros, en que con gran perfecçion ay esculpido un feroçissimo leon que despedaça un toro, tan natural y con tanta feroçidad y braueza, que propiamente pareçia biuo.
Pero si el hito de identificar cada uno de los edificios es absolutamente trascendental, a Silva y Figueroa le quedaba por regalarnos otro tesoro: el descubrimiento de la escritura cuneiforme.
La identificación de las cuñas que español pudo copiar en Persépolis fueron los primeros signos de este tipo de escritura. Don García fue claro en su descripción: “…y en algunas partes inscripçiones de letras del todo incognitas, siendo mayor su antiguedad que las hebraicas, caldeas y arabigas, no teniendo semejança alguna con ellas, y mucho menos con las griegas y latinas…cuyas letras estauan cauadas muy hondas en la piedra, compuestas todas de piramides pequeñas puestas de diferentes formas de manera que distintamente se diferençiaua el un character del otro sigun y como aquí abajo van figuradas”. Esta es la primera definición de la escritura cuneiforme, mucho antes de que se lo atribuyeran a Jules Oppert o Henry Rawlinson.
Al igual que con los relieves, don García también mandó sacar copias de aquellas inscripciones, en concreto “un renglón de una inscripçion grande que estua grauada en el triunpho de la escalera”, que puede ser la que se encuentra en la escalera del Palacio de Darío, obra de Artajerjes. Estas serían las primeras impresiones que se harían y, de no haberse perdido, al igual que el resto de la colección de grabados y objetos que se trajo de su expedición, hubieran constituido una de las bases para el desciframiento del cuneiforme, tal y como sucedió con las que se trajo Pietro della Valle.
Tras esta larga y minuciosa visita y descripción de las ruinas de Chilminara, a don García ya no le cabía duda alguna que aquellas espléndidas construcciones no podían ser otras que Persépolis, y así lo manifestó en varias ocasiones: “Mirando bien el sitio de Margascan con su hermosa y ferlissima campaña y con la vezindad del antiguo rio Araxes, nadie podria dudar auber sido en él la grande y famosa Persepolis.
Extasiado, Silva narró el descubrimiento por carta al marqués de Bedmar, embajador de Venecia, extendiéndose la noticia por Europa a gran velocidad. A partir de aquel momento, otros muchos viajeros y estudiosos comenzaron a visitar la ciudad, pero no fue hasta 1928 que Persépolis empezaría a ser estudiada y excavada por parte del arqueólogo americano Ernest Herfeld. Es decir, trescientos años después de la llegada de nuestro compatriota.
REGRESO A ESPAÑA Y MUERTE
Don García permaneció diez años en oriente. Con el fracaso diplomático pesándole como una losa, el 25 de abril de 1620 llegó a Goa un hombre viejo, agotado y con una agridulce sensación de derrota, solamente atemperada por su relevante descubrimiento arqueológico,
Los años en Goa sería desdichados. Las malas condiciones climatológicas le hicieron abortar su intención de regresar a España, viéndose obligado a permanecer en una ciudad donde sufriría el mismo recelo portugués que se encontró en el viaje de ida. Luego le llegaría la noticia de la muerte del tercer Felipe y la sensación de que la suya ya comenzaba a rondarle, todo eso en medio de un ambiente bélico en el que mientras los portugueses planeaban apoderarse de Basora, Abbas asediaba Ormuz en febrero de 1622, auxiliado por seis buques ingleses. De todo ello dejó Silva interesantes notas en sus Comentarios.
Finalmente, y tras muchos impedimentos por parte del virrey Francisco de Gama para que le autorizara su partida a España, zarpó don García el 1 de febrero de 1624, ya anciano y aquejado del mal de Loanda, enfermedad que el mismo don García describió de esta manera:
La segunda enfermedad por la mayor parte es peligrosísima y terrible, hinchándose las piernas y muslos con unas manchas negras o moradas de malísima calidad, subiéndose desde allí al vientre y luego al pecho, adonde luego mata, sin otro dolor ni calentura.
La última anotación de su diario la realizó el domingo 28 de abril, recién doblado el cabo de Buena Esperanza: “se prosiguió la navegación en la popa a nordeste…Tomóse el sol este día en 23 grados y medio”.
Anochece el día y a la misma velocidad con que la oscuridad engulle el cabo de Buena Esperanza la muerte cierne su lúgubre capa sobre el cuerpo cansado de García Silva y Figueroa. El español permanece tumbado en el camastro, perfilado su rostro demacrado por la luz vaporosa de un candil, aguardando la llegada de la Cierta con la tranquilidad propia de quien no la teme. ¿Por qué debía de hacerlo? Al fin y al cabo, se dice, un hombre solo puede morir si antes ha vivido. Y por Dios que él lo ha hecho: cada vez que luchó, amó, besó y se maravilló, como aquel caluroso 7 de abril en el que descubrió un pedazo de cielo en la tierra.
Y con el recuerdo de las Puerta de las Naciones humedeciéndole los ojos, don García emprende su último viaje a ese lugar que a todos nos aguarda detrás de las estrellas.
Ricardo Aller Hernández
BIBLIOGRAFÍA
- Comentarios de Don García de Silva y Figueroa de la embajada que de parte del Rey de España Don Felipe III hizo al rey Xa Abas de Persia, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1903-1905.
- Antes que nadie. Fernando de Paz. Libroslibres, 2012
- Biografías de la Real Academia de la Historia.