
Federico Bermúdez y Ortega
Vosotros, los humildes, los del montón salidos,
heroicos defensores de nuestra libertad,
que en el desfiladero o en la llanura agreste
cumplisteis la orden brava de vuestro capitán;
vosotros, que con sangre de vuestras propias venas,
por defender la patria manchasteis la heredad,
hallasteis en la lucha la muerte y el olvido:
la gloria fue, absoluta, de vuestro capitán.
Cuando el cortante acero del enemigo bando
cebó su torpe furia en vuestra humanidad,
y fuisteis el propicio legado de la tumba,
sin una cruz piadosa ni un ramo funeral,
también a vuestros nombres cubrió el eterno olvido:
¡tal sólo se oyó el nombre de vuestro capitán!
Y ya, cuando a la cumbre de la soñada gloria
subió la patria ilustre que fue vuestro ideal,
en áureos caracteres la historia un homenaje
rindió a la espada heroica de vuestro capitán.
Dormidos a la sombra del árbol del olvido,
¡quién sabe en dónde el resto de vuestro ser está!
Vosotros, los humildes, los del montón salidos,
sois parias; en la liza, con sangre fecundáis
el árbol de la fama que da las verdes hojas
para adornar la frente de vuestro capitán…
(Federico Bermúdez y Ortega, A Los Héroes Sin Nombre).
ANA MARÍA VIDAL-ABARCA

Las crónicas la recuerdan como una viuda joven y elegante atravesando las calles de Vitoria, abriéndose paso bajo los copos de nieve, tras el féretro de su esposo, Jesús Velasco Zuazola, comandante de caballería y jefe de Miñones de Álava, recién asesinado por ETA.
Con la boina roja de su marido en el regazo, seguida por sus cuatro hijas, iba viendo cómo la gente de la capital vasca iba metiéndose en los bares y cerrando las puertas a su paso por puro miedo a la organización terrorista, por cobardía.
Las crónicas señalan que una vez llegó la comitiva al cementerio, cuando los compañeros de Jesús Velasco dejaron en el suelo el ataúd que habían portado a hombros por petición de su viuda (en contra del criterio de las autoridades nacionalistas que trataron de impedirlo hasta el último momento), ella gritó un «¡viva España!» que sólo pudo ser respondido por quienes lograron liberarse de la emoción que atenazaba sus gargantas.
(Ángeles Escrivá, artículo Historia y homenaje a la pionera en defender a las víctimas de ETA, diario El Mundo, 25 de marzo de 2025).

Sonsoles Álvarez de Toledo
10 de enero de 1980. Como cada día, Jesús Velasco acababa de dejar a dos de sus cuatro hijas en el colegio cuando un desconocido se apeó de un taxi y lo ametralló a corta distancia. Quedaba así viuda una mujer valiente que fundaría al poco de aquel vil asesinato la Asociación Víctimas del Terrorismo, junto a Sonsoles Álvarez de Toledo (esposa del teniente coronel de caballería Alfonso Queipo de Llano y Acuña) e Isabel O’Shea , quien también había tenido que dejar el País Vasco debido a las amenazas terroristas.
Ese mismo año, en septiembre, decidí venir a vivir a Madrid. Había asistido a muchos funerales que me conmovieron, y cuando me pasó a mí comprendí que había que hacer algo. Nuestro comienzo fue tremendo. Nadie nos hacía caso. Pensaban que éramos unas extremistas furiosas, y tuvimos que demostrar que éramos unas personas llenas de sentido común que lo único que queríamos era ayudar. Pretendíamos que todas esas viudas que dejaba ETA en aquella época se sintieran acogidas, se conocieran entre ellas, se apoyaran. Había muchas chicas jovencísimas con niños pequeños que se habían tenido que volver del País Vasco a su pueblo, a pueblos recónditos de toda España, y que desgraciadamente casi tenían que ocultar que eran víctimas del terrorismo. En esos momentos tremendos, que se le dé valor a la muerte de tu marido, de tu hijo o de tu padre es muy importante. Y así empezamos (Ana María Vidal-Abarca).
MARCELO PEVIDA GONZÁLEZ

En la mañana del 11 de septiembre de 2001, la diferencia entre la vida y la muerte estaba en ser capaz de salir del World Trade Center. El centro de negocios neoyorquino, dominado por las Torres Gemelas, se convirtió en una trampa mortal en la que muchos quedaron atrapados. Una marea de gente huyó hacia el norte. Algunos hicieron el camino inverso: acudir al lugar del peligro era su trabajo.
En 2001, Marcelo Pevida era un policía patrullando por Nueva York. Hijo de un zamorano que vino a Nueva York a hacer las Américas, fue testigo en primera persona de la muerte de casi 3.000 personas. Entre los agentes de policía, de diferentes cuerpos, murieron más de 60, siendo uno de ellos su buen amigo de Pevida, también de origen zamorano: Jerónimo Domínguez.

El primer ataque le sorprendió poniendo una multa en el cruce de Delancey y Bowery, en el Lower East Side. Pevida y su compañero, el detective William ‘Billy’ Moy, fueron la tercera patrulla en llegar a las Torres Gemelas. En medio del caos, Moy ordenó sacar coches de la zona para que pudieran pasar las ambulancias y los coches de bomberos, pensando que lo que había sucedido era que una avioneta había sufrido un accidente.
Pevida ya estaba subido a su coche para mover el tráfico cuando sintió la explosión tremenda en la torre sur. Llovieron trozos de avión y de edificio donde él estaba. Parte del fuselaje del avión cayó en la parte de atrás de su coche. El impacto incrustó la mampara de los destinos contra su espalda y le hundió tres vértebras (Javier Ansorena, 20 años del 11-S, ABC)

Pevida salió por una ventana, con el chasis del vehículo aplastado. Hoy el capó de ese coche forma parte de la colección del Museo del 11-S, en la misma plaza del memorial de los atentados.
La caída de la torre Norte le sorprendió en esas labores y el impacto de esa ola densa fue todavía mayor. De alguna manera, también la sobrevivió y por fin acabó por salir de lo que ya era la Zona Cero y en una estación de bomberos cerca de la calle 34 le pegaron un manguerazo y volvió a las tareas de rescate. Lo hizo durante dos días más, hasta que el cuerpo no dio más de sí. Pevida guarda infinidad de recuerdos de aquellos días.
MIGUEL ÁNGEL FRANCO

8 de junio de 2017. El teniente coronel Miguel Ángel Franco Fernández, destinado en la misión militar de la Unión Europea en Mali, se encontraba en una situación de <<descompresión>> (horas de ocio) en la piscina del hotel Le Campement, a las afueras de Bamako.
Vestía un bañador rojo, y había dejado su camiseta blanca con dibujos en negro y sus chanclas junto a una silla; eran las 15.40 del 18 de junio de 2017. De repente, a través de los auriculares escuchó un sonido que identificó como disparos. Rápidamente, arrojó los auriculares al suelo, se puso de pie e intentó detectar el origen del fuego para orientar a toda la gente, que en un primer momento no sabía qué hacer, hacia la vía de escape que consideró más segura.

Le Campement,
Con esa primera reacción, el comandante Miguel Ángel Franco salvó muchas vidas al empezar a gritar: «go!, go!, go!; attack!, attack!, attack! »; señalando con gestos a todos, con cuantos pudo contactar visualmente, que se dirigieran hacia la colina adyacente y comenzando a correr en esa dirección (ejercito.defensa.gob.es).
Un comando formado por entre cinco y siete yihadistas había irrumpido en el lugar con Kalashnikov. La norma interna de la misión europea era que durante las salidas solo se portaba una pistola por grupo.
El fuego de los yihadistas realmente era solo en una dirección: hacia nosotros. En esa primera ráfaga de disparos, murieron cuatro personas (Miguel Ángel Franco).
El comandante español se fijó en que un compañero de misión de otra nacionalidad llevaba una mochila donde portaba una pistola de 9 mm y 14 cartuchos.
Cada cual buscó en ese momento inicial el refugio que pudo mientras silbaban las balas por todos lados; algunos decidieron escabullirse hacia la zona oeste y la mayoría, con Miguel Ángel, lo hicieron hacia la zona central. Una mujer de apariencia nórdica, y que llevaba un bebé en un brazo y una niña de corta edad en el otro, se protegió en la misma posición que él. La niña gritaba de forma desgarradora y Miguel Ángel, con gestos, le dijo a su madre que tratara de calmarla y evitara sus gritos, para no ser descubiertos, y que se ocultara lo más posible entre la maleza. En cuanto pudo, mientras oían disparos, realizó su primera llamada al centro de operaciones, susurrando lo más bajo posible para no delatar su posición: «I am O34, Major Franco, we are under an attack in Le Campement, we need support, call the Gendarmerie (Soy O34, Comandante Franco, estamos siendo atacados en Le Campement, necesitamos apoyo, llamada la Gendarmería)

Los terroristas avanzaban posiciones cuando Franco, tras indicar a todos los que allí se escondían que cuando comenzara a disparar abandonaran la posición y tomaran la dirección del camino hacia el suroeste, abrió fuego.
Se inició entonces un tiroteo y comenzó el repliegue colina arriba.
Y mientras seguía subiendo, con los pies sangrando (porque seguía descalzo) y con un dolor muy intenso, animaba a todo el mundo a que siguiera hacia arriba: «Go!, go!, go!, up to the hill!, dont stop! (¡Vamos!, ¡vamos!, ¡vamos!, ¡hacia arriba! ¡no paréis!»). Desde lejos observó cómo los terroristas habían prendido fuego al recinto .
Sobre las 16.50 comenzaron a oír disparos de armas procedentes de la zona baja de la colina; y eso significaba que las fuerzas de rescate se estaban enfrentando a los terroristas. Franco decidió aguantar la posición, hasta que sobre las 18 horas un equipo de extracción español contactó con él.
Entre las 18.15 y las 18.37 realizó y recibió múltiples llamadas, hasta que identificaron un collado donde se podía efectuar el rescate.
Entendió que lo mejor era que el grupo subiera y él les cubriera con los cuatro cartuchos que le quedaban. Cuando ya apenas podía moverse, por la intensidad del dolor, recorrió los últimos 30 metros arrastrándose, boca arriba, con un solo brazo. En ese momento escuchó, por radio, una conversación que estaba teniendo lugar a no más de 15 metros y gritó: «¡Estamos aquí!, ¡estamos aquí!».
Una vez que llegó la ayuda, se reunió a todo el grupo y Miguel Ángel, ante la imposibilidad de andar, fue sacado a hombros por uno de los miembros del equipo de rescate.
EL PADRE ÁNGEL

Palabras (como libertad, paz o justicia) son muy bonitas, pero mucho mejor son las obras. Las palabras sobran, lo que hacen falta son hechos (Padre Ángel).
Ángel García Rodríguez nació en Mieres del Camino el 11 de marzo de 1937. Sacerdote diocesano, es fundador de la Asociación Cruz de los Ángeles y de la Asociación Mensajeros de la Paz. También es presidente fundador de la Asociación Edad Dorada y de la Fundación Mensajeros de la Paz.

Uno de los primeros destinos del padre Ángel una vez ordenado sacerdote fue ocuparse de la capellanía del antiguo orfanato de Oviedo, siendo aquel el germen de los primeros Hogares de Mensajeros de la Paz, en los que se criaban conjuntamente chicos y chicas. Muy pronto estos hogares se fueron extendiendo por toda España y después se empezaron a abrir en otros muchos países, principalmente en Hispanoamérica.
La actividad del padre Ángel es muy variada, con proyectos para la protección y mejora de la calidad de vida de sectores sociales vulnerables: discapacitados físicos y psíquicos, mujeres víctimas de violencia doméstica, inmigrantes, personas mayores…Una labor que le ha valido distintos galardones, como el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.
La bondad es el camino de la felicidad (Padre Ángel).

Ricardo Aller Hernández
FUENTES:
*https://profundospoemas.blogspot.com/2014/05/poema-de-federico-bermudez-y-ortega-los.html
*https://www.elmundo.es/madrid/2025/03/25/67e1c27b21efa046158b4575.html
* https://www.abc.es/especiales/aniversario-atentados-11-septiembre/policia-espaniol-rescate/
* https://ejercito.defensa.gob.es/personal/cruces_rojas/01_comandante_franco.html * https://www.mensajerosdelapazextremadura.es/e