Fue un 26 de enero de 1500 cuando la expedición de Vicente Yañez Pinzón con sus cuatro naves alcanzó la desembocadura del Amazonas, convirtiéndose en el primer europeo que pisó tierra del futuro Brasil.
Tendrían que trascurrir más de cincuenta años para que otro español, canario por más señas, dejase su huella en esas lejanas tierras; José de Anchieta, nacido en san Cristóbal de la Laguna, Tenerife, el 19 de marzo de 1534. Seguramente por la relación de parentesco de su padre con el padre Ignacio de Loyola, a los 14 años ingresó en el colegio de Artes de la Universidad de Coímbra. Hasta los 19 años cursó estudios de Filosofía, Humanidades, Cánones y Teología para cumplir con sus votos a los 19 años. En esos tiempo padeció posiblemente tuberculosis osteoarticular, por lo cual padeció “por toda su vida algún torcimiento”. Sin embargo, ello no mermaba su insistencia en desear partir hacia misiones. Efectivamente, en 1553, cuanto el rey Juan III de Portugal solicita del papa Paulo III religiosos para misionar a los territorios orientales del reino portugués, José de Anchieta es enviado a Brasil, y Francisco Javier a la India.
Zarpó de Lisboa para el Brasil el 17 abril 1553, en la tercera expedición de siete jesuitas, y llegó el 13 de julio 1553 a Salvador de la Bahía de Todos los Santos, y a la Capitanía de San Vicente el 24 de diciembre. Su superior, padre Manuel de Nóbrega, lo acogería en la pequeña población de Piratininga. Como era costumbre en las misiones jesuíticas, lo primero que hizo Jose de Anchieta fue aprender la lengua indígena del lugar, en este caso la lengua tupí, en la que llegaría a escribir versos e incluso obras de teatro. En Piratininga la tierra semejaba fértil y el agua abundante, lo cual unido a hallarse en una colina alta y plana, que facilitaba la defensa de los posibles ataques de los indígenas, impulsaron a los jesuitas a fundar el 25 de enero de 1554 un colegio, a cuyo alrededor comenzaron a levantarse casas que, con el trascurso de los años, se convirtió, por la fiesta del día, en Sao Paulo de Piratininga. Las dificultades de comunicación con el obstáculo del Camino del Mar no permitían el acceso al océano para dar salida al gran producto colonial, la caña de azúcar. En competencia con Sao Paulo se hallaban las zonas azucareras de Bahía y Pernambuco.
Si los franceses apoyaron a los rebeldes norteamericanos frente a los ingleses del rey Jorge, también lo hicieron en Brasil a favor de los indígenas contra los portugueses. Así, José de Anchieta, en abril de 1563, dirige una carta al general de los jesuitas, Diego Laínez, en la cual informa; “los indios tamoios vienen muy a menudo por diversas partes, por mar y por tierra a saltear, y siempre llevan esclavos de los cristianos, matándolos y comiéndolos”, es decir los tupis o tupinaquins. Era tan insostenible la situación que el padre Nóbrega y Anchieta se ofrecen como rehenes a fin de pactar la paz y poder con ella repoblar pacíficamente el territorio actualmente ocupado por Rio de Janeiro, entonces conocido como san Sebastián de Rio de Janeiro. La contienda de la armada portuguesa llegada y reagrupada gente de Sao Paulo, permitió el desembarco el 1 de marzo de 1563 en el territorio del dicho poblado tomando Anchieta parte directa en la fundación de Río de Janeiro. Con los indios de São Paulo, acompañó al fundador de la ciudad, Estácio de Sá; al entrar en la Guanabara, sucediéndose los ataques constantes de los enemigos, Anchieta instituyó el ‘arraial’ (romería) de São Sebastião. El 31 de marzo de 1564 salió para Salvador para estudiar la Teología, donde seria ordenado sacerdote en 1566
Jose de Anchieta vuelve a escribir al Provincial el 9 de junio de 1565, esta vez desde Bahía;
“Finalmente después de muchas contradicciones así de los pueblos de San Vicente como de los Capitanes y gente armada, a los que parecía imposible poblar el Río de Janeiro con tan poca gente y mantenimientos, el capitán mayor, Estació de Sá y el Oidor General Brás Fragosos, que siempre resistieron estos encuentros y contradicciones, determinaron llevar a cabo esta empresa que había comenzado “.
Y añade; “comenzaron a limpiar la tierra de matorrales «con gran fervor» y a cortar madera para construir la cerca, «sin querer saber de los tamoios ni de los franceses; el capitán mayor estableció en la entrada de la bahía, en el sitio limitado por la parte del mar por los dos morros Cara de Cao y Pan de Azucar, y por la parte de Guanabara”. Rio de Janeiro estaba surgiendo entre Caro de Cao y el famoso Pan de Azúcar.
El aprendizaje del tupi, aprovechando el atraque en la costa para reparar la embarcación averiada en su inicial viaje a san Vicente, no solamente propició su acercamiento a los indígenas sino también la labor del misionero como filólogo. Su ejercicio evangelizador se extendió por la franja costera del sureste de Brasil, en la cual habitaban un gran número de pueblos indígenas, especialmente con tres etnias, tapuias, tupíes y guaraníes. Estos, a su vez, se distribuían en más de 60 tribus (tupinambás, tabajaras, tupiminós, potiguaras, etc.), la mayoría de ellas caníbales. Sin embargo, todas ellas tenían en común su proximidad a una “lengua geral”, (“lingoa mais usada”, la llamaba Anchieta), el tupí (dialecto de la guaraní).
Se cuenta que adentrados en la selva Anchieta y otros jesuitas, se toparon con unos indígenas poco amables con los misioneros. Sin embargo, Anchieta logró permiso para celebrar la santa Misa. Y lo hizo en lengua tupi, traducidas las lecturas a dicha lengua. Maravillados los indígenas, no solamente los respetaron, sino que fueron la semilla para la evangelización de aquellas tribus.
De ese respeto y estima hacia la lengua indígena el padre Anchieta dejó constancia en distintos pasajes de sus obras, entre las que sobresale “Arte da lingoa mais usada na costa de BrasiL”. El establecimiento de la gramática de la lengua tupí vino a convertir lo que era una lengua de simple uso en una de estudio y escritura. De ello dejó constancia escrita Anchieta; “Não tém escrita nem caracteres, nem sabem contar, nem tém dinheiro; commutatione rerum compram uns aos outros; sua língua é delicada, copiosa e elegante, tem muitas composições e síncopas mais que os gregos, os nomes são todos indeclinaveis, e os verbos tem suas conjugações e tempos. Na pronunciação são sutis, falam baixo que parecen que não se entendem; em sua pronunciação não põem”.
También escribió un catecismo, Instrucciones para el bautismo, para la confesión. Incluso amplió este material con varios autos dramáticos y cantorales.: compuso un poema de 5.788 versos titulado “De Beata Virgine dei Matre Maria”, fruto, se dice, de una promesa a la Virgen por salvarle la vida. Cabe añadir, dos tratados de Derecho y Teología titulados “De iustitia et iure y De Sacramenti” y la obra épica sobre las luchas en Río de Janeiro “De gestis Mendi de Saa”.
En pleno trabajo misional, en la aldea de Reritiba, Espíritu Santo, falleció José de Anchieta, el 9 de junio de 1597. En su funeral, el Prelado de Rio de Janeiro le llamó “apóstol del Brasil”, y como tal sigue siendo considerado. Su nombre permanece como símbolo de la obra misionera y civilizadora realizada por los jesuitas en Hispanoamérica.
Los procesos canónicos se iniciaron con prontitud recogiéndose numerosos testimonios de sus virtudes y hechos maravillosos. Ya al siguiente año de su muerte vio la luz su primera biografía obra del padre Quirico Caxa.
Su restos fueron trasladados a Bahía en 1609, por orden del padre general Claudio Aquaviva, sin embargo, se perdió su localización.
José de Anchieta fue un modelo de cuanto Ignacio de Loyola esperaba de sus jesuitas; unido a Jesucristo, con iniciativas y experiencias nuevas, con plena disposición a servir a la Iglesia bajo el superior mandato del Papa. Escrito íntimos de José de Anchieta trasmiten experiencias místicas y vivencias taumatúrgicas.
Juan Pablo II lo beatificó el 22 de junio de 1980 y el papa Francisco lo canonizó el 3 de abril de 2014.
Por descontado, los fanáticos indigenistas mancharon de pintura roja la estatua del fundador de Sao Paulo, situada en una de sus plazas. Pero lo que no lograrán jamás es ensombrecer la inmensa labor civilizadora y evangelizadora de miles de misioneros españoles como el jesuita canario san José de Anchieta.
Francisco Gilet