Las fundadoras del primer convento carmelita en México

Si te gusta, compártelo:
Iglesia de Santa Teresa la Antigua

Las fundadoras del primer convento carmelita en lo que en el siglo XVI era el Virreinato de Nueva España, fueron las monjas concepcionistas Mariana de la Encarnación e Inés de la Cruz, aunque fue la primera la que nos ha dejado testimonio de su ardua labor para alumbrar la semilla de la Orden del Carmelo, obra de Santa Teresa de Jesús, en aquellas tierras. Se trata de la “Relación de la Fundación del Convento Antiguo de Santa Teresa”. Hoy en día, la Iglesia de Santa Teresa la Antigua conserva el legado del convento primigenio.

Mariana de la Encarnación e Inés de la Cruz profesaron en el convento de Jesús María, de las concepcionistas, primera orden religiosa femenina establecida en Ciudad de México. De hecho, las concepcionistas tuvieron amplia presencia en el Virreinato, a través de numerosos conventos y monjas. Sin embargo, nuestras protagonistas querían una vida religiosa más estricta.

Mariana de la Encarnación, natural de la misma capital americana, donde vio la luz en 1571, sintió pronto la vocación religiosa. A los 9 años ya era novicia del convento de Jesús María, pero al cabo de un tiempo, se decidió a abrir un convento de la Orden carmelita, que admiraba, en México.

No sería tarea fácil y de ello, nos dejó su testimonio en la “Relación de la Fundación del Convento Antiguo de Santa Teresa”, escrito en 1641, y que muestra la extraordinaria fuerza de voluntad de las mujeres que la acompañaron en su empresa — la principal, Inés de la Cruz—; así como el modo de vida en la Nueva España. Su propósito al escribir este precioso documento no era otro que el de “dejar escrita la fundación de este convento de Carmelitas Descalzas de México y los motivos y fines, tanto de la madre Inés de la Cruz como los suyos, para hacer esta fundación, habiendo sido muchos años religiosas del hábito de la Concepción”.

Nada más ingresar en el convento de Jesús María, la madre Mariana comprendió que las monjas se preocupaban poco de la formación de las novicias. Según sus palabras, “no se tenía el que era menester en criar y doctrinar a gente pequeña, faltome el magisterio necesario para las futuras misericordias que Nuestro Señor me había de hacer de oración, mortificación y ejercicio de virtudes”.

Santa Teresa de Jesús

Al profesar como concepcionista, se le encomendó en el convento el puesto de vicaria de coro, asignándosele tareas como la música de canto, de órgano y tocar un instrumento. Pero además de la música, su inquietud la llevó a profundizar en el estudio de la obra de Santa Teresa de Jesús, que le inspiraba una gran admiración.

Fue entonces cuando conoció a la que habría de ser su gran compañera en la obra que se había propuesto, Inés de la Cruz, “sujeto tan singular en virtud, habilidad, memoria y raro entendimiento”.

Inés de la Cruz fue seducida por la idea de fundar un convento carmelita, animando a Mariana a “que tratásemos de conseguirlo y procurásemos de comunicar con los padres carmelitas descalzos, pues los había en esta ciudad, para que nos diesen alguna luz en orden de conseguir nuestra pretensión”.

Mariana e Inés consiguieron el apoyo de personalidades relevantes de la capital del Virreinato, como entre otros, el hidalgo Juan Luis de Rivera, quien les dejó unas tierras en herencia, que tras no pocas vicisitudes y trabas legales, nuestras protagonistas consiguieron convertir en los cimientos de su convento.

Además, Mariana nombró como benefactores al doctor Quesada, a la marquesa de Guadalcázar y al arzobispo Juan Pérez de la Serna. El barco en el que regresaba a América este último desde España sufrió una terrible tempestad en pleno océano Atlántico. El prelado, aterrado, se encomendó a Santa Teresa, prometiéndole que si sobrevivía, ayudaría a la construcción de un convento carmelita, convirtiéndose así en uno de los principales impulsores del nuevo monasterio.

Sin embargo, aún habrían de pasar un tiempo de no pocas dificultades, a las que se sobrepusieron el empeño y tesón de las monjas Mariana de la Encarnación e Inés de la Cruz, además, claro está, de todos esos benefactores, y las aportaciones de numerosos fieles, y el trabajo voluntario de muchos más. En palabras de Mariana en su Relación, “parece que asistían en ella —se refiere a la obra, naturalmente— los ángeles según crecía, pues en menos de unos meses se acabaron iglesia y sacristía, confesionario, los color alto y bajo, locutorio, puerta y tres o cuatro celdas”.

Por fin, tras la inauguración del nuevo convento de San José de las Carmelitas, en 1616, ingresaron las primeras religiosas, Mariana de la Encarnación e Inés de la Cruz, a las que se fue sumando un incesante goteo de mujeres, seducidas por la obra inspirada por la primera Doctora de la Iglesia: “Fueron profesando las otras tres novicias por su orden, dándoles los velos y haciendo todos los oficios de nuestros padres carmelitas descalzos con mucha solemnidad, asistiendo el señor Arzobispo y virreyes”.

Fue en ese convento carmelita, al que dedicó su vida y que fue su hogar durante sus últimos años, donde Mariana de la Encarnación entregó su vida al Señor, el 6 de diciembre de 1657.

 Jesús Caraballo

Si te gusta, compártelo:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *