
Flandes se incorporó a la Monarquía Hispánica al ceñir la Corona Carlos I, que recordemos era natural de Gante y, por tanto, los naturales de aquellas tierras le veían como rey propio. Pero no sucedió así con su hijo Felipe II, nacido ya en Castilla. Son numerosas las causas que dieron pie a la rebelión de parte de ese Flandes frente a su señor natural, como su rechazo al pago de impuestos (casualmente las provincias más ricas del reino se oponían a contribuir al bien común, como sucede hoy en día con determinadas regiones españolas dominadas por el independentismo más abyecto).
Pero una de las razones de que la Monarquía española se empeñara en conservar aquellos territorios, parte de los cuales le opusieron feroz resistencia durante ochenta años, en una guerra costosísima en recursos y hombres, no era sólo la defensa de la razón que asistía al monarca como legítimo señor de esos dominios, sino y muy especialmente, la firme convicción de que debían poner freno a la expansión de la herejía protestante, que había encontrado especial aceptación en las Provincias Unidas.

La propaganda negro-legendaria anti española suele vender la imagen de un catolicismo oscurantista, cruel, atrasado…, frente a un protestantismo —en sus diferentes sectas, anglicanos, luteranos, calvinistas… — tolerante y liberal, obviando las persecuciones de Enrique VIII y su hija Isabel I a los católicos, en Inglaterra e Irlanda; el genocidio de alrededor de 250.000 campesinos alemanes perpetrado por los príncipes protestantes, alentados en su crimen nada menos que por Lutero, o la teocracia impuesta con mano de hierro por Calvino en Ginebra, que por cierto costó la vida a nuestro Miguel Servet, muerto en la hoguera.
En la Guerra de los Ochenta Años, España se desangró, también económicamente, y los temibles Tercios dieron lo mejor de si, por un magro resultado, conservando sólo la lealtad del sur de Flandes (básicamente lo que hoy es Bélgica).
Los rebeldes, imbuidos de su herejía, no se limitaron a la iconoclastia, es decir, la destrucción de las imágenes de las iglesias católicas, símbolo según ellos de idolatría, sino que persiguieron a los mismos católicos de toda condición, que no quisieron renegar de la fe verdadera y de su fidelidad al Papa.

Así, Flandes se regó con la sangre de numerosos mártires, entre ellos, los “ mártires de Gorcum” (en lo que hoy es Holanda). Se trata de 19 sacerdotes y religiosos torturados y ejecutados en la horca, por los calvinistas, en 1572, durante la rebelión contra el rey Felipe II. Precisamente el pasado 9 de julio, se conmemoraba su festividad.
Uno de los casos más singulares de estos mártires fue el del sacerdote Andrés Wouters, ya que al contrario que el resto de sus correligionarios, religiosos de conducta irreprochable, éste llevó una vida disoluta y poco edificante, nada acorde con su estado eclesial, pero que, sin embargo, en el momento decisivo del martirio, decidió voluntariamente seguir a sus compañeros, para dar testimonio de su fe católica y para redimirse de sus muchos pecados.

Y es que Andrés Wouters de Heynoord — 1542 a 1572 —, perteneciente a la diócesis de Harlem, era un borracho y mujeriego. De hecho, vivía con una concubina y tenía varios hijos. Su propio obispo le había apartado de toda función sacerdotal. Y sin embargo, sería beatificado con el resto de sus compañeros, en 1675, por el Papa Clemente X, y canonizado también con ellos, en 1867, por Pío IX.
El contexto es el de las sangrientas disputas dentro del propio bando protestante —aún más crueles que las que mantuvieron contra los papistas —, entre luteranos y calvinistas, en las que se impusieron estos últimos. Tras su victoria frente a sus oponentes, los calvinistas se rebelaron contra el Rey. Se hacían llamar “los mendigos del mar”, o sea, piratas, que tras su derrota a manos del Duque de Alba, buscaron refugio en islas cercanas a la costa. Se trataba de gentes sin ningún arraigo, la hez de todo el continente, a los que sólo el odio a los católicos y la sed de botín les unía.

Pese al éxito inicial de los Tercios españoles, el Conde de La Marck obtuvo una gran victoria, el 1 de abril de 1572, al conseguir conquistar la ciudad de Brielle, en la desembocadura del río Mosa. Y poco después, el 26 de julio, sus tropas lograron ocupar Gorcum o Gorinchem. Tras arrasar las iglesias católicas y quemar cuántas imágenes encontraron a su paso, decidieron exterminar al clero secular y regular del lugar.
Detuvieron a 9 frailes franciscanos, 2 hermanos legos de su monasterio, al párroco de la villa y su coadjutor, a un sacerdote y al director del convento local de la Orden de San Agustín. A estos quince, se les sumaron luego otros 4 más, un premonstratense, un dominico de una parroquia cercana, quien tras enterarse de la detención de los religiosos acudió a proporcionales los sacramentos, un norbertino que había vuelto al buen camino tras una vida un tanto frívola y de desobediencia a sus superiores.
Pero lo que causó realmente sorpresa a propios y extraños es que, en el último momento, acudió Andrés Wouters. El mérito es que Wouters se presentó voluntariamente sabiendo el final que esperaba a los religiosos, y en su deseo de expiar una vida poco edificante y alejada de lo que se esperaba de un sacerdote ejemplar.

El líder rebelde Guillermo de Orange aconsejó a “los mendigos del mar” que no fueran excesivamente rigurosos con los detenidos, pese a lo cual, los religiosos fueron objeto de salvajes torturas, en Gorcum. Luego, desnudos para mayor escarnio, fueron trasladados a Brielle. Durante su traslado, los criminales cobraban al populacho ávido de la sangre que se esperaban de tan cruel espectáculo.
Pese a que fueron conminados a renegar de su fe, con la vana promesa de salvar sus vidas, ninguno renegó de sus creencias, al contrario, todos sin excepción dieron testimonio de la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino consagrados en la Eucaristía.
Los calvinistas se emplearon con especial contundencia contra Andrés Wouters, conocedores de su pasado. Sin embargo, éste no se arredró, contestándoles “Fornicador siempre fui, más nunca hereje”.
Enfurecidos, los secuestradores procedieron a la ejecución, colgando a los 19 religiosos de una viga en un establo, con la soga dispuesta de tal forma, que se prolongara lo máximo posible la agonía. Tras la ejecución ante el almirante Luney, furibundo anti papista, quien asistió complacido al cruel espectáculo, descuartizaron los cuerpos de los mártires.

Sólo 40 años después de los terribles hechos, en el transcurso de una tregua de la Guerra de los Ochenta Años, sus cuerpos pudieron recibir cristiana sepultura. Actualmente sus restos reposan en una iglesia franciscana de Bruselas.
V.G. Estius Van Est conoció a los mártires, recogiendo su ejemplar historia, en 1603, en su “Historia de los mártires de Gorcum”.

Jesús Caraballo