Los obispos en la sociedad visigoda, los monjes y el culto a los Santos

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Concilio de Elvira,

Tenemos constancia que desde el siglo III algunos obispos de Hispania, como el de Mérida y la Comunidad de Zaragoza, estuvieron en contacto con Cipriano de Cartago, prelado de gran influencia en el Occidente romano. Esta realidad quedó constatada a principios del siglo IV con el Concilio de Elvira, celebrado en la actual Granada. Desde entonces hasta la época visigoda, los obispos fueron incrementando su influencia en la sociedad, se convirtieron en líderes políticos, religiosos y patrimoniales.

Las tendencias ascéticas no fueron bien acogidas en un principio, cuando los obispos reunidos en Zaragoza en el año 380 mencionaron la palabra monachus, esta se recibió con recelo. Ciertos sectores del episcopado no veían con buenos ojos los inicios de estas iniciativas monacales ― el priscialismo estaba demasiado vivo y los obispos desconfiaban de que los nuevos ascetas tuviesen influencia de esta desviación ―. Aun así, hay datos que avalan la extensión del monacato desde el siglo IV en distintas provincias de Hispania.

En el año 546 los obispos reunidos en Lérida asumieron la independencia de los monasterios, a la vez que mostraban su preocupación por la proliferación de los mismos, ya que podían servir para que los poderosos evadiesen sus responsabilidades patrimoniales hacia los prelados construyendo iglesias privadas.

Victorian de Asán

En el siglo VI se documentan las fundaciones creadas por Victorian de Asán en los Pirineos, Martín de Braga en Gallaecia o el obispo Justiniano en Valencia. En la zona riojana del Alto Ebro destacó Emiliano, su pequeño oratorio ascético atrajo la mirada de muchas gentes que venían del entorno, y a su muerte recibió el culto de santo, dando origen a lo que se convertiría en San Millán de la Cogolla. Además, tenemos referencias de entradas desde el norte de África como la de Donato y varios monjes más que trajeron con ellos una importante biblioteca y fundaron el monasterio servitano, que sería uno de los más importantes de la época visigoda.

Leovigildo

Por la misma época sabemos que Leovigildo, rey arriano, le concedió una hacienda a Nancto, abad de origen africano, para que se instalara. En la segunda mitad del siglo VI ya había personajes que habían participado del monacato y tenían gran influencia como Leandro, obispo de Sevilla, y Juan de Bíclaro, obispo de Gerona.

La conexión entre obispos y monasterios fue una auténtica realidad. En Mérida el obispo Masona fundó numerosos monasterios. Aun así, hubo conflictos por el alejamiento que pudieron tener ciertos cenobios sobre la autoridad del obispo. Por este motivo, en el IV Concilio de Toledo (633), se recomendaba a los obispos que estableciesen un control sobre los monasterios, pero al mismo tiempo se insistía en que no ejerciesen un dominio integral y patrimonial de los mismos.

El resultado fue que comenzaron a circular varias reglas monásticas (regulae) que sirvieron como norma para los monjes, tanto a nivel litúrgico como de trabajo, de comportamiento y de convivencia monástica. Las reglas más relevantes que se extendieron fueron las de Juan de Bíclaro, san Isidoro de  Sevilla y la de san Fructuoso de Braga. El propio Fructuoso, avanzado el siglo VII, fundó monasterios en el noroeste peninsular como obispo de Braga y Dumio.


Crónica mozárabe de 754

Por la Crónica mozárabe de 754 sabemos que el rey Wamba colocó en las puertas de Toledo unas inscripciones, en ellas elogiaba los trabajos realizados en la ciudad y se solicitaba la protección de los santos. Esto nos sirve como ilustración sobre la importancia social y religiosa que supuso el culto a los santos.

En Hispania el culto a los santos se recoge en época tardorromana, especialmente en las ciudades. Los casos más conocidos fueron los de Fructuoso, Augurio y Eulogio en Tarragona y Eulalia en Mérida. Los textos del poeta hispano Prudencio contribuyeron a difundir el culto. Las ciudades empezaron a asociarse a la protección divina del santo. Ya en el siglo V el rey godo Teodorico II desistió de saquear Mérida, por temor a la patrona mártir local, santa Eulalia, que era venerada en la ciudad desde el siglo IV.

Gregorio de Tours contó que en un ataque de los francos a Hispania, cuando las tropas de los reyes Childeberto y Clotario llegaron a las puertas de la ciudad Caesaraugusta, los habitantes exhibieron en procesión por las murallas la túnica de san Vicente. Las tropas francas por temor a que el santo interviniese se retiraron, ya que el santo fue invocado por la comunidad a través de una de sus reliquias.


Historia Gothorum

De forma parecida, en el siglo VII san Isidoro de Sevilla, narró en su Historia Gothorum que la campaña del rey Agila para someter a Córdoba fue un fracaso. Según el prelado hispalense, la derrota y la muerte del hijo del rey se debieron a que este profanó la iglesia del mártir Acisclo.

Desde el momento en que el culto a los santos se generalizó, comenzó el movimiento de las reliquias de los mismos de forma descontrolada, por ello, los obispos tuvieron que establecer procesos de control tras reconocer en varios concilios que se estaban produciendo abusos, tanto en la posesión de las reliquias como en la ostentación de las mismas por los prelados.

José Carlos Sacristán

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