Los maoríes son un pueblo prácticamente desconocido y misterioso para los españoles. Se sospecha que arribaron a Nueva Zelanda para poblarla sobre el siglo X, provenientes de las islas Cook, Marquesas, Taití y Hawai, llegando a las Antípodas en unas grandes piraguas oceánicas dotadas de velas triangulares, por lo que se les supone como unos expertos navegantes a pesar de las limitaciones técnicas de sus embarcaciones y herramientas de navegación, ya que dicha proeza náutica no es pequeña precisamente.
Por otra parte, muchos nos imaginamos a los maoríes como unos grandes y temibles guerreros polinesios de siglos pasados, que tienen todo el cuerpo tatuado con intrincadas y laboriosas figuras geométricas que sirven para “vestir” su alma y provocar el miedo en sus enemigos, llegando incluso a comérselos una vez que los han sometido para que su fuerza y espiritualidad pasara a los cuerpos de los vencedores como una creencia mística o religiosa. Tal cosa se pudo comprobar en 1809, cuando una tribu maorí devoró a setenta marineros británicos del bergantín Boyd cuando estos maltrataron al hijo del jefe tras ser acusado falsamente por un delito que no había cometido.
Sería precisamente dos años después de ese incidente en Nueva Zelanda cuando nació en Valverde del Majano, en la provincia española de Segovia, Manuel José de Frutos Huerta, que, siendo hijo de un comerciante de lana, decidió en su edad adulta que quería descubrir el mundo más allá de los límites de su pueblo. Así pues. en 1833 viajó hasta América, pasando al Perú, donde consiguió enrolarse para trabajar como marino en un ballenero británico, el Elizabeth. En dicho trabajo, muy duro y peligroso, podía ganarse un buen dinero, ya que el aceite de ballena (muy usado para encender las lámparas que iluminaban la noche en muchas ciudades europeas y norteamericanas) y otros derivados de la caza de estos grandes cetáceos, eran muy apreciados en Occidente, provocando una gran demanda de estos productos.
El ballenero Elizabeth arribó en 1834 a Port Awanui, en la costa este de Nueva Zelanda, posiblemente para cargar víveres frescos y agua, desembarcando allí Manuel José, que seguramente se debió quedar asombrado al ver por primera vez a los maoríes neozelandeses de la tribu de los engatiporou, que se acercaron a su barco con aquellas hermosas piraguas de estilo polinesio, que para su prisma de hombre castellano le tuvo que resultar muy exótico observar a aquellas personas con su piel llena de grandes tatuajes. Seguro que le tuvo que dar miedo. No obstante, entabló en seguida un buen trato con ellos, surgiendo la amistad y decidiendo quedarse en esa lejana tierra, estableciéndose en Ngati Porou y creando una familia, sembrando también allí una semilla de olivo que siempre guardó en su equipaje desde que partió de España. Esa semilla que germinó en las antípodas significó el enraizamiento de Manuel José con su nuevo hogar, ya que de esa semilla de olivo nació un árbol que simboliza también el nacimiento de una nueva tribu de maoríes.
Poco a poco Manuel José fue prosperando en Nueva Zelanda, llegándose a casar con cinco esposas (una costumbre aceptada por los maoríes de esa época) y creando una amplia descendencia con ellas, que se llamaban Tapita, Kataraina, Mihita Heke, Uruhana y Maraea, y que tras nueve hijos han ido enramándose hasta los 20.000 descendientes actuales, dado lugar a una de las tribus más curiosas y asombrosas de las Antípodas: la tribu de los Paniora
Paniora viene a ser la palabra “espaniola” derivada de “española” con la que los maoríes llamaron al principio a Manuel José por ser esa su nacionalidad, deformándose seguramente por la pronunciación y el paso del tiempo. A partir de ese momento esa sería la etiqueta identificativa de nuestro protagonista y sus descendientes. Pero ocurre que los maoríes solamente transmiten sus conocimientos e historias mediante la tradición oral, por lo que poco a poco se fue perdiendo el conocimiento sobre el origen de aquel marinero español que un día llegó a Nueva Zelanda y fundó una tribu maorí.
Resulta que para los maoríes es necesario conocer el origen de sus ancestros para trascender, pero de paniora solo tenían datos muy vagos, como su posible origen castellano y poco más, por lo que desde hacía generaciones se sentían frustrados y estigmatizados por este asunto. Por suerte un buen día la periodista neozelandesa Diana Burns se puso a investigar, ya en el siglo XXI, de dónde provenía aquel español que un día sembró un olivo y fundó una gran familia maorí. Primero entrevistó a los paniora más ancianos, que recordaban algo sobre un lugar que era “un valle verde” en Castilla. A partir de ahí fue uniendo cabos, buscando la pista en ciudades españolas que pudieran coincidir con ese dato. Poco después consiguió contactar con la historiadora española María Teresa Llorente, que inició la búsqueda sobre el terreno, consiguiendo entre ambas lograr la conexión con Valverde del Majano.
Allí pudieron consultar las partidas de nacimiento de la parroquia local y pudieron cerrar el círculo. Por fin los paniora sabían de donde había venido el fundador de su tribu.
En 2007 una primera expedición de maoríes paniora viajaron desde las antípodas hasta España para visitar la tierra donde nació Manuel José. Allí descubrieron que tenían familia, ya que Manuel José tenía dos hermanas. Nos podemos imaginar el asombro de esos segovianos al descubrir que tenían familia maorí. Enseguida hubo un hermanamiento fraternal entre ambas partes, sucediendo algunas anécdotas tan divertidas como el preguntar el alcalde de Valverde del Majano al patriarca paniora si tenían algún alimento prohibido por motivos religiosos (pensemos en los referentes de los musulmanes y judíos que tenemos los españoles) a lo que con mucho humor respondió, que los maoríes comían de todo, incluso se los podría comer a ellos si hacía falta…,evidentemente el jefe paniora lo dijo en broma, ya que los maoríes actuales no practican el canibalismo.
Como curiosidad merece la pena destacar que los maoríes consideran a las ballenas desde siempre como animales sagrados, que simbolizan protección y fuerza, contando su mitología que una ballena salvó la vida del guerrero Paikea cuando su piragua naufragó lejos de la costa. Los paniora también opinan que fue gracias a las ballenas que Manuel José llegó a Nueva Zelanda para fundar su tribu en la Costa Este, puesto que arribó a bordo de un buque ballenero.
En la actualidad los restos de Manuel José reposan en un mausoleo levantado en 1980 por sus descendientes paniora en Taumata, con vistas al rio Waiapu y al océano, donde es venerado por los suyos. El olivo que trajo desde España y que sembró en 1834 aún existe y sus raíces son fuertes en Nueva Zelanda. En Valverde del Majano quedó un totem maorí con dos piedras de jade verde como símbolo de unión y hermanamiento de los paniora con la tierra de origen de su ancestro.
Jesús Caraballo
me gustaria si se puede saber si Manuel Jose de Frutos tuviera antecesores en otro lugar de Segovia
que se llama Pinilla Ambroz. Yo me apedillo de Frutos y mis antecesores provienen de alli.
Y de otro lugar que se llama Tabanera. gracias
Me ha conmovido la historia. No hay nada como ser castellano: valiente, humilde y generoso.