Nació en Badajoz en 1485 y murió en Guadalajara (México) el 4 de julio de 1541.
Su periplo en el Muevo mundo dio comienzo en 1510 cuando, como señala su compañero Bernal Díaz del Castillo “siendo un pobre soldado, aunque de noble sangre, con una espada y una capa pasó a estas partes a buscar la vida”, llamado por su tío que, residente en La Española desde 1499, ejercía el cargo de regidor del ayuntamiento.
Pronto se enroló para la conquista de cuba, bajo las órdenes del gobernador Diego de Velázquez organizó para la conquista de Cuba.
Corría el año 1511, y con sus veintiséis años, destacó en su capacidad de mando, siendo que en 1513 fue nombrado capitán al tiempo que era designado encomendero.
El 25 de enero de 1518 Juan de Grijalva llevó a cabo una expedición al continente que acabaría en Yucatán. En la misma figuraba Pedro de Alvarado al frente de una nave, y en tierra se distinguió en los enfrentamientos con los naturales. Esta expedición, que recorrió gran parte del golfo de México, daría como resultado el descubrimiento del formidable imperio azteca, noticia que él mismo llevaría, por encargo de Grijalva, al gobernador de Cuba.
El 18 de noviembre del mismo año zarpó de Cuba la escuadra de Hernán Cortés, en la que figuraba Pedro de Alvarado como socio, con el aporte de soldados, caballos y armas en una nave de la que era capitán y armador.
Colaborador necesario en la dirección de la empresa, demostró gran valor en todas las situaciones, destacando en las campañas de Tabasco, Centla y Ulúa, y una vez alcanzada la paz con los tlaxcaltecas, este Tonatiuh (dios del sol), como dieron en llamarle los tlaxcaltecas por ser rubio y corpulento, casó con la hija del cacique Xiconténcatl.
Hombre de temperamento y con capacidad de mando, en mayo de 1520 sería nombrado responsable de Tenochtitlan, cuando Cortés partió precipitadamente para enfrentarse a las tropas que el gobernador de Cuba había enviado al mando de Pánfilo de Narváez y que llegaban para detener a Cortés.
Alvarado quedó en Tenochtitlan con ochenta españoles y unos centenares de tlaxcaltecas, siendo que el 16 de mayo de 1520 los aztecas celebraban la gran fiesta del Toxcatl en honor del dios Uitchilipochtli a quien sacrificaban anualmente varios miles de víctimas humanas.
Alarmado por la situación, Alvarado ordenó a sus hombres matar a todos los nobles aztecas, ocasionando la conocida como “Matanza de Tlatelolco”.
Nunca se sabrá el motivo que originó la matanza, pero no cabe duda que fue el conjunto de varias circunstancias entre las que no están lejanas la situación de acoso a que se veían sometidos por parte de la nobleza azteca, el odio que los tlaxcaltecas tenían por los mexicas, y la necesidad de impedir la matanza de inocentes en honor de Uitchilipochtli.
Es el caso que sacerdotes y nobleza sucumbieron ante el ataque de los españoles, lo que acabó ocasionando un levantamiento popular que tuvo como consecuencia primera la muerte de varios subordinados de Alvarado y el inicio de una revuelta que acabaría en la Noche Triste del siguiente 30 de junio.
A su vuelta de Veracruz, Cortés pidió explicaciones a Alvarado, que justificó su actuación en el riesgo real de que en las fiestas se procediese a ejecutar ofrendas humanas y a dar inicio a una revuelta que acabase con la vida de españoles y tlaxcaltecas.
Mes y medio separa la acción de Alvarado y los acontecimientos de la Noche Triste. Mes y medio en el que nobleza y sacerdotes aztecas supieron utilizar los acontecimientos del 16 de mayo para soliviantar los ánimos de la población.
Tras la toma de Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, Alvarado realizaría diversas expediciones en las que conquistó la Misteca y la zona costera de Tehuantepec. El 6 de diciembre de 1523, al frente de trescientos soldados y mil auxiliares tlaxclatecas, cholutecas y mexicas, inició una expedición a Centroamérica, donde encontró los reinos de los quichés, cakchiqueles, zutuhiles, mames y pipiles, que sumaban una población cercana al millón de personas y poseían unas estructuras sociales, políticas y económicas razonablemente desarrolladas.
Con las técnicas pactistas ya desarrolladas por Cortés, se alió con los cakchiqueles, enemigos declarados de los quichés, pero la acción no fue definitiva dada la estructura política de la civilización maya, que no estaba sometida a un mando único. La independencia de los pueblos significó que la lucha hubiese de reproducirse en cada ciudad, lo que adquiría además caracteres especiales ya que los mayas eran expertos en la guerra de guerrillas, que acosaban permanentemente al ejército de Alvarado mediante emboscadas de un enemigo casi invisible que desaparecía en la selva. Fue, inequívocamente la alianza con los pueblos la que finalmente posibilitó la sumisión de los mayas.
El seis de junio de 1524 venció a los pipiles, y acabó sometiendo un territorio de cerca de dos millones de kilómetros cuadrados.
El año siguiente, el hermano de Pedro, Gonzalo, volvió contra los pipiles y les tomó su capital de Cuscatlán, de donde serían expulsados en 1526. Hasta un total de cuatro expediciones sufrieron los pipiles hasta que fueron definitivamente vencidos en 1528.
Pero Alvarado no era exactamente como Cortés y no tardó en enfrentarse a sus aliados cakchiqueles, que tan esenciales habían resultado en la conquista de quichés y zutuhiles.
Alvarado pidió montones de metal amenazando con la muerte a los cakchiqueles, a quienes acabó imponiendo terribles tributos, entre los que no fue menor el aporte de cerca de un millar de indios, dedicados a lavar oro, y otro millar para servicios personales.
Alvarado acumulaba juicios por el trato dado a los indígenas, a quienes esclavizaba. En 1527 era sometido a juicio en España, donde trabó amistad con Francisco de los Cobos, secretario que era de Carlos I. Esta relación no sólo posibilitó que fuese exonerado de culpas, sino que fue nombrado gobernador de la naciente Gobernación de Guatemala y, de esa manera, independizarse de la jurisdicción de Cortés.
Pera Alvarado era ambicioso, lo que le llevó a compaginar su gobernación con acciones de conquista, lo que supuso que, en diecisiete años que duró su gobernación estuviese ausente once años en tres periodos, de los cuales pasó cuatro en España dedicados a menudeos buscando apoyos políticos, y cuatro en una expedición que acabó enfrentándolo con Pizarro y Almagro, tras lo cual incorporó Honduras a la Gobernación de Guatemala.
Fue entonces cuando Alonso de Maldonado, juez de la Audiencia de México sometió a Alvarado a juicio de residencia, que contra lo ordenado, partió a España en 1536, donde permaneció hasta 1539, logrando la absolución del juicio de residencia y recuperando la Gobernación de Guatemala, y licencia para la conquista de las islas de la Especiería y de las Molucas en el Mar del Sur.
Alonso de Maldonado, paralizó el lavado de oro, suprimió el tributo de servicios personales, eliminó las ejecuciones que se venían aplicando por incumplimiento de los tributos y erradicó las extorsiones. Con la llegada de Alonso López de Cerrato como Presidente de la Audiencia de los Confines, la situación de los indios cambió radicalmente.
En su periplo para la expedición a las Molucas fue destinado a la Nueva Galicia a reprimir el levantamiento de los indios en el peñón de Nochistlán, acción que quiso solventar a su modo con los cien soldados de su cohorte, y desoyendo los argumentos del gobernador, Cristóbal de Oñate.
El 24 de junio de 1541 se presenta ante Nochistlán, pero al no poder asaltarla ordenó retirada, momento en que uno de sus jinetes cayó arrastrando en la caída a Alvarado, que quedó gravemente herido, siendo que a consecuencia del accidente murió en Guadalajara el 4 de julio de 1541.
Si todos los hombres tienen luces y sombras en su vida, el caso de Pedro de Alvarado es de carácter particular. Fundó muchas ciudades que subsisten hoy; pacificó una tierra sumida en continua guerra entre reinos y señoríos indígenas; se significó en su aporte para la evangelización de los nativos; como Cortés, creó un modelo de estado que poco después tomaría forma en el Reino, Capitanía General y Audiencia de Guatemala…
Evidentemente, Alvarado aprendió muchas cosas de Cortés, pero no parece haber aprendido las esenciales. Cortés no hubiese actuado tiránicamente, como lo hizo Alvarado, y probablemente, si Cortés hubiese estado en México el 16 de mayo de 1520, tal vez, y sólo tal vez, no hubiesen tenido lugar los acontecimientos que protagonizó Alvarado.
Alvarado demostró ser un hombre falto de diplomacia, falto de empatía y falto, al fin, de honradez, que no obtuvieron el merecido trato por parte de la Corona, como tampoco lo obtuvieron, pero en sentido contrario, esas dotes que sí estaban presentes en la persona de Cortés.
El dominico Antonio de Remesal dejó escrito:
El Adelantado D. Pedro de Alvarado más quiso ser temido que amado de todos cuantos le estuvieron sujetos, así indios como españoles. Y por esta causa usó con los unos y los otros algunas demasías y desafueros con muy poca justicia y razón.
Las acciones de Alvarado, siendo de envergadura, no alcanzan las acciones de Cortés, ni en conquista ni en trato humano, y son, tal vez, una mácula en la empresa americana; la mácula que sirve de argumento a la leyenda negra; la muestra que, no siendo ángeles, no todos los implicados en la empresa pretendían serlo .
Cesáreo Jarabo