RICARDO CODORNÍU, EL APÓSTOL DEL ÁRBOL

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27 de septiembre de 1923.

Hoy, José Martínez Ruiz, más conocido por su seudónimo Azorín, se ha levantado con la tristeza adherida en los huesos: Ricardo Codorníu, uno de sus más queridos amigos, ha fallecido.

La amistad entre el alicantino y el murciano data de hace muchos años, más de los que Azorín puede recordar. Tan estrecha ha sido su relación que incluso el escritor se inspiró en Codorníu para crear al personaje de don Leonardo en la novela Don Juan, publicada hace un año.

Don Leonardo tiene ocho hijos, treinta nietos, quince biznietos; es un roble centenario, venerable, con la fronda llena de pajaritos. La más fervorosa pasión de don Leonardo son los árboles. Siempre que se habla de los árboles, don Leonardo sonríe como un niño. Tiene el buen anciano la risa franca y los entusiasmos súbitos de los niños; ha llegado a la suma vejez con el candor inalterable de los seis años. …Don Leonardo es un ingeniero forestal, erudito y meticuloso. Las paredes de su despacho están llenas de cuadros con árboles; ha presentado trabajos meritísimos en varios Congresos; ha escrito monografías elogiadas en el extranjero. De cuando en cuando, a solicitud de los periódicos, escribe ligeros y graciosos artículos de vulgarización.

          Al recordar a su viejo amigo, de repente Azorín siente una punzada de inspiración. Ha vivido lo suficiente para saber que el dolor es fuente de creatividad, así que aún no ha terminado el desayuno cuando toma el recado de escribir, compuesto por pluma, tintero, secante y lacre, y da rienda suelta a su imaginación con un único objetivo: dar forma al más bello obituario que jamás se haya escrito.

Que las más bellas flores del Espuña, las más bellas flores silvestres, cubran su tumba. Que cuando los niños y los mozos vayan a la montaña, un recuerdo fervoroso para él brote en sus corazones. Que cuando en las horas ardientes del verano reposemos cobijados en fresca sombra, pensemos que esta sombra se la debemos a él. Que cuando en el otoño vayan cayendo doradas las hojas y nuestras plantas pisen mullida y dulce alfombra, consideremos que este grato caminar no lo tendríamos sin él. Que cuando nos detengamos frente a un bello árbol de tronco recio y recto, de ancha y sombra copa veamos en tan hermoso ejemplar una remembranza de él, y digamos entre nosotros: “Su vida fue recta como el tronco de este árbol y la sombra de su bondad amparó la desgracia y el infortunio”. Que cuando en las empinadas breñas veamos esos indómitos árboles montaraces que meten sus raíces entre las piedras y se levantan airosos sobre el abismo, tengamos presente la voluntad tenaz, perseverante, maravillosa, del hombre que logró cubrir de follaje verde la desnuda sobrehaz de la montaña. Que cuando en los días limpios contemplemos allá en lo alto, entre los claros del ramaje, el inmenso cielo azul, abriguemos la certidumbre firme de que su espíritu estará allá arriba, en la serena región de lo Inmortal.

Amigos: Que las más bellas flores de Espuña cubran su tumba; las más bellas flores silvestres

EL PERSONAJE

Ricardo Codorniu y Stárico nació en Cartagena el 6 de junio de 1846 en el seno de una familia de destacados comerciantes, terratenientes, políticos y científicos, como su abuelo, Manuel Codorniu Farreras, un destacado médico militar al que se le considera cofundador de la medicina militar española, junto con Miguel Andrés Stárico, destacado político durante el reinado de Isabel II.

          Desde pequeño, Ricardo demostró una curiosidad innata por las Ciencias Naturales, lo que le llevó a estudiar ingeniería forestal en la Escuela Especial de Ingenieros de Montes, en Villaviciosa de Odón, terminando la carrera en El Escorial, adonde se trasladó la Escuela y se impartió la docencia desde enero de 1871, año en el que Codorniu recibió su título. En ese mismo año, contrajo matrimonio con la también cartagenera Mercedes Bosch y Bienert, con la que tuvo ocho hijos.

Fue destinado al Distrito forestal de Murcia, pasando posteriormente a la Dirección General de Propiedades y Derechos del Estado, dependiente del Ministerio de Hacienda. El cartagenero describía la profesión como una especie de sacerdocio, cuya dignidad imponía deberes más estrechos que los que pesaban sobre los demás hombres, sobre los funcionarios en su conjunto, estimándose indispensable ser en todo tan digno como el que más(Ricardo Codorníu, https://repositori.udl.cat/)

En 1888, ya como ingeniero primero, fue destinado a la Comisión de Repoblación de la cuenca del Segura, con dos objetivos:regular los cursos de los ríos Guadalentín y Sangonera, que en 1879 habían causado unas catastróficas inundaciones, y proceder a la repoblación forestal de Sierra Espuña.

SIERRA ESPUÑA

El Sureste español esconde uno de los rincones naturales más bellos y repletos de historia de todo el continente europeo. Está en la Región de Murcia, un lugar de inequívocas influencias mediterráneas donde su denso bosque de pinar ha recreado uno de los escenarios naturales de mayor riqueza ambiental y humana. Se trata del Parque Regional de Sierra Espuña, uno de los más completos destinos ecoturísticos de la zona. Ubicado a unos 40 kilómetros de la ciudad de Murcia y 50 de la costa murciana, su diversidad de paisajes es tan sólo el primer motivo por el que merece la pena conocerla. (sierraespuna.com)

Sierra Espuña es un macizo montañoso perteneciente a la cordillera Bética, dentro de la cuenca del Segura. A finales del siglo XIX toda la zona  se encontraba en un estado ecológico lamentable, con la pérdida casi total de su masa arbórea y presentando graves procesos de desertización, debido a varias causas: por una ingente demanda de agua y de tierra para cultivo, al uso indiscriminado de la madera para la construcción de barcos y por la desamortización…Alumbraba el siglo XX y el riesgo de riadas y erosión era preocupante…

Lugar sagrado es un bosque

¡infeliz quien no lo aprecia!

Maldita de Dios la mano

que lo tala o que lo incendia (Ricardo Codorniu)

1889. Codorníu acometió la ingente tarea de reforestar toda Sierra Espuña, un trabajo ingente cuya experiencia inspiró más adelante la creación del Servicio Hidrológico-forestal en 1901, generalizado a todo el país.

El día 19 de marzo del año 1889 subí a pie al Morrón de Espuña, que por cierto estaba nevado, practicando un reconocimiento en las vertientes del Guadalentín, y al descender atravesando la cuenca alta del Espuña, llamado río con harta exageración, no vi ni un pino ni una sola encina. Deduje, por lo tanto, que había que repoblarlo todo (Apuntes de la Repoblación de Sierra Espuña).

Los primeros trabajos en Sierra Espuña dieron comienzo en junio de 1891 con la construcción de los diques para crear suelo en donde las siembras y plantaciones no pudieran ser socavadas en sus primeros años y hasta tanto que ellas por sí solas consiguieran la retención de tierras y evitaran las erosiones.

Las cifras de aquellas labores preparatorios son impresionantes: 240 kilómetros de vías de comunicación (caminos y sendas), 11 casas para ingenieros, capataces, guardas y operarios, 2 almacenes para material y semillas, 144 kilómetros lineales de diques en ladera; 420.000 bancalitos, 2 grandes diques reguladores de avenidas, 7 viveros y 1 balsa para su riego.

El pinar fue el elemento básico, principalmente el pino carrasco. La plantación se realizó a lomos de mula, mientras que para los sitios inaccesibles se disparaban piñones con escopeta.

El que dirigía los trabajos sembraba a la vez en el corazón de cada obrero el amor al árbol y las ideas de rectitud y justicia: predicando sin cesar, con la eficaz elocuencia del ejemplo, y haciéndose amar y respetar de todos por su bondad y energía. Los árboles crecieron, formando espesos rodales, las aves las poblaron y la sierra se transformó en un paraíso.

La repoblación de 5.000 hectáreas duró 12 años.

AÑOS POSTERIORES

          En 1909 se hizo cargo de la inspección de Repoblaciones forestales y piscícolas, aunque sin abandonar la dirección de la 3.ª División Hidrológico-forestal, y bajo su impulso se creó en 1911 la Sociedad Española de los Amigos del Árbol. Un año después ocupó la presidencia de la Sociedad Española de Historia Natural.

Se jubiló en 1913, con el grado de inspector general de 1.ª clase.

En 1915 fundó la revista España Forestal, además de contribuir a dinamizar la vida profesional del Cuerpo de Montes mediante diversas iniciativas que buscaban promover el intercambio de experiencias, como las llamadas las llamadas “Cartas forestales” entre los ingenieros de montes, y las “Asambleas forestales”, donde se debatían monográficos relacionados con las repoblaciones.

Codorniu fue además un pionero de la difusión del esperanto en España, la lengua internacional creada por el médico ruso Lázaro Luis Zamenhof en 1887. En 1902, los esperantistas de diversas ciudades murcianas fundaron la Sociedad Esperanto y, al siguiente año, se creó la Sociedad Española para la Propagación del Esperanto, de la que el cartagenero fue nombrado presidente.

El resto de su vida transcurrió entre conferencias y publicaciones relacionadas con la reforestación de los paisajes de España. En su intensa actividad defensora de la causa forestal, participó en la fundación de la Sociedad de Amigos del Árbol, lo que le valdrá el cariñoso apelativo de «Apóstol del Árbol», con el que se le conocerá el resto de su vida en virtud de su defensa a ultranza  de la conservación de los montes.

Lugar sagrado es un bosque

¡Ay de quien no lo venera!

¡Bendita de Dios la mano

que las montañas repuebla!

Toda esta intensa labor a favor de la Naturaleza será reconocida con valiosas condecoraciones como la Gran Cruz de Isabel la Católica, la Cruz del Mérito Agrícola o la Encomienda de Alfonso XII, entre otros.

Ricardo Codorníu falleció el 26 de septiembre de 1923 en Murcia a los 77 años de edad, acompañado de su esposa, sus ocho hijos, sus veintidós nietos y cuatro biznietos. Uno de esos nietos fue Juan de la Cierva Codorníu, inventor del autogiro. Él fue quien dio la primera lección a un joven Juan sobre aeronáutica, explicándole por qué volaba un avión.

Ricardo Aller Hernández

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