San Juan Diego, testigo de un cambio de civilización

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San Juan Diego

El 9 de diciembre se celebró la fiesta litúrgica de san Juan Diego, el primer santo indio de América, apenas tres días antes de la conmemoración de la Virgen de Guadalupe, de cuyas apariciones fue testigo, contribuyendo a la devoción que se le profesa a esta advocación mariana en todo el mundo y, muy especialmente, en América. También fue el tercer mexicano en ser canonizado, después de San Felipe de Jesús y el grupo de 27 mártires de la Guerra Cristera.
Juan Diego no era azteca, sino de la etnia chichimeca. Nació en Cuauhtitlán, que pertenecía entonces al reino de Texcoco. Fue bautizado en torno a 1524, junto con su esposa, que fallecería en 1529, por los frailes franciscanos.
Son bien conocidas las apariciones y sucesivos milagros de la Virgen, de las que fue testigo, en la colina de Tepeyac, en 1531, siendo ya viudo y cristiano devoto, a la edad de 57 años.
Pero siendo esto un acontecimiento realmente extraordinario, no menos importante fue la sucesión de hechos a los que asistió durante su vida, nada menos que el alumbramiento de una nueva civilización mestiza, que es el origen del actual México, entonces Virreinato de Nueva España.

Así es, en el transcurso de su vida, entre 1474 y 1548, una época que conocemos a través de los textos de fray Diego Duran, los Relatos de Chimalpaín, la Crónica Mexicáyotl de Tezozómoc, los escritos de Motolinía (el franciscano Toribio de Benavente), fray Bernardino de Sahagún, Bernal Díaz del Castillo, Fernández de Oviedo o Bartolomé de las Casas, entre otros, nuestro protagonista vivió sequías, inundaciones, terremotos, guerras… al igual que sus contemporáneos.
En concreto, vivió el reinado de 6 emperadores aztecas (tlatoanis) y de dos españoles. Cuando contaba cuatro años, se produjo la derrota, a manos de los purépechas de Michoacán, del emperador Axayácatl. Los michoacanos, que nunca fueron sometidos por los aztecas, sin embargo, fueron derrotados, en 1522, por los españoles, sin derramar sangre. Huyeron al oír el tronar de las armas de fuego, desconocidas para ellos. Decidieron invocar a sus dioses pidiendo amparo, con el sacrificio de 800 esclavos y prisioneros, pero Cristobal de Olid entró en la ciudad, derribando los templos, demostrando así la inexistencia de sus viejos dioses, siempre sedientos de sangre. Juan Diego, que a la sazón contaba 48 años, conoció sin duda estas sorprendentes noticias.

Templo Mayor de Tenochtitlán

Pero antes, en 1.487, cuando Juan Diego era apenas un niño de 13 años, tuvo lugar la nueva consagración del Templo Mayor de Tenochtitlán, durante el reinado de Ahuízotl, tío de Moctezuma y padre de Cuahtémoc. Para la celebración, se sacrificaron hasta 84.000 víctimas, tras lo cual, los guerreros, la nobleza y los sacerdotes aztecas dieron buena cuenta de la carne de los sacrificados. Hernán Cortés puso fin a esa orgía caníbal, cuando llegó a Tenochtitlán, en 1519 ― Juan Diego tenía entonces 45 años ― cayendo el Imperio Azteca apenas dos años más tarde.
Durante su vida, Juan Diego conoció el reinado de 2 monarcas españoles: Carlos I y Felipe II; 7 reyes de Texcoco, 2 de Tlatelolco, 5 gobernadores de indígenas, 2 Audiencias en el Virreinato de Nueva España, un Virrey, 5 papas, un arzobispo en México y dos obispados más. Asimismo, vio llegar a 3 órdenes religiosas, la fundación de 4 colegios, la biblioteca de la Catedral ― inaugurada el 21 de mayo de 1534 ―, y diversas bibliotecas conventuales.

Juan de Zumárraga

También conoció la imprenta, la primera en América, traída por el obispo Juan de Zumárraga; la aparición de las monedas; los animales domésticos comestibles como cerdos, gallinas u ovejas, y de otros animales útiles como asnos, burros y mulas, evitando así el oneroso trabajo que antes hacían siervos y esclavos, que debían cargar con pesados fardos, salvo cuando se podían transportar en piraguas.
También conocería de la existencia del continente europeo o el descubrimiento de las islas Filipinas; así como la construcción de cuatro hospitales. Sobrevivió a tres epidemias, incluida la que le costó la vida a su sabio tío Bernardino. Respiró aliviado con el fin de los sacrificios humanos y el canibalismo, y se sorprendió, no sólo con la llegada de aquellos extraños hombres blancos, sino también, más adelante, con la de hombres negros, alumbrando entre todos una nueva raza mestiza.
Tras esa azarosa existencia, san Juan Diego Cuauhtlatoatzin entregó su vida, no siendo beatificado hasta 1990, y canonizado en 2002, por el Papa san Juan Pablo II.

Capilla de san Juan Diego. Antigua Parroquia de indios

En la Villa de Guadalupe, en la Antigua Parroquia de Indios, se encuentra la casa en donde vivió al final de su vida el santo indio. En una ermita aneja a su hogar ―mandada construir por el obispo Juan de Zumárraga ―, custodió, en sus últimos 17 años, la famosa tilma milagrosa en donde quedó impresa la imagen de la Virgen. Se cree que los restos de Juan Diego se encuentran en dicha ermita original (la tilma se trasladó, en 1709, a la nueva Basílica de Guadalupe), pero dado su precario estado de conservación, no ha parecido pertinente hacer prospecciones para recuperarlos.

Jesús Caraballo

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