Simón Bolivar, su realidad ( I )

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Simón Bolívar, el genocida de Pasto, de Coro, de La Guaira… y de otros lugares, es objeto en estos momentos de una polémica generalizada, y conviene poner negro sobre blanco, obviando todo relato novelístico, cuál fue su actuación.

En principio, debemos tener en cuenta que los movimientos separatistas americanos tuvieron su origen en los intereses de Gran Bretaña, motivo por el obtuvieron un apoyo de primer orden en los liberales peninsulares, hasta el extremo que hubo una estrecha relación entre los militares pronunciados en España en 1820 y los diferentes caudillos separatistas.

La organización del separatismo tuvo lugar en Londres, donde se relacionaban personalmente y con frecuencia la práctica totalidad de los próceres, como Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José de San Martín, Mariano Moreno, Carlos de Alvear, Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera, Juan Pío de Montúfar, Vicente Rocafuerte… y más adelante otros, quienes además mantuvieron frecuentes contactos con los centros políticos de Estados Unidos y Gran Bretaña.

José María Blanco, alias Blanco White, que lo habíamos visto en 1808 lamiendo a los franceses, en 1810 creó en Londres el periódico El Español, que se convertiría en el órgano de los separatistas americanos, mientras el 21 de Julio de 1810, y al amparo de la situación de España, comisionados de Venezuela en Londres hicieron unas proposiciones a los británicos en las que se sometían a la protección de Inglaterra e hipotecaban el comercio y las explotaciones mineras a favor de esta.

Por su parte, Simón Bolívar, al objeto de completar su educación, había sido enviado por sus familiares a la Península el año 1799. Paso previo a su destino fue la Nueva España, donde permanecería por un período de tres meses.

Volvió a Caracas en 1802, de donde partió a Europa en 1803; y, tras contactos con personajes de la masonería, volvería en 1805 con el grado de maestro masón, tras haber evolucionado, al compás de la misma masonería, de una acendrada admiración por Napoleón a una oposición contumaz, la cual lo había acercado a la órbita británica, tomando relación con Humboldt, Oudinot, Delagarde…

En 1806 estaba de vuelta en Caracas dispuesto a colaborar con la intentona inglesa encabezada por Miranda; y en 1809, tras los sucesos del 19 de Abril, fue comisionado, junto a Andres Bello y Luis López Méndez, para informar al gobierno británico de las novedades ocurridas y para ponerse bajo su protección, según nos relata puntualmente Daniel O’Leary, el comisionado extraoficial británico para controlar los pasos del libertador.

Qué hizo brotar el odio contra España en Bolívar es cuestión que alguien podrá investigar; pero, en cualquier caso, no era compartido ese sentimiento en el seno familiar. La hermana de Bolívar, que acabaría siendo desterrada por el libertador, era monárquica y declaradamente patriótica; la cual se comprometió con la causa de España escondiendo en su casa a quienes huían del sanguinario Bolívar, a quien calificaba públicamente como loco.

          Loco o cuerdo, y según su lazarillo británico, Daniel O’Leary, se dedicaba  al estudio de la constitución británica, procurando imitar los usos y costumbres de sus protectores.

En 1811 Simón Bolívar proclamaba la independencia de Venezuela, al tiempo que la masonería comenzaba a sembrar su labor por América, y el triángulo Bolívar-Inglaterra-masonería, quedaba perfectamente delimitado por el propio Bolívar, que en un convite que dio en Caracas, proclamó que debía sus triunfos a la protección de Lord Cochrane, gobernador de Martinica.

Mientras tanto, y al amparo de Inglaterra, un ejército de masones inundó España. La actuación de casi todos ellos es, en el mejor de los casos, discutible; pero es preciso  destacar la acción que Carlos María Alvear, General de las Provincias Unidas, quién escribió sendas cartas  al gobierno de Gran Bretaña y a su representante en Río de Janeiro, Lord Strangford en las que, con el mismo espíritu del agente Bolívar, reclamaba el envío de «tropas y un jefe» porque, decía: «Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes y vivir bajo su influjo poderoso».

Con ese apoyo, que no tardó en llegar, el año 1813 dio Bolívar comienzo a la guerra de exterminio que despobló al país llevándose la vida de unas doscientas mil personas, el veinte por ciento de la población existente en 1800. 

Pero la acción llevada por el pueblo en armas derrotó, en mayo de 1815, a la Segunda República venezolana, por lo que Simón Bolívar se refugió en Jamaica, principal estación británica en el Caribe, donde, como había hecho antes Carlos María Alvear, mostraba sumisión a Inglaterra, diciendo, entre otras prendas:

Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América meridional. (Bolívar. Carta de Jamaica)

Su dependencia de Gran Bretaña y Francia la deja patente en un rosario de ocasiones.

Encontramos la Inglaterra y la Francia llamando la atención de todas las naciones, y dándoles lecciones eloqüentes, de todas especies en materias de Gobierno. La Revolución de estos dos grandes Pueblos, como un radiante meteoro, ha inundado el mundo con tal profusión de luces políticas, que ya todos los seres que piensan han aprendido quáles son los derechos del hombre, y quáles sus deberes.

Y en el mensaje a los habitantes de Nueva Granada de 30 de Junio de 1819, cuando las tropas británicas ya llevaban su tarea depredadora de manera ejemplar, señalaba:

De los más remotos climas, una legión británica ha dejado la patria de la gloria por adquirirse el renombre de salvadores de la América. En vuestro seno, granadinos, tenéis ya este ejército de amigos y bienhechores, y el Dios que protege siempre la humanidad afligida, concederá el triunfo a sus armas redentoras.

Armas redentoras que masacraron las poblaciones; armas redentoras que sometieron a la Hispanidad entera; armas redentoras que, literalmente, vaciaron las arcas de los virreinatos y transportaron los tesoros para mayor gloria de Inglaterra; armas redentoras que exterminaron pueblos indígenas; armas redentoras bajo cuyo auspicio se hundió el mercado de toda la Hispanidad en beneficio exclusivo del mercado británico; armas redentoras que, necesitando bases militares, no dudaron en quedarse gentilmente con las Islas Malvinas o con la Guayana.

          El 15 de Agosto de 1818 hizo una nueva declaración de sus principios:

Extranjeros generosos y aguerridos han venido a ponerse bajo los estandartes de Venezuela. ¿Y podrán los tiranos continuar la lucha, cuando nuestra resistencia ha disminuido su fuerza y ha aumentado la nuestra?

Algo que no sería una cita aislada. Es menester recordar las palabras pronunciadas el 25 de julio de 1819 por el coronel Manuel Manrique, Jefe del Estado Mayor de Bolívar, durante la batalla del Pantano de Vargas, donde muchos de entre la minoría de neogranadinos que componían el ejército, acabaron desertando, siendo los ingleses, comandados por el coronel James Rooke quienes tomaron la iniciativa, que fue premiada por Manuel Manrique, quien reconoció:

Merecen una mención particular las Compañías Británicas a las que Su Excelencia, el Presidente de la República, les ha concedido la «Estrella de los Libertadores» en premio de su constancia y de su valor.

Y al respecto, también es conveniente destacar las acciones que merecieron ese reconocimiento: los mercenarios británicos cometieron toda clase de vejaciones, violaciones, robos y destrozos. Hasta las iglesias fueron profanadas.

Pero la cuestión no se limitaba a lo simbólico; pues, a cambio del apoyo de Inglaterra, Bolívar ofreció entregar al gobierno británico las provincias de Panamá y Nicaragua, para que le sirviese de centro comercial, de apertura hacia el Pacífico mediante la apertura de un canal en el istmo.

Era 1826. En Panamá convocó un congreso, denominado anfictiónico. En el mismo, Bolívar rendía América en bandeja a la Gran Bretaña. Planteó varios extremos que culminaban con que Inglaterra alcanzaría ventajas considerables por este arreglo; unas ventajas que se concretarían, en primer lugar, en la consolidación e incremento de su influencia en Europa; una circunstancia que se vería netamente apoyada por asentarse en América como árbitro económico y político, con lo que obtenía un lugar de privilegio para sus relaciones con Asia, y en esa dinámica, aseveraba Simón Bolívar, con los siglos llegaría a conformarse una nación cubriendo el universo.

No es algo extraordinario ni exclusivo de Bolívar. Hay que tener en cuenta que San Martín estuvo asesorado por el agente británico James Paroissien, quien, cuando en 1824 el libertador pasó a servir a su majestad británica en Londres, lo acogería en su casa.

Y el triángulo Paroissien-Bolívar-Sanmartín se cerraría posteriormente, cuando Paroissien regresó al Perú; donde, siguiendo instrucciones de Bolívar, sería el asesor de Sucre en su campaña de invasión del Alto Perú. Paroissien desarrolló la segunda parte de su labor, la cual consistía en el control de las zonas mineras, lógicamente a favor de empresas británicas, de donde acabaría consiguiendo la recompensa más apetecida: ser director de las minas, cuya gestión había conseguido a favor de la Asociación de Minería de Potosí, La Paz y Perú, de capital británico, naturalmente.

Con todas esas relaciones resulta curioso cuando menos el calificativo de patriota que Bolívar a su ejército, siendo que, además, contaba con un altísimo número de mercenarios extranjeros. Fue el ejército realista, denominado así al que se mantuvo fiel a España, el que estuvo integrado en su inmensa mayoría por patriotas españoles americanos, el 90 por cien de los cuales pertenecía a las diversas etnias: indios, mestizos, pardos, blancos y negros, siendo el 10 por cien restante de patriotas españoles peninsulares, y mantendrán su continuidad únicamente por reemplazos de americanos.

Los reemplazos del ejército de Bolívar se componían en gran parte de refuerzos británicos y de alistamientos forzados que eran conducidos a los centros de operaciones bajo fuerte custodia para evitar su deserción. Observadores extranjeros consignaron en sus memorias que a los reclutas se ataba las manos durante las marchas y solo les eran entregados armas y caballos poco antes de entrar en combate. Pero, pese a esta vigilancia, los desertores fueron tan numerosos como los reclutas; los oficiales locales, en efecto, informaban continuamente que los indios desertaban de sus hogares y huían a las montañas.

Siendo así, el resultado final, favorable a Inglaterra, no se obtendría hasta que los resortes tendidos en la península no funcionasen como estaba previsto.

No era todavía el momento, y Bolívar, en un manifiesto acto de traición capturó, acusado de traición, al general Francisco de Miranda y lo entregó a los realistas, que lo remitieron a Cádiz.

Esta traición le valió a Bolívar un salvoconducto de los militares realistas que le permitiría huir a Curazao, ocupada por los ingleses, quienes, por cierto, también se quedaron con el botín de Miranda.

Ya en la segunda mitad de 1813 Bolívar había vuelto de Jamaica y había sido nombrado brigadier tras la batalla de Cúcuta. Entró en Caracas el 6 de agosto, y fue nombrado capitán general y libertador.

Es en estos momentos cuando  Bolívar decreta la  guerra a muerte contra los peninsulares y los venezolanos partidarios del Rey, dando inicio a espeluznantes asesinatos en masa de prisioneros, dirigido por él mismo.

Así, en febrero de 1814, en Valencia, ordena la ejecución, por supuesto sin juicio, de 800 prisioneros. Acto que se repetiría en La Guaira y en Caracas, donde el número de asesinados se elevó a unos mil.

La orden era contundente:

Por el oficio de US., de 4 del actual, que acabo de recibir, me impongo de las criticas circunstancias en que se encuentra esa plaza, con poca guarnición y un crecido número de presos. En su consecuencia, ordeno á US. que inmediatamente se pasen por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna.

Cuartel General Libertador, en Valencia, 8 de Febrero de 1814.

A las ocho de la noche.

Simón Bolívar.

Para justificar esta actuación, el panegirista y controlador británico Daniel O’Leary no encuentra otro camino que el adentrarse en la historia negra creada por ellos mismos, y acto seguido pone en manos de españoles aquello que los británicos demostraron dominar a la perfección.

Pero es necesario señalar la actuación llevada a cabo por los separatistas, al amparo de Inglaterra. Para ello, nada mejor que una cita de Luis Corsi:

En el curso de enero de 1813 el coronel republicano Antonio Nicolás Briceño, un verdadero delincuente, en asocio de algunos aventureros, principalmente extranjeros, lanzó el primer manifiesto de Guerra a Muerte en cuyo articulado se enuncia que para tener derecho a una recompensa o un grado bastará con presentar cierto número de cabezas en las siguientes proporciones: el soldado que presentase 20 cabezas sería hecho insignia en actividad, 30 le valdrían el grado de subteniente, 50 el de capitán, etc.; además, en la misma proporción se repartirían los bienes de las víctimas. Su texto fue enviado para ser refrendado a los generales Castillo y Bolívar, en sendas copias escritas con la sangre de dos ancianos peninsulares asesinados, cuyas cabezas adjuntó este «oficial de honor» como le denominó posteriormente Bolívar cuando a su vez supo de su fusilamiento por el «bárbaro y cobarde Tízcar». (Corsi, la fuerza: 76).

El terror al genocidio iniciado por las tropas del agente Bolívar precedía a su llegada. La fama de sus asesinatos corría de boca en boca. El despotismo, el ultraje y el saqueo tomaron cuerpo donde imperaban los separatistas; quienes, para mayor escarnio, hacían ostentación de su poder al amparo de los excesos que sobre la población indefensa ejecutaba un ejército de desarrapados que llevaba hasta el extremo el edicto bolivariano, que destruían todo a su paso: obrajes, pequeñas industrias…, todo aquello que perjudicaba a los intereses del mercantilismo británico, preparando el terreno para lo que vendría después.

Cesáreo Jarabo

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5 thoughts on “Simón Bolivar, su realidad ( I )”

  1. La Historia es el relato de los hechos acaecidos contrastados y verificada su realidad así como ilustrados con documentos del momento como hace Cesareo.
    La verdad no tiene que escandalizar a nadie ni nadi debe ni puede aprovecharse de ella. Simplemente es lo que sucedió con sus luces y sus sombras. Lo que no es de recibo es mentir inventándose lo que no sucedió con el fin de descalificar a unos y enfrentar a otros.
    Analicemos lo que realmente sucedió y que no se puede corregir, poniendo a cada actor en su sitio para aprender la lección y no repetir errores. Pero ante todo buscar y difundir LA VERDAD.

  2. En mi humilde opinión y evidentemente, hay que ahondar lo que nos une a hispanoamericanos y españoles. Pero si no se hace a partir de un conocimiento histórico aquilatado, justo y cierto, sería algo precario ya que se basaría sobre unas bases poco consistentes. Hay que partir del reconocimiento tanto de lo bueno y cierto, como de lo malo e incierto, venga de donde venga y se sea de donde se sea. Por otro lado, si se trata de respetar «sensibilidades», habrá que hacerlo «urbi et orbe».; algo que a la postre nos inmovilizaría en nuestra actitud crítica y racional. Más importante que respetar las diferentes sensibilidades (subjetivo) me parece más importante respetar y difundir la verdadera historia (objetiva). Eso sí, siempre respetando las formas. Muy cordiales y fraternales saludos.

  3. Desde hace 30 años (en mi caso y muchos mas en otros colegas) un minusculo grupo de investigadores venimos trabajando por la unión Hispanica. Ahondando en nuestras coincidencias y virtudes y trabajando para que ello nos beneficie reciprocamente a españoles e hispanoamericanos. Para ello debimos -naturalmente- obviar temas que sean sensibles a AMBOS (porque claramente hubo personajes siniestros en ambos lados y que hoy son respetados y valorados por unos y denostados por los otros). Todo en favor de la concordia y para beneficio de todos.
    Te imaginas Cesareo querido, como esto que escribes arruina ese trabajo? No, seguramente no. Deberias para eso vivir -como vivimos 3 millones de españoles- en America o -al menos- pensar en nosotros. Te imaginas a quien beneficia esta polémica? A los españoles no les importa un comino y a los hispanoamericanos que les interesa los pone en contra -no de ti, sino de ESPAÑA!!!-. Se benefician solo los de siempre: los separatistas.
    Por favor!!! Por favor!!! Un poco de sensibilidad!!! Y de criterio!!

    1. Creo que la verdad ni teme ni ofende, y además, el desconocimiento de la Historia, aspecto que tanto han trabajado los enemigos de España, es el mal. Salga a la luz toda la verdad. La verdad nos hará libres.

  4. Lamento que sigan dando pabilo a esta polemica que NO es ni internacional ni siquiera panhispanica: a lo unicos que les interesa denostar a este personaje es a un grupete de fanaticos antihispanicos. Si ANTIHISPANICO, porque por su fanatismo estan generando odio en contra de cientos de millones de colombianos, venezolanos, bolivianos, ecuatorianos y peruanos de bien que sob tan respetuosos de su viejo lider como millones de españoles lo son de otros lideres tan o mas traidores y genocidas que Bolivar. O Fernando VII cuyas farolas con su anagrama adornan media España no fue un traidor que abandonó y perdio medio imperio?
    Y el monumento que recuerda a este personaje, lo hizo poner Franco en agradecimiento a Venezuela que recibio a millones de españoles huidos por el hambre que hicieron la America siendo bienvenidos en Venezuela desde donde enviaban millones de dolares a sis familias en España…
    Por favor querido Cesareo, trabajemos ahondando lo que nos une!!!

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