TOMÁS OLLEROS MANSILLA, EL ÚLTIMO CONQUISTADOR DEL IMPERIO ESPAÑOL

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Tomás Olleros Mansilla

Como suele suceder en este desmemoriado país, que condena al ostracismo, a sus prohombres, incluso a sus héroes más insignes, la mayoría de ellos han caído en las garras del olvido más absoluto. Este es el caso de un marino y militar bejarano, Tomás Olleros Mansilla. Viajó por todo el mundo y navegó por los cuatro continentes. Combatió en Cuba, el Caribe, los lejanos mares del Pacífico y también en la Tercera Guerra Carlista. Fue uno de los pocos españoles en viajar, en misión especial, a China, Japón o Corea, y bien merece el título de último conquistador por la toma del archipiélago de las Tawi-Tawi, junto a Borneo, para la Corona española.

Tomás Olleros nació en Béjar el 14 de agosto de 1838, hijo del propietario de una importante fábrica textil que llegó a ser diputado liberal en las Cortes. De niño, a la sombra de las montañas salmantinas de su Béjar natal, decían que le encantaba leer historietas de piratas y filibusteros. Nada ni nadie se explicaba el origen de la vocación marinera del pequeño Tomás y menos aún que lo hiciese de forma tan temprana como decidida. De lo que no cabe duda es de que los sueños de aquel niño se elevaron muy por encima de las espesas frondas de la sierra de Béjar, en cuyo regazo creció.

Escuela Naval Militar

Cuando Tomás tenía solamente diez años, su padre le expuso a Isabel II que tenía un hijo que deseaba dedicarse a la carrera de las armas en el Cuerpo General de la Armada, suplicándole que se dignase a concederle “la gracia de aspirante de Marina con uso de uniforme y opción a plaza en el Colegio Naval para cuando cumpliese la edad”. Tomás llegó a Cádiz con catorce años, para ingresar en el Colegio Naval de San Carlos, sentando plaza el 22 de julio de 1852, siendo esa la primera vez que veía el mar.

Curtido por la disciplina, durante su formación quedaría embrujado por los puertos de La Habana, Veracruz, Río de Janeiro, Buenos Aires, sin olvidar la africana isla de Fernando Poo. De carácter audaz, siempre afrontó los peligros a los que se expuso, como algo inevitable y cotidiano, se mostraba enérgico, duro e inflexible en cuestiones del servicio, sin tolerar la más mínima indisciplina. Una leyenda afirma que en una travesía se hizo sacar una muela cariada en medio del océano. El barbero se confundió y le extrajo un diente sano. Con la encía en carne viva, le hizo volver a colocarlo en su sitio y sacarle la pieza infectada. Dicha anécdota casa bien con la flema que demostró como oficial en diciembre de 1873, resistiendo hasta el último cartucho en la ría del Nervión.

Port au Prince

Con tan solo veinticinco años fue destinado a Filipinas, desde donde viajó a China por primera vez. Combatió a los piratas en los mismos mares en que Emilio Salgari situó a su inmortal personaje Sandokán. También llevó a cabo misiones para rescatar cautivos y operaciones militares contra los belicosos “moros” de aquellas latitudes. También hubo de vérselas contra los filibusteros del Caribe, pues fue destinado en diferentes periodos de su vida a las Antillas españolas. A bordo de la corbeta Tornado, participó en la persecución del vapor filibustero Hornet que se refugió en Port au Prince (Haití) donde quedó bloqueado.

Su participación en multitud de misiones y hechos de armas lejos de la Península fue notable, pero sería en el solar de la vieja Hispania donde se hizo merecedor a la máxima condecoración, la Cruz de San Fernando. En aquella época España había obrado un milagro difícil de superar: estaba inmersa, de forma simultánea, en tres guerras. A la Guerra de los Diez Años, iniciada en Cuba en 1868, se añadiría la Tercera Guerra Carlista en 1872 y la rebelión cantonal al año siguiente, pocos meses después de proclamada la Primera República.

TERCERA GUERRA CARLISTA

En plena Tercera Guerra Carlista, el ejército absolutista se lanzó una vez más sobre Bilbao, el ejército de Carlos VII cerraba el cerco sobre Bilbao y la situación era muy comprometida. Olleros, tras una temporada en la Armada de Cuba, fue desplegado en el Cantábrico y puesto al mando de una pequeña goleta de hélice amarrada en el malecón de Portugalete. Tiro a tiro y cañonazo a cañonazo se batió en combate artillero con las baterías de tierra y las trincheras enemigas.

Portugalete, localidad estratégica en la boca de la ría, sufría desde el verano el asedio carlista. Olleros, recién retornado de Cuba, asumió el mando de la goleta Buenaventura el 19 de diciembre de 1873, amarrada en el malecón, resistiendo durante semanas, de forma milagrosa, pese a estar sometida a un constante fuego artillero y de fusilería desde las posiciones enemigas. En más de una ocasión, desembarcó para dar golpes de mano, se deslizó sigiloso sobre ellas junto a sus hombres en olvidados y brutales golpes de mano a tiro de revólver y golpe de sable. En enero, con la goleta repleta de muertos y heridos; agujerada y haciendo agua por todas partes, tuvo que abandonar la ría por miedo a irse a pique. Todo ello bajo un huracán de plomo disparado por los de la boina roja a menos de 200 metros. El diario personal de Tomás Olleros va desgranando combates y bajas, humanizando la barbarie bélica al poner nombre y apellidos a los que nunca saldrían de allí.

Solo la tenacidad del marino bejarano, también herido por un trozo de bala en una rodilla, hizo posible resistir hasta el 11 de enero. Ese día la Buenaventura se encontraba con treinta y dos balazos en el casco, pero ante la rabia y la desesperación de los carlistas, que ya lo creían una presa segura, salvó el buque in extremis. Pocos días después, tras medio año de asedio, caía Portugalete.

Ganó la Cruz de 1.ª clase de la Orden Militar de 1.ª clase de la Orden Militar de San Fernando por su valor, una de tantas medallas que reuniría a lo largo de su vida, aunque, poco después de su retirada, cayó Portugalete. El resto de aquella guerra, en la que por última vez un rey de España participó en combate, la pasó sobre un buque antes de ser enviado a los lejanos mares que tras su muerte inspirarían al Sandokán de Emilio Salgari y donde conoció a los piratas sobre los que tanto había leído de niño.

ORIENTE

No habría descanso para Tomás Olleros. Cercano a la cuarentena, por fin había encontrado el amor, aunque no podrá asistir ni a su propia boda con la gaditana Milagros Vernacci Moreau, celebrada por poderes el 30 de junio de 1877. El año anterior, terminada la última de las guerras carlistas, hubo de regresar a la isla de Cuba, donde tuvo de nuevo ocasión de demostrar su valía. Acompañó y llevó embarcado en numerosas ocasiones al general Martínez Campos, agregado a su cuartel general en tareas militares y políticas. Combatió tanto en mar como en tierra, mandando columnas en lugares hoy emblemáticos como Sierra Maestra, cuna de la Revolución cubana ochenta años después, y venciendo a los insurrectos en diferentes encuentros. Por todo ello, lograría su ascenso a coronel del Ejército y la Cruz del Mérito Naval con distintivo rojo.

corbeta Doña María de Molina

Al poco de regresar de tierras caribeñas, en 1879, sería de nuevo destinado a los lejanos mares de Oriente. Encargado de una misión especial, haría un singular viaje por China, Corea y Japón, como capitán de la corbeta Doña María de Molina. Se convertía así en uno de los pocos europeos que habían visitado ciudades como Pekín, Shanghái, Nagasaki o Yokohama. Obtendría por ello una nueva Cruz del Mérito Naval. Entre otros objetivos, tenía el de llegar a Pekín para conferenciar con el ministro de España allí acreditado. Fue condecorado, “Por el buen tino y acierto con el que desempeño la comisión que se le confió”.

De aquella época es una de las anécdotas más curiosas de su biografía, con su esposa, Milagros Vernacci, como principal protagonista. Le había acompañado a Filipinas, e inquieta por haber transcurrido varios meses desde la partida de su esposo para la misión en China, decidió ir a buscarlo. Para ello no dudo en embarcar en buque inglés que zarpaba con destino al Imperio chino, a pesar de ser la única mujer a bordo y no entender el idioma. Fue entonces cuando se desencadenó una de las terribles tempestades tan frecuentes en aquellos mares, hasta el punto de que el capitán hubo de atarla con fuerza a uno de los mástiles para salvaguardar su vida.

LA CONQUISTA DE TAWI-TAWI

Islas Tawi-Tawi

De las muchas misiones que desempeñó a lo largo de su vida, hay una que destaca por su especial significado y trascendencia: la conquista del grupo de islas Tawi-Tawi. Eran los tiempos de “la caza de colonias” y, aunque España tenía los derechos sobre Filipinas desde hacía siglos, aún existía algún remoto lugar del que no había tomado posesión formalmente, por lo que otras potencias podían adelantarse y reclamarlo. Ese fue el caso de Tawi-Tawi, archipiélago cercano a la isla de Borneo, cuyo nombre, de origen malayo, significa “lejos”.

Desplegado en 1879 en el apostadero de Cavite en las islas Filipinas, pronto escuchó hablar de los feroces ‘moros’ de aquellas latitudes, una constante fuente de preocupaciones y conflicto para las autoridades españolas, rebeldes y dedicados a la piratería, con los que se vería cara a cara en más de una ocasión. Destacaban los indómitos cazadores de esclavos y contrabandistas de los sultanatos de las islas de Mindanao y Joló que, cuando los primeros españoles llegaron al infinito archipiélago en el siglo XVI, ya eran conocidos por sus razias. La Armada solo pudo castigar sus guaridas a mediados del siglo XIX gracias a los buques de vapor.

A su llegada a Manila aún se reunían en Tawi-Tawi, un lejano conglomerado de islas junto a Borneo y que la Capitanía General llevaba tiempo planeando conquistar. Olleros sería el encargado de comandar la expedición, iniciada a finales de enero de 1882, para conquistar Tawi-Tawi, el archipiélago, situado entre Joló y Borneo. Olleros ya había participado en diferentes acciones contra ellos años atrás, cuando estuvo destinado por primera vez en Filipinas. Pero, de entre todas esas islas meridionales, había unas que se habían ganado una fama especial, el grupo de islas de Tawi-Tawi, que había sido y era el foco de la piratería y el nido donde se albergaba este azote de la humanidad para descansar de sus correrías cuyos ecos de crueldad de sus indómitos habitantes también llegaban a la Península.

Detalle de Mindanao oriental

Además de la necesidad de acabar, de una vez por todas, con ese foco pirático, urgía la ocupación efectiva del territorio. Tanto el Reino Unido como el Imperio alemán tenían puesta su vista en Borneo — sobre la que España tenía derechos — y también en las islas más meridionales de Filipinas. El protocolo de Madrid, firmado entre España y estas potencias el 11 de marzo de 1877, había reconocido, de forma implícita, la soberanía española sobre estas últimas, pero se hacía imprescindible tomar posesión de ellas cuanto antes, pues la cuestión ni mucho menos estaba cerrada.

Olleros sería el encargado de comandar la expedición de conquista. Para ello, contaría con una corbeta, un cañonero y tropas de infantería de marina. Tomás Olleros construyó fortificaciones y, tras varias semanas de salvajes combates navales, abordajes, emboscadas y lentas negociaciones, consiguió que el 9 de marzo de 1882 la bandera española ondeara en el archipiélago que se convirtió en la última conquista del Imperio que permitió el definitivo reconocimiento de la soberanía española sobre Tawi-Tawi, plasmado en el protocolo de 7 de marzo de 1885, firmado en Madrid.

Fue una conquista que naufragaría vapuleado por los EE. UU. poco después, cuando el 24 de agosto de 1901, la Gaceta publicaba el tratado por el que las islas Tawi-Tawi eran cedidas a los norteamericanos, a cambio de 100 000 dólares de la época.

REGRESO A LA PENÍNSULA

Archipiélago de Tawi-Tawi

Como buen marinero, Tomás Olleros Mansilla hablaba varios idiomas. Además de lenguas europeas, en una de sus múltiples estancias en Manila, la joya asiática del hasta entonces Imperio español, escribió un libro de gramática bisayo-cebuana. En 1886, llevaba más de media vida jugándose la piel. Quemado por el sol y la sal de las costas de África, América, Europa y, tras conquistar el remoto archipiélago de Tawi-Tawi en Asia, fue enviado a un tranquilo despacho en Madrid.

Corría el año 1886 cuando retornó a Madrid desde Filipinas para ocupar un importante puesto bajo las órdenes directas del ministro de Marina. Tras su llegada a la Villa y Corte, cambiaba el puente de mando de los navíos de guerra por los despachos de la Administración, siendo nombrado, entre otros cargos, oficial 1.º del Ministerio y encargado de la dirección del personal, vocal de la comisión para conmemorar el cuarto centenario del Descubrimiento de América, o secretario del recién creado Consejo Superior de la Marina.

príncipe Arisugawa Takehito

Su carisma y conocimiento de culturas y lenguas exóticas le hizo el hombre indicado para atender en persona, durante sus visitas a España, a mandatarios extranjeros como, por ejemplo, el príncipe Arisugawa Takehito; de visita en Europa y llegado de aquel Japón que se despedía de los samuráis; el emperador del Japón le enviaría después, en agradecimiento a los servicios prestados, dos magníficos bronces guarnecidos con las armas imperiales.

No cabe duda de que la personalidad de Tomás Olleros impactaba, como también lo hizo su mascota, recuerdo de Filipinas, una mona atada de un collar con la que paseaba por las calles de Madrid. Y compartía el carácter intrépido de su amo: en una ocasión escapó por el barrio de Salamanca. Al poco, la encontraron sitiada en una frutería, “comiendo plátanos y apedreando con huevos, naranjas y otras frutas arrojadizas a todos los clientes que no habían huido despavoridos”. El marino llegó justo antes de que la cosa pasara a mayores, redujo a la obediencia al exótico animal, compensó con largueza los daños ocasionados y aquello se convirtió en una de las sus más divertidas anécdotas.

Así, pues, al marino bejarano le correspondió el honor de haber conquistado los que fueron, literalmente, los últimos territorios del imperio en el que no se ponía el sol. Sin embargo, Tomás Olleros se libró de presenciar el triste final del Imperio, en cuya armada sirvió. Ascendido a capitán de navío y con solo 52 años y una prometedora carrera por delante, en 1890 fallecía de una pulmonía infecciosa. Superviviente de las furias del océano, enfermedades tropicales y acostumbrado al calor del combate en primera línea, el último conquistador de un imperio que agonizaba no resistió al frío y solitario invierno de la Villa y Corte.

Su comitiva fúnebre estuvo encabezada por el ministro de Marina, acompañado de numerosas autoridades y personalidades, y fuerzas de la Capitanía General de Madrid le rindieron honores de ordenanza. Nunca más volvería a surcar los soñados mares de su niñez.

Jaime Mascaró Munar

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