En muchas ocasiones es difícil distinguir la historia de la leyenda. Y en el caso del Rey Ramiro II de Aragón, mucho más. El hecho se remonta a 1135, según algunas fuentes, aunque la fecha exacta tiene escasa trascendencia. Lo cierto fue que el Rey vivía momentos delicados, viendo peligrar su trono, obtenido cuando la muerte de su hermano Alfonso I el Batallador, como consecuencia de la rebeldía y conducta de los nobles de su reino. Los nobles «fazían guerras entre si mismos en el regno et matavan et robavan las gentes del regno», según nos relata la «Crónica de san Juan de la Peña», por allá el siglo XIV. Ante el desaguisado en el cual se encontró el rey que se coronaba con la mitra episcopal, no se le ocurrió otra cosa que pedir consejo al Abad del convento del cual fue sacado para cubrirse con la corona de Aragón, o sea, el monasterio benedictino de san Ponce de Tomares. El abad solicitó el mensajero real que le acompañase al huerto. Y allí, cogiendo una hoz, cortó las coles que sobresalían de entre todas las demás. Para luego, decirle que simplemente le contase al Rey lo que había presenciado.
El Rey Cogulla, tomó buena nota de las palabras del mensajero, al tiempo que le llegaban las voces de sus nobles; «Don Ramiro de Aragón, el Rey Monje que llamaban, caballeros de su Reino asaz lo menospreciaban, que era muy sobrado manso y no sabidor en armas: por lo que no le obedecen, por lo que le desacatan». Empero, el rey Monje, no fue tan manso como pretendían sus caballeros. Comenzó a ensoñar que deseaba una campana que resonase en todo el reino, y que la misma se hallaba en lo que hoy es el Museo de Huesca, conocida como la sala de la campana. Una estancia a la cual se accede por unas escaleras, de poca altura. Por sus peldaños descendieron unos quince nobles, ensoberbecidos ante la idea de ser los primeros en comprobar la existencia de la campana anunciada por el Rey que tildaban de manso.
Pues bien, a medida que iban bajando los desleales, sus cabezas iban rodando para, en su momento, colgar formando una especie de campana. El Rey no se detuvo ante ello, sino que hizo llamar a Ordas, Obispo de Zaragoza, viejo conocido de la reina doña Urraca. Le preguntó si consideraba que la campana estaba bien configurada o notaba a faltar algo.
El obispo en modo alguno consideró que le faltase algún detalle, a lo cual el Rey Cogulla, le replicó; «Pues sí, le falta el badajo», con lo cual no es difícil adivinar qué le sucedió al desleal Obispo, trapacero como pocos. Su cabeza quedó colgando en medio del círculo que formaban las restantes. A continuación, Ramiro II hizo descender a los nobles, fieles a su rey, para que comprobasen en persona que el soberano no era tan delicado ni poco dado a hacer justicia. «Estoy cierto que su tañido os hará comedidos, solícitos y obedientes a mis mandatos» refiriéndose a la campana que conformaban aquellas cabezas que, cumpliendo el discreto consejo del abad, colgaban en el centro de la estancia. Quizás la conducta del Rey Cogulla pueda considerarse un tanto cruenta, sin embargo, lo cierto es que el resto de su corto reinado estuvo adornado por una tranquilidad absoluta para la corona.
Hasta nuestros días ha llegado la leyenda de la campana que hizo repicar Ramiro II, la cual indujo a casi 40.000 personas a visitar en 2014 la Sala de la Campana, donde la tradición sitúa la leyenda pese a que el Palacio de los Reyes de Aragón fue construido a finales del siglo XII por orden de Alfonso II, nieto de Ramiro II, aunque posiblemente sobre una construcción anterior. «No hay datos para conocer si se le llamó así desde el principio o desde cuándo», señala la conservadora del museo.
Francisco Gilet
Bibliografía
LAPEÑA PAÚL, Ana Isabel, Ramiro II de Aragón: el rey monje (1134-1137)
Jerónimo Zurita, Anales de la Corona de Aragón