La primera circunnavegación, obra española

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Mucho se está discutiendo recientemente sobre el mérito de la primera circunnavegación del mundo, éxito que pretende atribuirse Portugal al ser natural de aquel país Fernando de Magallanes, quien propuso el viaje a las ricas Especierías por una ruta alternativa a la portuguesa, que bordeaba las costas de África. La desidia de las autoridades españolas, que dejan transcurrir tan gran efeméride, de la que ahora se cumplen 500 años, sin pena ni gloria, y de la clase política e intelectual, que con honrosas excepciones también permanecen ajenas a la polémica.

El 15 de septiembre de 2019 se cumplirá el quinto centenario del inicio de una de las gestas en la Historia de España que, como tantas otras, tristemente pasan desapercibidas en nuestra sociedad. Así es, en tal día, una flota de cinco naves, comandada por Fernando de Magallanes, portugués al servicio de España, ponía rumbo a las Molucas, buscando una ruta alternativa a la portuguesa.

El tratado de Tordesillas había dividido el nuevo mundo entre España y Portugal. A la primera se le reservaba la parte occidental de una línea imaginaria en mitad del Atlántico, lo que dejaba bajo su hegemonía el continente americano descubierto en 1492 por Cristóbal Colón, en otra empresa financiada y dirigida por España. El este del hemisferio, es decir, las costas de África, quedaban reservadas para Portugal. El país vecino, en busca de las ricas especias, se aventuró entonces, por las costas africanas para, atravesando el Índico, llegar a las ansiadas islas.

Por ello, cuando Magallanes propone al rey portugués Manuel I su atrevida idea de ir hacia el oeste, es decir, América, y buscar un paso hacia el Pacífico –ese paso que Colón no llegó a encontrar para alcanzar su buscado Cipango, objetivo original de su viaje, y que ya en 1513 había sido descubierto por Vasco Núñez de Balboa, atravesando Panamá-, el monarca no encontró razón para financiar otra ruta, puesto que su país ya disponía de una.

De esta suerte, Fernando Magallanes fue a la corte de nuestro rey Carlos I para proponerle el viaje, aceptando la idea con agrado y disponiendo todo lo necesario para levantar una armada de cinco navíos y ponerlos bajo el mando del navegante portugués quien, inmediatamente, españolizó su nombre. Todo salvo el comandante de la expedición –quien sin embargo, asumió su nueva ciudadanía- y que fue nombrado adelantado de todo aquello que descubriese en su navegación, fue español: financiación, barcos, bastimentos, tribulaciones… con el decidido apoyo de la Corona española.

Y ello sorteando los mil impedimentos que embajadores y espías portugueses, siguiendo órdenes de su rey, trataron de poner a la marcha de la nueva empresa, seguramente conscientes de la competencia que les podía suponer. Trabas que jalonaron toda la singladura de la expedición, que hubo de evitar las factorías portuguesas, para no ser apresados.

Así pues, la flota emprende su viaje, sin apenas cartas de navegación, ya que entonces solo estaban cartografiadas las islas del Caribe –y no todas- y la costa americana hasta el norte de Portugal. El resto era un mundo ignoto y, en particular, el difícil paso del océano Atlántico al Pacífico, que en homenaje al primer navegante que lo atravesó, el estrecho fue bautizado con su nombre.

Tras arribar a las Molucas y aprovisionarse de las preciadas especias, arribaron a las islas Filipinas. En el transcurso de una refriega contra unos nativos, en defensa de una tribu amiga, y llevado de un exceso de confianza, Magallanes fue muerto, pasando a comandar los restos de la maltrecha expedición, al frente de la nao Victoria, Juan Sebastián Elcano. Éste y otros 17 supervivientes, de los 239 que formaron inicialmente las tripulaciones, llegaron a su mismo puerto de partida, Sanlúcar de Barrameda, el 6 de septiembre de 1522, tras casi tres años de navegación y haber dado por primera vez la vuelta al mundo. Exhaustos debieron ser remolcados hasta Sevilla, donde fueron recibidos entusiastamente por autoridades y pueblo, admirados de la proeza. Descalzos y en camisa procesionaron, como habían prometido antes de partir, a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la capilla de la Virgen de la Antigua de la Catedral de Sevilla.

El insigne vasco, natural de la villa guipuzcoana de Guetaria y cuyo nombre luce con orgullo el buque escuela de los futuros oficiales de la Armada española, por todos los mares, fue distinguido con su escudo nobiliario, una esfera con la leyenda en latín «Primus circumdedisti me», es decir, «Fuiste el primero que la vuelta me diste».

Por tanto, conmemoramos, mal que le pese a nuestra clase gobernante e intelectuales desnortados, una de las mayores gestas de la Historia de España y, desde luego, una empresa, por todos los conceptos, netamente española, de la que debemos sentirnos legítimamente orgullosos.

Jesús Caraballo

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