Numancia, una población celtíbera que se extendía sobre el Cerro de la Muela, en Garray, actual provincia de Soria, situada a siete kilómetros de la dicha capital, en el verano de 133 a.C., se convirtió en una leyenda dentro de la historia de Hispania. Una conducta legendaria que dio pie a crear una expresión que ha llegado hasta nuestros días con todo vigor, «resistencia numantina».
No les fue nada fácil a las legiones romanas someter a los pueblos que habitaban la península ibérica. En ella, los vacceos, tittos, bellos, arévacos o lusitanos se resistían con gran ardor a la conquista por unas legiones que significaba no solamente la derrota, sino tambièn la esclavitud y la conversión de sus tierras en botín para los legionarios victoriosos.
El primer encuentro de los ejércitos romanos con Numancia llegó en 153 a.C., cuando Fulvio Nobilior, con una tropa de 30.000 soldados entró en persecución de los habitantes de Segeda, que se refugiaron en el territorio de los arévacos de Numancia. Aquello significó no solamente la derrota de Fulvio, perdiendo más de 6.000 hombres, sino la creación del primer 1 de enero de la historia, según relatamos en un anterior artículo con ese título.
Fueron dieciocho los años durante los cuales se intercalaron épocas de tranquilidad y de contienda. Conflictos en los cuales el ejército celtíbero salía victorioso empero ser inferior en número a la tropa romana. La estrategia de guerrilla, el conocimiento del terreno y la sorpresa eran las armas que suplían a la inferioridad numérica. Sin embargo, todo ello producía en Roma una sensación de continua humillación, absolutamente insoportable para el Senado y la gens patricia.
En el año 134 a.C., Roma mandó a su mejor soldado, Publio Cornelio Escipión Emiliano, apodado Africano Menor. Se trataba del conquistador de la ciudad de Cartago en 146 a.C., y del nieto adoptivo del vencedor de los cartagineses, Escipión el Africano. Siendo así que Publio Cornelio no gozaba del tiempo prescrito legalmente para alcanzar el consulado, los tribunos cambiaron el calendario, derogando la ley y facilitando con ello que el general Africano Menor pudiese comandar las tropas al siguiente año. Era un general de gran prestigio en Roma, lo cual propició el deseo de alistamiento de numerosos romanos, circunstancia que no satisfizo en modo alguno al Senado, pagador de la tropa, y a lo cual se opuso.
Escipión marchó hacia la Hispania con 4.000 voluntarios, así como, según Apiano, con mercenarios de otras ciudades y de otros reyes, que voluntariamente se prestaron a seguirle. Publio Cornelio escogió a un grupo de leales para formar con ellos lo que se llamó «cohorte de los amigos». Sus peticiones de dinero a Roma no fueron atendidas, dándole únicamente la esperanza de unas futuras rentas por vencer. A ello respondió, según cuenta Plutarco, que «le bastaba el suyo y el de sus amigos». Así pues, con su pecunio y con el de sus amigos se dispuso a emprender la empresa de pacificar a la rebelde península. Sus inicios no pudieron ser más duros nada más producirse su llegada. El ejército desplegado en aquellas tierras era un dechado de abandono, indisciplina y desidia. El Africano Menor estableció un durísimo entrenamiento, al tiempo que limpiaba el castro de mercaderes, rameras, adivinos y criados. Vendió carros, acémilas, se deshizo de todo cuanto imposibilitase una marcha eficiente de la milicia. Incluso le prohibió las bestias para tales marchas. Llegado al campamento el rey númida Yugurta con sus 15.000 hombres, la moral de la soldadesca subió, al tiempo que el trabajo, el entrenamiento y los esfuerzos habían surgido efecto entre la tropa romana. En estas circunstancias, Publio Cornelio Escipión ordenó la salida de su ejército hacia las proximidades de Numancia, formando su tropa un solo cuerpo, sin divisiones ni escaramuzas imprudentes.
Numancia en 134 a.C. era una población de unos 2.000 habitantes, de calles empedradas con cantos rodados, que se orientaban en dirección al este-oeste, menos las dos principales que se emplazaban de norte-sur. Las esquinas de las casas se escoraban a izquierda o derecha para cortar el viento. Agrupadas las casas en manzanas, se levantaban próximas a la muralla. Era una muralla reforzada con torreones, con cuatro puertas de entrada y salida.
Llegado a las inmediaciones de Numancia, en octubre de dicho año 134 a.C., el Africano Menor, tomó posiciones, sin darle opción a los numantinos de pelear. El plan consistía en reducir, cercar y sitiar a los pobladores y acabar con su resistencia por el hambre y las penurias. A fin de dejarles solos, atacó a los vacceos, proveedores de víveres de los numantinos, actuando al estilo de tierra quemada, después de apropiarse de todo cuanto pudo. Con ello comenzó un sitio absolutamente férreo. En primer lugar, construyó fosos, empalizadas y terraplenes, protectores de sus tropas, para luego levantar un muro de 9 kilómetros de longitud, por ocho pies de ancho y diez de alto. Lo completó con torres a unos treinta metros de distancia una de otra. Todo ello representaba que la ciudad estaba rodeada por la tropa romana, al tiempo que vigilada por siete campamentos. En esas torres se colocaron catapultas, ballestas, con la correspondiente provisión de piedras, dardos y la presencia de arqueros y honderos. Un sistema de señales, le permitía mandar con total prontitud asistencia a aquellos lugares en que fuese preciso.
Más allá del primero hizo construir otro foso, llenándolo de estacas y, a fin de evitar que los sitiados recibieran víveres o tropas de ayuda, levantó dos fuertes a ambas orillas del rio Duero, ató unas largas vigas con maromas, extendiéndolas a todo lo ancho del río. En las vigas clavó, muy próximos, saetas y chuzos, las cuales, aprovechando la corriente, daban vueltas sobre si mismas, sin que fuese posible a nadie pasar ni en barcaza y a nado o buceando. Sin duda fue una obra de ingeniería militar aprovechando las propias condiciones del río, absolutamente eficaz.
Publico Cornelio Escipión contaba con más de 60.000 soldados, no solamente romanos, sino también indígenas, con arqueros y honderos, más doce elefantes que llegaron con el rey Yugurta. Inicialmente destinó a vigilar el muro y los fosos a unos 30.000 hombres, mientras reservaba unos 20.000 para salidas rápidas y otros 10.000 más en reserva.
Según investigaciones arqueológicas se sacó la conclusión de que las obras de Escipión no lo fueron de barro y madera como las de César ante Alesia en la Galia, sino construcciones de piedra como las del tiempo del Imperio. Ello representaba, a todas luces, un grave inconveniente para los numantinos sitiados. De ellos, según Apiano, solo Retógenes el Caraunio, con algunos compañeros y algo de caballería, pudo burlar el cerco para pedir ayuda a las ciudades vecinas. Fue Lutia la única que mostró disposición a salir en ayuda de Numancia, lo cual le ocasionó una cruenta represalia por parte de Publio Cornelio Escipión, que no tuvo consideración alguna con los lutiakos.
En el verano de 133 a.C., después de ocho meses de asedio, los numantinos prefirieron la muerte a rendirse, suicidándose después de incendiar la ciudad, la cual quedó arrasada, sin utilidad alguna para los romanos. Evidentemente, el éxito de la victoria, pírrica victoria, fue explotado por Publio Escipión, el cual, regresado a Roma, festejó ese triunfo desfilando por las calles con cincuenta escualidos numantinos superviventes, en su mayoria niños y niñas a quienes sus padres no habian tenido el suficiente coraje para matarlos.
Le habìa costado a Publio Escipión reunir a los suficientes prisioneros para lucirlos en un desfile triunfal, pero ahí estaban: unos cuantos niños arrastrados por las calles de Roma, mientras los carros se habian rellenado incluso con pertenencias del propio Escipión, dada la escasez del botin logrado. Unos supervivientes cuyos rostros recordaban a los legionarios el tétrico espectáculo de los numantinos que se habían estado dando muerte unos a otros durante toda la noche en una terrorífica algarabía de gritos, llantos y sangre. En el suelo de las calles yacían madres que habían degollado a sus hijos antes de abrirse ellas mismas el vientre; muchos hombres se habían asesinado por parejas, lanzándose uno sobre la espada del otro y viceversa. Sin duda alguna, no era una victoria de la cual pudiera sentirse orgullosa Roma.
Cuando su regreso en el año 132 a. C., Publio Cornelio Escipión no ocultó su aprobaciòn a la muerte violenta del tribuno Tiberio Graco. Siendo preguntado en la asamblea de las tribus sobre lo que pensaba de la muerte del tribuno, respondió que lo consideraba un asesinato con jure caesum. El pueblo, que esperaba una respuesta diferente, en voz alta expresó su desaprobación, y entonces Escipión, con desprecio aristocrático hacia la multitud, exclamó: Taceant quibus Italia noverca est. Pero la plebe, no sintiendose madastra en modo alguno, no calló, sino que desde ese momento la influencia y prestigio de Escipión cayeron en franco declive entre los romanos heridos en su amor propio.
Publio Cornelio Escipión Africano Menor, con añadido de Numantino, murió el 129 a.C. de muerte natural o asesinado, no llegó a dilucidarse, aunque Cicerón menciona expresamente que fue asesinado por su contrincante político Papirio Carbón.
Numancia fue reconstruida en época de Augusto, con trazado romano, pero con repobladores celtíberos.
La actitud de los numantinos impresionó tanto a Roma que los propios escritores romanos ensalzaron su resistencia, como Plinio o Floro, convirtiéndola en un mito, que se unió a los de otras ciudades y pueblos de la península que lucharon hasta el final, como Calagurris, Estepa o las ciudades cántabras, entre otras.
Es decir, Numancia se convirtió en una leyenda que hizo historia.
Francisco Gilet
Bibliografía
Historia de Numancia , Adolf Schulten.
Numancia, José Luis Corral Lafuente.
El cerco de Numancia, tragedia renacentista escrita hacia 1585 por Miguel de Cervantes