Nos hallamos a comienzos del siglo XIX, con unos personajes que se vienen calificando como nefastos en la historia de nuestro país; Carlos IV, Fernando VII y Godoy, el Príncipe de la Paz. En 1807 se había firmado el Tratado de Fontainebleau que, sin perjuicio del reparto de Portugal entre España, Francia y el propio Godoy, daba derecho de paso por España a las tropas francesas encargadas de la ocupación. Esa presencia de los soldados franceses en territorio español, junto con su conducta despótica y arrogante, incrementó la oposición a la política de Godoy. La Conjura de El Escorial, instigada por el hijo del rey, futuro Fernando VII, no era sino una conspiración para derrocar a su padre Carlos, a Godoy e instalarse en el trono. Fue el precedente del motín de Aranjuez, acaecido en marzo de 1808, levantamiento popular, como siempre instigado por el príncipe de Asturias. Los amotinados apresaron al Príncipe de la Paz, al tiempo que Carlos IV, enfermo, desanimado, abdicaba en la persona de su hijo. A partir de tal acontecimiento, la vida de Carlos IV y de su esposa María Luisa de Parma se convirtió en un verdadero calvario. A Napoleón le desagradó el cambio de monarca, llamó a su presencia en Bayona a la familia real y presionó a Carlos para que recuperase el trono depositado en su hijo, Efectivamente, el 6 de mayo, Fernando devolvió la corona a su padre, sin saber que Napoleón había pactado la cesión de los derechos a favor de su hermano José.
Este era el panorama político en el cual vivían los españoles con la presencia de unas tropas que, supuestamente, debían cruzar España, sin más, aunque en realidad lo que hicieron fue invadirla. Mientras el monarca iba de un palacio a otro en Francia o en Italia, pasando penurias y estrecheces, ante la ocupación pot parte de las tropas napoleónicas, la Junta de gobierno de Sevilla y Granada, presidida por Francisco de Saavedra acordó el reclutamiento de dos ejércitos, formado por tropas regulares del Campo de Gibraltar y los regimientos del general Castaños. De otro lado, las tropas del general de origen alemán Teodoro Reding se reclutaron en la provincia de Granada. La incorporación fue masiva, con gran número de voluntarios. Eran unos 17.000 hombres puestos a las órdenes del general Francisco Javier Castaños Aragorri Urioste y Olavide, por parte de Saavedra.
Ambos, Saavedra y Castaños habían acordado una estrategia, el plan Porcuna, concediéndosele al general pleno poderes para conducir sus tropas al encuentro del ejército del general Dupont, conocido como el Terror del Norte. Las divisiones francesas, desde Madrid, se dirigieron hacia Bailen, para unirse a las del general Vedel que ya habían cruzado Despeñaperros. En la madrugada del 19 de julio de 1809, se produjo el encuentro de ambos ejércitos. La vanguardia francesa, sobre las tres de la madrugada llega al puente del Rumblar, y a un kilómetro de distancia, se enfrentan a ella los primeros destacamentos españoles que son desalojados de sus posiciones, sin muchas dificultades, por los franceses. En las proximidades de Bailén, unas avanzadas españolas, junto con el regimiento de caballería de Farnesio cayó sobre las fuerzas francesas para hacerlas retroceder de nuevo hasta el puente de Rumblar. Con Venegas en el ala derecha, el centro del general Reding y la izquierda de Coupigny, las fuerzas totales que presentan los españoles bajo el mando de Castaños en Bailén rondan los 20 000 hombres.
Entre las cuatro y media y las seis y media de la madrugada el grueso de la tropa francesa de Dupont llega al puente Rumblar y se ordena el avance de la caballería, a las ordenes de Dupré, que arrolla a la caballería de Farnesio, alcanza la batería central española y, sin miramiento alguno, acuchilla a los artilleros. Sin embargo, la infantería española logra rechazarlos para que retrocedan con grandes pérdidas.
La artillería francesa entra en acción, sin que los daños a las piezas españolas sean destacables, no así la respuesta española que desbarata gran parte de la artillería francesa. Dupont esperando refuerzos, con unos 4.500 hombres y diez piezas de artillería, sin que Pannetier haya llegado, toma la decisión de atacar a fin de romper el centro español, ante el peligro de que Castaños le sorprenda por la retaguardia.
Forma cuatro columnas de ataque flanqueadas por la caballería de Dupré y Privé y apoyados por la artillería desde Cruz Blanca. Venegas avanza por el ala derecha y Dupré carga contra ellos, mientras que, en el ala izquierda, el cerro del Cerrajón se hallaba tomado por los españoles. La caballería de Privé carga para desalojarlos y provoca su precipitado repliegue. Para apoyar esta retirada, los suizos del Reding 3, el Rgto. Jaén y una compañía de zapadores se adelantan. La misma caballería de Privé arrolla al Rgto. Jaén y obliga al resto a retroceder a sus posiciones de partida. Tras esto, el intenso fuego que recibe Privé le obliga a replegarse. Al mismo tiempo, la infantería francesa avanza en medio de una lluvia de artillería. Antes de llegar al centro español, la caballería de Farnesio y Borbón, carga contra ella y la obliga a retroceder. El intento de apoyo de los jinetes de Privé, no obtiene resultado siendo obligados a retroceder. La espera de las fuerzas de Vedel se hace ya apremiante para el general Dupont.
A las ocho y media de la mañana, Rending desea asestar el golpe definitivo y hace avanzar el flanco derecho español hacia Zumacar Chico. El fracaso del esfuerzo francés obliga a Dupont a requerir la presencia de una caballería ya mermada.
El desastre final se produce entre las diez y la una de la tarde. El intenso calor, el cansancio y el monte bajo incendiado, junto a la carencia de agua por parte de los franceses va mermando su moral. Es preciso resaltar con intensidad que el enfrentamiento se produjo a las puertas de Bailén, con la población local, no solamente espectadora, sino también participante activa. El intenso calor fue aliviado no únicamente a los soldados, con aportes de suministros constantes de agua, sino también a las piezas de artillería, a fin de que no se recalentasen y se destruyesen, como sí les aconteció a los franceses. El general verano estuvo del lado de los españoles.
Dupont, con una situación desesperada, sin que Vedel apareciese, decide un avance general de sus tropas contra el centro español. El fuego artillero y de infantería español le detiene, intentando proteger su retirada con la caballería de Dupré. Pero el fracaso es total, Dupré es herido de muerte y las tropas de Dupont sufren de daños considerables. Dupont, se ha colocado al frente de sus tropas supervivientes, junto con sus generales, lanzados al ataque contra el centro español, pero las ingentes descargas de fuego, el pase a la fuerza española de los suizos que se hallaban integradas en la tropa francesa, uniéndose a sus compatriotas en las filas españolas de Reding, acaban por derrotar a Dupont, el cual, solicita la suspensión del combate y el pase del resto de sus tropas a Madrid. Reding acepta el final de las hostilidades, pero en cuanto a la segunda petición debe aguardar órdenes de Castaños. Las tropas francesas, pues, quedaron asentadas en sus posiciones, sin poder desplazarse.
Vedel y Dufour, con unos 9.000 hombres, habían iniciado desde La Carolina una muy lenta marcha hacia Bailén antes del inicio de la batalla. En las proximidades de la población, ante el silencio de las armas, Vedel entendió que, según sus previsiones, Dupont había salido victorioso. Con la mitad de sus tropas a las cinco llegó a Bailen. Rending, con las tropas reforzadas, se instaló en los cerros de san Cristóbal y El Ahorcado. Vedel, al ver las tropas españolas dispuestas, se negó a creer que Dupont había sido vencido y ordenó atacar. Sin embargo, un escrito de Dupont ordenando el cese del ataque provocó que a las seis de la tarde hubiese cesado todo fuego en Bailén. Con ello, unos 17.600 soldados franceses depusieron las armas y fueron hechos prisioneros.
Las condiciones de la rendición fueron clementes e incluían que las tropas francesas fueran repatriadas a Francia. Sin embargo, estas condiciones no fueron cumplidas nunca: aunque Dupont y sus oficiales fueron liberados y trasladados a Francia, una parte de sus hombres fueron deportados a la desolada isla de Cabrera, al sur de Mallorca, en donde sufrieron mil penalidades.
Cuando Dupont se presentó ante el general Castaños, en el acto de rendición, con arrogante solemnidad le dijo; Os entrego esta espada vencedora en cien batallas. A lo cual, sin tanta ceremonia, Castaños le replicó; Pues yo, esta es la primera batalla que gano.
La Medalla de distinción de Bailén, condecoración militar instituida por Decreto de la Junta Suprema de Sevilla el 11 de agosto de 1808, fue otorgada a todos los componentes del ejército que participaron en la batalla. El general Castaños, nombrado duque de Bailén prosiguió en su lucha contra las tropas napoleónicas, dejando constancia no solamente de su saber militar sino también de su hombría de bien. Cuando un general petimetre le reprochó el estado de sus tropas después de la batalla, preguntándole si entraría con ellas en Madrid, el duque le contesto, «Con ellos entre en Bailén y era más difícil».
Francisco Javier Castaños Aragorri Urioste y Olavide, I duque de Bailén, falleció en Madrid, a los 94 años, el 24 de septiembre de 1854. A la vista de su edad no resulta extraño que cuando le preguntaban cómo se encontraba de salud, respondiese con un “mal, mal, bastante mal. Aunque nada me duele, soy tan viejo que me da vergüenza decir que estoy bueno»,
Francisco Gilet.
BibliografíaMuñoz Maldonado, José. Historia política y militar de la Guerra de la Independencia de España.
Frases que han hecho historia. Carlos Fisas.
Sánchez Mantero, Rafael (2001). Fernando VII