En otros artículos de estas páginas han salido a luz hombres y mujeres que por razón de cargo o de simple valentía supieron dejar en alto el pendón de su patriotismo. La guerra de la Independencia es un buen escenario de tales hechos. Y el hombre de hoy, Vicente Domenech, un excelente protagonista.
Vicente fue un huertano nacido en Paiporta en 1783, que a los ocho años se trasladó a vivir al barrio de Patraix, con unos familiares. Vestía a la típica usanza de los hombres de la Horta, es decir, el “saragüell”, con una faja roja en la cintura, dedicándose a vender pajuelas inflamables, de cuyo oficio le vino su sobrenombre, el “Palleter”.
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De nuevo hay que iniciar este relato haciendo referencia al tratado de Fontainebleau, de triste memoria, en virtud del cual el Príncipe de la Paz, Godoy, propició la invasión de España por las tropas napoleónicas. Invasión y ocupación que tuvo su inicial respuesta el 2 de mayo en Madrid y más tarde en otras ciudades españolas. Entre ellas Valencia, la cual se sublevó el 23 de dicho mes. Las tierras valencianas sufrieron con intensidad las consecuencias de la ocupación. Matanzas, hambre, epidemias, requisas de cosechas e impuestos eran una constante en la vida del valenciano.
Días antes de ese 23, comenzaron a aparecer pasquines en los cuales se podía leer;
La valenciana arrogancia
Siempre ha tenido por punto
No olvidarse de Sagunto
Y acordarse de Numancia.
Franceses idos a Francia,
dexadnos en nuestra ley,
que en tocando a Dios y al Rey,
a nuestras casas y hogares,
todos somos militares,
y formamos una grey.
En la placita de les Panses, junto a la iglesia de la Compañía, varias veces a la semana llegaba el correo y la prensa desde Madrid, y allí se reunía la gente para leer en común la gaceta. El ambiente ya estaba tenso, llegando días antes algunos párrocos a invitar en sus sermones al pueblo a defender su tierra frente al francés, como fue el caso del padre Rico en la pedanía de Beniferri. Ese día 23 de mayo se había congregado una multitud en la plaza y llegado el correo se tuvo conocimiento de la abdicación del rey en favor del francés. La lectura de la noticia produjo un gran silencio, hasta que alguien gritó “¡Viva Fernando VII!”, respondiendo la multitud con gran alboroto. La muchedumbre, enfervorizada, encaminó sus pasos hacia la casa de la Audiencia, hoy palacio de la Generalitat valenciana. Fue en tal momento cuando reunidos el Capitán General y algunos notables de la ciudad, la muchedumbre le exigió una decisión por parte de la autoridad conocida como Acuerdo. La indecisión en el interior era evidente, por lo cual se mandó un representante que recayó en el fraile franciscano padre Rico. Este exigió al Acuerdo el reclutamiento de los hombres entre 16 y 40 años, sacar la Real Señera como símbolo de declaración de guerra, quemar el papel sellado por el general Murat y firmar otro en nombre de Fernando VII.
Y fue en los tales momentos cuando, ante las dudas de las autoridades, el “Palleter”, en las afueras de la plaza, se desenrolla su faja roja, la trocea y reparte algún trozo entre sus compañeros, guardándose el más grande para colocarlo en la punta de una caña. A un lado de esta coloca una estampa de la “Mare de Deu dels Desamparats” que llevaba consigo y en el otro el retrato de Fernando VII que se había agenciado en un comercio próximo. Con su “estandarte” y entre aclamaciones, se dirige Vicente Domenech hacia la plaza del Mercado. Allí consigue un papel sellado y tomando el pliego se sube en una silla, rompe el papel como expresión de rechazo de todo acuerdo con el ejército de Napoleón y grita;
«UN POBRE PALLETER LI DECLARA LA GUERRA Á NAPOLEÓN: VIVA FERNANDO VII, Y MUIGUEN ELS TRAÏDORS”
Con ello se entendió iniciado el levantamiento contra el francés, desoyendo las órdenes de Madrid de reconocer a José Bonaparte. Los acontecimientos que presenciaban las calles de Valencia empujaron al Acuerdo a declarar la guerra a Napoleón el mismo 23 de mayo, proclamando a Fernando VII rey de España e Indias, así como ordenando el alistamiento.
En Valencia, como en el resto del territorio peninsular, se estableció una forma eficaz de luchar contra el ejército francés. Consistía en rápidos ataques por sorpresa de partidas formadas por gentes del pueblo sin formación militar. Actuaron con contundencia y representaron una perpetua preocupación para los franceses, constantemente asaltados en sus retaguardias y en sus convoyes de aprovisionamiento. La compleja orografía del interior de las provincias valencianas sirvió de apoyo para sus acciones. Los principales y más activos enclaves de los guerrilleros valencianos se encontraban en Jávea, Valle de Albaida, Bocairente y Cofrentes. Napoleón precisó de tres asedios para ocupar Valencia, ciudad que fue una de las últimas en resistir.
Todo lo resume un soldado francés, Pierre Doubon, en carta a un hermano: «Hemos atacado Valencia y cuando nosotros esperábamos mollesse nos hemos encontrado una resistencia sin igual. No hay en el mundo villa fuerte, castillo sin fortaleza que haya defensa más activa ni más opiniatre (obstinada). Los valencianos se han defendido con honor y se han batido con una heroicidad sin par. Un establo es mi tumba…»
Francisco Gilet