Hay seres humanos, decía, que caminan cien pasos más allá que el resto, y ya nunca regresan (El pintor de batallas, Arturo Pérez-Reverte)
El pintor de batallas está sentado en una banqueta con el pincel en la mano y la paleta de colores en la otra, revisando que todo esté en orden. La luz -neutra, entre amarilla con matices blancos- es óptima, por la ventana entra una suave brisa, el silencio domina cada rincón de su estudio y se siente descansado. Frente a él, el lienzo en blanco, testigo mudo del siempre complejo proceso que supone comenzar una nueva obra, lo observa.
En el extremo superior de la tela cuelga uno de los muchos bocetos en los que ha estado trabajando durante las últimas semanas, apenas un esbozo de lo que terminará siendo el cuadro. Aferrado a sus armas de trabajo, cual figuradas espada y redondela, siente cómo se va apoderando de él la incertidumbre inherente a cualquier proceso creativo, cuando al principio es la nada, un enfrentamiento cara cara contra la angustia al vacío, ese miedo a no ser capaz de plasmar en el paño lo que ya ha construido en su imaginación.
Consciente de que se mueve en terreno hostil, el trabajo le exige ser metódico, y por eso funciona con una estrategia compuesta de tres fases: documentación, trazado y plasmación. Fiel a esa liturgia, ha estado investigando a fondo sobre la batalla de San Vicente y el personaje central de su obra, Martín Álvarez Galán, para poder plantear un bosquejo general, última fase antes de empezar a dibujar siguiendo la misma técnica: primero los fondos, luego el cielo y posteriormente el escenario, elementos que marcan la intensidad de las figuras; siempre de izquierda y derecha, ya que trabaja con la mano apoyada en el lienzo, dejando terminada cada parte antes de empezar la siguiente, aunque son frecuentes las modificaciones y retoques de mejora que les hace a sus figuras.
Todo está dispuesto, pero antes de violentar el lienzo se vuelve al espejo que tiene enfrente y se queda muy quieto, desgranando su propio reflejo huidizo entre los ramalazos de sol mientras sus labios evocan inconscientemente las palabras disciplina, valor, honor, patria o bandera. Es precisamente esa última palabra la que le da el aldabonazo definitivo, esa inspiración que otorgue a un simple cuadro trazas de inmortalidad.
Y en ese momento, el pintor de batallas comienza a dar grandes pinceladas. Lo hace seguro de sí, a su estilo -colores apagados, poco estridentes, esclavo de su retina y de la luz que percibe en Cataluña-, y con una idea en la cabeza se afana en la tarea mientras tararea un conocido pasodoble
El día que yo me muera,
si estoy lejos de mi patria,
solo quiero que me cubran
con la bandera de España.
EL CONTEXTO HISTÓRICO.
Decía Sun Tzu, célebre general chino al que debemos El arte de la guerra, que hay que mantener a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca. Quizás fue ese principio lo que inspiró a España y Francia a firmar la Paz de Basilea, un pacto con el que no solamente se ponía punto final a la guerra del Rosellón (1793-1795), sino que también se acordaba unir fuerzas contra el gran enemigo común: Gran Bretaña:
Por aquel entonces, Francia se encontraba en guerra contra la Primera Coalición, mientras que España era objetivo de la flota militar británica en las colonias americanas, motivos más que suficientes para que las potencias continentales fueran un paso más allá y firmaran en 1796 el Tratado de San Ildefonso, una alianza militar conjunta firmada por Manuel Godoy, en nombre de Carlos IV, y el general Catherine-Dominique de Pérignon, por parte del Directorio, para hacer un frente común contra el inglés.
Fue en ese ambiente prebélico cuando en febrero de 1797 partió desde Cartagena una escuadra de 24 navíos de línea, 7 fragatas y un bergantín, (enrolado en alguno de ellos iba Antonio María de Soto, al que después de 5 años y cuatro meses de servicio en la Amada un reconocimiento médico por fiebres descubriría su condición de mujer), siendo la capitana el Santísima Trinidad, el mayor buque de guerra del mundo con 136 cañones y comandada por el almirante José de Córdova. Uno de esos barcos sería el San Nicolás de Bari, de 74 cañones, distintivo en combate gallardete rojo cola amarilla y con el brigadier don Tomás Geraldino al mando de 200 hombres, entre ellos Martín Álvarez Galán.
MARTÍN ÁLVAREZ
Nacido en Montemolín (Badajoz) en 1766. Nieto paterno de un sargento de Felipe V, ejerció durante algún tiempo la profesión de carretero, pero al quedar huérfano marchó a Sevilla, alistándose el 26 de abril de 1790 en el Real y Glorioso Cuerpo de Infantería de Marina. Fue destinado al 9º Batallón, embarcando en el navío Gallardo en 1793, con el que participaría en la reconquista de las islas de San Pedro y San Antioco, así como en el sitio de Tolón. Durante los años siguientes se incorporó sucesivamente a distintos navíos (San Carlos, Santa Ana y Príncipe de Asturias) y el 1 de febrero de 1797 se integró en el San Nicolás de Bari, de setenta y cuatro cañones, al mando del brigadier Geraldino, donde protagonizaría uno de los hechos más memorables de la armada en la batalla de San Vicente.
INGLESES A LA VISTA
Amanecía el 14 de febrero de 1797, frente al cabo de San Vicente, en el extremo occidental de la costa portuguesa del Algarve, cuando la escuadra española, aún afectada por las consecuencias de un fuerte temporal, avistó una flota inglesa de 15 navíos de línea, 4 fragatas, dos balandros y un cúter, anticipando una batalla que sobre el papel parecía favorecer a Córdova, pues había dos barcos españoles por cada uno inglés, o lo que es lo mismo, 2.638 cañones hispanos contra 1.430 de la Pérfida, pero al almirante no tuvo en cuenta otro de los principios fundamentales advertidos por Sun Tzu en el siglo VI a.C.
Si tus fuerzas están en orden mientras que las suyas están inmersas en el caos, entonces, aunque sean más numerosos, puedes entrar en batalla.
La escuadra española afrontó el combate de inicio con una deficiente situación táctica al formar en dos grupos mal dispuestos, ventaja que aprovechó el almirante John Jarvis para entreverar sus barcos entre ambas formaciones, dando así doble uso a la cañonería. Todos los navíos obedecieron, salvo uno, el HMS Captain del comodoro Nelson, quien prefirió colocarse frente al grueso de los barcos enemigos, tomando al abordaje al San José y al San Nicolás de Bari.
Acuciados por el fuego y la desorganización, de los siete navíos españoles que entraron en batalla se perdieron, aparte de los dos capturados por Nelson, el San Isidro y el Salvador del Mundo, y no se sumó a la lista el Santísima Trinidad porque el brigadier Cayetano Valdés y su Infante don Pelayo acudió en su socorro cuando el almirante Córdova –Iberia no siempre parió leones-ya había arriado su bandera.
EL SAN NICOLÁS DE BARI
Arrecian las balas por todos lados en la cubierta del San Nicolás como letales moscardones de plomo. De los 200 compañeros solo queda medio centenar con vida, y de esos no hay ni un solo que no presuma de una herida más o menos grave, como el brigadier Geraldino, que ha soportado los perdigonazos en primera línea de fuego, recibiendo como recompensa varios tiros que lo han dejado agonizante bajo la cangreja, el escapulario en una mano y la espada en la otra, pero antes ha tenido tiempo de hacer su postrero servicio a la patria al dar a un infante de marina que pasaba por allí una última orden: que nadie arríe la bandera.
Disciplinado y valiente, Martín Álvarez saluda a su superior y mientras balbucea un paternóster a toda prisa se dirige a la toldilla, allí donde ondea el pabellón. Aunque no sabe leer y apenas maneja las cuatro reglas, el extremeño sabe muy bien que la palabra de un hombre es su bandera y la suya va a enarbolar el mismo tiempo que la enseña nacional, esto es, hasta que le quede un hálito de vida, así que saca su espada, dispuesto a morir matando. Lo que nunca se podrá imaginar es que su acto de valor pasará a la historia por la crónica realizada por el marino sir John Butler.
…Pero en el barco español “San Nicolás de Bari” queda algo por conquistar. Sobre la toldilla arbola la bandera española que flota al viento cual si todavía el barco no se hubiese rendido. Un oficial inglés (William Morris) que lo observa va a ella para arriar la bandera. Antes de llegar un soldado español, de centinela en aquel lugar, sin apartarse de su puesto, le da el alto, el oficial no le hace caso y se acerca, el sable del centinela lo atraviesa con tal fuerza que lo queda clavado en la madera de un mamparo. Un nuevo oficial y soldados se acercan y el centinela no logrando desasir su sable de donde se hallaba pinchado, coge el fusil a modo de maza y con él da muerte a otro oficial y hiere a dos soldados. Da después un salto desde la toldilla para caer sobre el alcázar de popa donde lo acribillan a tiros los ingleses. Nelson que ha presenciado la escena se aproxima al cadáver silencioso.
Urge desembarazar los barcos de muertos y ruina y se comienza a dar sepultura a los muertos. Todos tienen el mismo trato. Una bala atada a los pies. Un responso del capellán y por una tabla los deslizan, hundiéndose en el mar. Al llegar al turno al centinela español, Nelson ordena que se le envuelva en la bandera que había defendido con tanto ardor.
Una descarga ha puesto fin a la resistencia del granadero, que cae abatido sobre un charco de sangre ajena. Los británicos le dan por muerto y se disponen a arrojar su cuerpo por la borda, pero uno de los soldados le siente respirar, aunque muy débilmente. Estupefactos, avisan al rápidamente comodoro Nelson y este, que como buen inglés desprecia a los españoles pero admira a los valientes, ordena que sea trasladado al hospital de Lagos (Portugal).
QUÉ FUE DE MARTÍN ÁLVAREZ
Una vez restablecido de sus heridas, Martín fue liberado y regresó a España, donde se presentó de nuevo en su batallón, testificando en la causa instruida por el mayor general Manuel Núñez Gaona para la averiguación de la conducta del almirante Córdova y los mandos del San Nicolás de Bari y del resto de navíos en el desastre de San Vicente.
El San Nicolás no se rindió, sino que fue abordado y tomado a sangre y fuego, pues no habiendo ningún español cuando se arrió la bandera, mal pudieron haber capitulado al estar todos muertos o malheridos.
Tras la investigación sumaria se haría pública la siguiente nota oficial de Gaona:
No puedo pasar en silencio la gallardía del granadero de Marina Martín Álvarez, perteneciente a la tercera compañía del noveno batallón, pues hallándose en la toldilla del navío San Nicolás cuando fue abordado, atravesó con tal ímpetu al primer Oficial inglés que entró por aquel sitio que al salirle la punta del sable por la espalda la clavó tan fuertemente contra el mamparo de un camarote, que no pudiendo librarla con prontitud, y por desasir su sable, que no quería abandonar, dio tiempo a que cayera sobre el grueso de enemigos con espada en mano y a que lo hirieran en la cabeza, en cuya situación se arrojó al alcázar librándose, con un veloz salto, de sus perseguidores.
A pesar de su analfabetismo, fue nombrado cabo el 17 de febrero de 1798, pasando a cabo primero en agosto. Posteriormente embarcaría en el Purísima Concepción a las órdenes de José de Mazarredo, donde le sería comunicado el siguiente Decreto Real:
El Rey nuestro señor, ha visto con satisfacción el denodado arrojo y valentía con que se portó a bordo del navío San Nicolás de Bari, el granadero de la 3ª Compañía del 9º Batallón de Marina Martín Álvarez, cuando el 14 de febrero de 1797 fue dicho buque abordado por tres navíos ingleses; pues habiendo Álvarez impedido por algún tiempo la entrada a un trozo de abordaje, supo también defender la bandera que el Brigadier D. Tomás Geraldino le había confiado antes de su muerte, y con su valor hizo de modo que aquella se mantuviese arbolada aun después de todo el grueso de los enemigos tenían coronado su navío. Teniendo también S.M. en consideración de la honrada conducta que en el servicio observa Martín, se ha servido concederle 4 escudos mensuales por vía de pensión vitalicia, en premio de su bizarro comportamiento; y es su real voluntad que se les haga saber esta benévola y soberana disposición, al frente de toda la tripulación y guarnición del navío donde se halle embarcado.
La suerte quiso que el hombre que había burlado a la muerte en San Vicente resbalara en una escalera después de una guardia, dándose un fuerte golpe en el pecho que le dañó el pulmón, derivando en una tuberculosis que acabó con su vida el 23 de febrero de 1801, a los 35 años de edad.
RECONOCIMIENTOS PÓSTUMOS
- Por Real Orden de 12 de diciembre de 1848, se dispuso que permanentemente un buque llevase el nombre de Martín Álvarez y a los pocos meses se ordenó que su nombre figurase siempre en la nómina de revista de su compañía.
La Reina Nuestra Señora, de conformidad con el parecer emitido por V.E en su comunicación 1354 de fecha 5 del corriente mes, referente a la propuesta del Mayor General, se ha dignado resolver que en lo sucesivo haya perpetuamente en la Armada un buque del porte de 10 cañones para abajo que se denomine Martín Álvarez, para constante memoria del granadero de Marina del mismo nombre perteneciente a la 3ª Compañía del 9º Batallón, que hallándose embarcado en el navío San Nicolás se distinguió por su bizarría sobre la toldilla del mismo el 14 de febrero de 1797, al rechazar el abordaje de un buque inglés de igual clase, el Capitán, donde arbolaba su insignia el Comodoro Nelson; siendo en consecuencia la Real voluntad que desde luego lleve el referido nombre la goleta Dolorcitas. Quiere al mismo tiempo S.M. que esta soberana resolución se lea al frente de banderas a los batallones de Marina, como premio debido al mérito que contrajo aquel valiente soldado cuya memoria debe ser eterna en los anales del Cuerpo al que perteneció. De Real Orden le digo a V.E. a los fines consiguientes y en contestación. Dios Guarde a V.E. muchos años. Madrid 12 de Diciembre de 1848. El Marqués de Molins.
Los buques de la Armada española que han llevado el nombre de «Martín Álvarez» son los siguientes:
•Goleta de 7 cañones “Martín Álvarez” (1849-1850). Naufragó en la costa de Burdeos (Francia).
•Falucho Guardacostas de 1ª clase “Martín Álvarez”.
•Cañonero de hélice de 207 toneladas “Martín Álvarez”. (1871-1876). Construido en La Habana. Disponía de un cañón y máquina de 30 CVn. Utilizado por el Servicio en Cuba. Pereció en el Río Canto.
•Cañonero de hélice de 173 toneladas “Martín Álvarez”. (1878-1882). Prestó servicio en Filipinas.
•Buque de desembarco (L-12) “Martín Álvarez”. (1971-1995).
- Su sable se encuentra en el Museo Naval de Londres, bajo la bandera del navío vencido, pero no rendido.
- En 1936 su pueblo natal, Montemolín, erigió un monumento a su memoria con el metal de viejos cañones navales.
- En Gibraltar se conserva un cañón con una placa en la que se leen estos tres hurras:
Hip Captain, hip San Nicolás de Bari, hip Martín Álvarez.
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El cuadro es excelente, lleno de arrebato y pasión. El concepto más profundo de la palabra honor se plasma en cada pincelada, en lo que ha supuesto un doloroso proceso donde el pintor de batallas se ha identificado tanto con el hombre al que ha retratado que por momentos ha llegado a sentirse en la cubierta del San Nicolás de Bari, dispuesto a morir contra el inglés por defender una patria cuya esencia se condensa en un trozo de tela rojigualda.
Dando unos pasos hacia atrás, el artista echa un vistazo a su obra. De fondo, el barco español se ve abarloado por el HSM Captain, pero aunque la imagen es impactante no desvía la atención del espectador hacia los dos personajes principales de la obra: uno es Martín Álvarez Galán, espada en mano, vestido con casaca azul turquí, solapa encarnada vuelta hacia fuera, calzón azul y en lugar de la característica gorra de pelo con manga grana terminada en borla amarilla de los granaderos, un vendaje manchado de sangre derramada por España. El pintor de batallas está particularmente orgulloso de cómo ha logrado retratar la determinación del extremeño a través de sus ojos y de la manera en cómo se aferra su bandera, la otra protagonista del cuadro, que a pesar de la inminente derrota sigue ondeando, firme y orgullosa, en el mástil, símbolo de la grandeza toda una nación.
Satisfecho, el pintor de batallas coge un pincel limpio y sella en el lienzo su rúbrica– Augusto Ferrer-Dalmau es su nombre-en una esquina con trazos tan limpios como su cuadro, al que va a bautizar como Mi bandera.
Y en ese momento, casualidades de la vida, suenan en la radio los acordes de un conocido pasodoble.
Banderita tú eres roja,
banderita tu eres gualda
Llevas sangre, llevas oro
en el fondo de tu alma.
Ricardo Aller Hernández
BIBLIOGRAFÍA
- rah.es/biografias/26403/martin-alvarez-galan
- es/historia-militar/20140105/abci-cabo-vicente-incomprensible-derrota-201401032008.html
- José Ignacio González-Aller Hierro. El combate de San Vicente y sus consecuencias.
- Arturo Pérez Reverte. El sable y granadero.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/675/el-sable-y-el-granadero