«El hombre de letras, soldado inconfundiblemente al hombre de acción, dio a Diego redoblado título para franquear merecidamente el pórtico de la inmortalidad y poder, como dice el hispanista alemán Ludwig Pfandl, figurar honrosamente al lado de Cervantes, Quevedo y Calderón. Él hizo todo lo posible por el bien de su patria. Si, a pesar de sus esfuerzos, España no triunfó en el terreno de las armas, él le legó en el de las letras una herencia de valor imperecedero”.
Este es el comentario que se lee de Diego de Saavedra y Fajardo, hijo de don Pedro de Saavedra y Avellaneda y de doña Fabiana Fajardo, nacido, el 6 de mayo de 1584, en una pequeña villa murciana, Aljezares, bautizado en la parroquia de Nuestra Señora de Loreto.
Su vida puede decirse que fue un constante trajinar por una Europa convulsa por las guerras de religión, verdadera excusa para ampliar territorios Diego Saavedra inició sus estudios de Derecho y Cánones en la Universidad de Salamanca en 1600, concediéndosele un hábito de la Orden de Santiago en 1607. Viajó a Roma en 1610, comenzando su carrera diplomática al ser nombrado secretario de cifra del Cardenal Gaspar de Borgia, embajador de España en Roma. Trabajó como Secretario de Estado y Guerra de Nápoles.
El 23 de julio de 1617 obtuvo un canonicato en la catedral de Santiago de Compostela, que estaba vacante por muerte de Antonio Patiño. Pero por no poder residir y a pesar de las dispensas conseguidas, tuvo que renunciarlo el 21 de junio de 1621, si bien asistió a los conclaves que eligieron papas a Gregorio XV en 1621 y a Urbano VIII en 1623.
Un hecho destacable lo hallamos en que, computado durante dos años y medio como canónigo de la Iglesia de Santiago, logró que hubiera oficio del Apóstol todos los lunes y que en España hubiese conmemoración obligatoria del “glorioso Patrón”. La polémica sobre el patronazgo de Santiago o de Teresa, solicitada por las Cortes de Castilla y León a favor de ésta, en 1618 estaba por resolver.
Seguramente la mayor luz sobre su actividad en Roma la irradie el propio don Diego, en el memorial visto en el Consejo de Estado de 6 de diciembre de 1630, donde se contienen los siguiente detalles; “Sus ocupaciones han sido diez años de Letrado de Cámara del Cardenal Borja, pasando por él los negocios que se ofrecieron del servicio de Vuestra Magestad en las Congregaciones del Concilio y de Obispos y en otras donde asistía el Cardenal. Fue cuatro años secretario de la embajada y cifra en Roma; y después, de Estado y Guerra en Nápoles. Ha servido tres años la Agencia del Reino de Nápoles, seis la del Reino de Sicilia y siete la de Vuestra Magestad en Roma, con que ha manejado casi todos los negocios que de veinte años a esta parte se han ofrecido del servicio de Vuestra Magestad en Italia, así en materias de Estado como de jurisdicciones y patronazgos, facilitando muchas gracias importantes al patrimonio real de Vuestra Magestad, de millones, servicios de Reinos, de las mesadas y otros, y sirviendo con satisfacción de los ministros de Vuestra Magestad, como ha hecho fe en sus cartas el Conde de Monterrey y la podrá hacer el Conde de Oñate y el de Umanes, del tiempo que asistieron en Roma”
Habiéndose ganado la confianza del rey Felipe IV su actividad diplomática no tuvo descanso. Fue embajador en Roma, 1631, para en 1633 marchar a Baviera en donde se producían las luchas más encarnizadas de la Guerra de los Treinta años. En 1634 tiene lugar la batalla Nördlingen entre los ejércitos suecos y los del imperio alemán, con la ayuda de los Tercios españoles, de la cual salieron victoriosos éstos aliados. Sus misiones fueron constantes; en la elección del rey de Romanos en 1636, en la persona de Fernando II. Ante la princesa de Mantua, varias veces ante la Dietas de los cantones suizos. Y en la Dieta Imperial de Ratisbona de 1640 fue nombrado plenipotenciario del Rey Católico por el círculo de Borgoña, anteriormente solo ocupado tal cargo por Grandes de España o príncipes del Toisón de Oro.
Llegado 1643, culmina su carrera diplomática al ser nombrados plenipotenciario de España para la Paz de Westfalia, el 11 de junio de dicho año. Le acompañaban en la ciudad de Münster el conde Zapata y el borgoñón Brun. El conde-duque de Olivares había caído en desgracia y don Diego pasó por una situación en la cual, una amarga melancolía le invadió al no ver reconocidos sus esfuerzos y servicios en favor de la Monarquía. En una carta al conde de Zapata de 25 de marzo de 1645, llega incluso a expresar “temer la muerte”. La llegada del conde de Peñaranda a Münster permitió alcanzar la firma de las paces a las que dicha ciudad da nombre, al tiempo que Saavedra pudo partir de regreso a España. En agosto de 1646 ya estaba en Madrid, para ser nombrado “conductor” o “introductor” de embajadores. También ocupó una plaza vacante en el Consejo de Cámara en el de Indias, en enero de 1647, con un sueldo de 50.000 maravedís. Mucha parte del tiempo restante de vida lo dedicó, no solo a ocupar ese cargo de consejero sino a reclamar los atrasos que se le adeudaban por sus anteriores cargos.
El 13 de agosto de 1648, sintiéndose muy enfermo, otorgó testamento, falleciendo el día 24 a los 64 años, en el Hospital de los Portugueses, de la parroquia de san Martín. Inicialmente fue sepultado en el convento de los Agustinos Recoletos, junto a lo que hoy es Biblioteca Nacional. Los franceses, siempre tan respetuosos con la fraternidad, durante la guerra de la Independencia profanaron su tumba, además de la de Calderón de la Barca y tantos otros, lográndose recuperar el cráneo y los dos fémures. En 1836 fueron trasladados a la iglesia de san Isidro y desde 1884 reposan, definitivamente, en una capilla del Beato Andrés Hibernón de la Catedral de Murcia.
Don Diego Saavedra no solamente prestó grande servicios a la Corona, sino que mientras se dedicaba a los problemas y discusiones políticas, militares o tributarias que interesaban al Imperio español en decadencia ya, dejaba surgir el erudito que llevaba dentro “en la trabajosa ociosidad de mis continuos viajes por Alemania y por otras provincias” redactando “en las posadas lo que había discurrido entre mí por el camino”. Llegado a este punto, no resulta extraño convenir en que don Diego Saavedra y Fajardo destaca más por su pensamiento como escritor que como diplomático, sin desmerecer en ninguna de ambas labores.
Su obra principal, “Idea de un príncipe político cristiano”, 1640, pretende componer, con gran erudiciòn, una guía para la adecuada formación de un príncipe cristiano. De “Corona gótica, castellana y austríaca” de 1648, planificada como una biografía de todos los reyes de tales épocas, solamente vio la luz la primera parte,con la historia de los treinta y cinco reyes godos. El diálogo “Locuras de Europa” lo escribió como un folleto de intención política destinado a divulgarse en Münster. “Política y razón de estado del Rey Católico don Fernando” es una propuesta pública del rey aragonés como modelo de monarca astuto y perspicaz en el arte de la política, en la lìnea de Maquiavelo. “La república literaria” es una sátira en forma de sueño, en la cual se expresa una fina crítica literaria e informaciones sobre científicos como Galena, Vesalio, juristas. Sorprende que no aluda ni a Cervantes, ni a Qievedo ni a Calderón.
El estilo de don Diego es barroco, sentencioso, incluso padece de un exceso de ilustración. Aunque, según se lee entre sus críticos, cuando moraliza su lectura resulta más atrayente. Hizo el hombre de letras, soldado de la diplomacia, todo su esfuerzo en el bien de su patria, legando al mundo de las letras hispanas una herencia imperecedera. Y prueba de ellos son las ediciones de sus obras, como, por ejemplo, la edición completa de Ángel González Palencia realizada en Madrid, Ed. Aguilar, 1945; la de Manuel Fraga Iribarne (Salamanca: Anaya, 1972) de la obra “Idea de un príncipe político cristiano”. El último de los grandes estudios de conjunto sobre Saavedra Fajardo, al lado de los clásicos de Fraga Iribarne y Francisco Murillo Ferrol, es el del austríaco de Graz, Christian Romanoski: Tacitus Emblematicus. Diego Saavedra Fajardo und seine Empresas Políticas (Wiedler Buchverlag, Berlín, 2006.
Murcia recuerda a su hijo con un IES que lleva su nombre, y en su villa natal, cada 6 de mayo se le rinde homenaje colocando una corona al único busto que puede contemplarse del ilustre muriciano en toda la Región de Murcia. Desde 2008 existe una Asociación en el Aula Senior de la Universidad de Murcia que lleva el nombre de «Asociación Saavedra Fajardo de alumnos del Aula Senior de la Universidad de Murcia».
Sin duda alguna, don Diego Saavedra y Fajardo es merecedor por político, por pensador, por literato, por cristiano, de esos reconocimientos que no hacen sino recordarnos que España, la Corona, ha visto nacer políticos, no solamente honestos, sino también eficaces, competentes y sumamente eruditos. Es decir, todo un ejemplo para seguir.
Francisco Gilet