Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, Sor Juana Inés de la Cruz, nació en san Miguel de Nepantla, México, el 12 de noviembre de 1648, aunque esta fecha no es plenamente aceptada por sus biógrafos e investigadores. Fue hija de Isabel Ramírez de Santillana, criolla, y del capitán español Pedro Manuel de Asbaje. El padre falleció en 1669 y la madre en 1688. Juana fue hija natural, cosa frecuente en aquellas tierras y época, aunque ello no era obstáculo ni mácula alguna para su convivencia, sino que incluso prestaba un signo de fortaleza y vitalidad a la mujer. Prueba de ello fue el hecho de haber regentado su madre la hacienda familiar, empero ser analfabeta.
La que es considerada un exponente femenino importante en el Siglo de Oro de la literatura española, nos permite leer de su infancia en una de sus obras más renombradas “Respuesta a sor Filotea de la Cruz”. En ella destacaba su obsesión por el saber, insistiendo en el aprendizaje del latín con solo tres años. O la petición a una maestra de sus hermanas de que le enseñasen a leer y escribir. En 1664 entró al servicio de la virreina recién llegada, Leonor Carreto, marquesa de Mancera. Algo sabia de latín cuando, inducida por su confesor, Núñez de Miranda, según ella misma nos relata en su Respuesta,“Entréme religiosa porque para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir”. La primera opción fueron las carmelitas descalzas de san José, aunque enfermedad y rigor de la Orden la hicieron desistir para profesar en el convento de san Jerónimo. En el intervalo de su no ingreso en las carmelitas y su entrada en las jerónimas, pasó por la Corte unos meses, y durante ellos aconteció la anécdota que relató el marqués de Mancera y que recoge Calleja en “Fama y obras póstumas”; el virrey reunió en 1668 a los cuarenta hombres más sabios de Nueva España para que la examinaran y dictaminaran si su sabiduría era adquirida o natural “y atestigua el señor Marqués […] que a la manera que un galeón real […] se defendería de pocas chalupas, que le embistieran, así se desembarazaba Juana Inés de las preguntas”.
El 1673, la Corona dispuso el nombramiento de virrey en la persona de fray Payo Enríquez de Rivera, a quién Sor Juana Inés le dedicó unos versos solicitando su Confirmación. Si admiración le produjeron los tres sonetos, impecables, mayor efecto le causaron los dirigidos a la ex virreina marquesa de Mancera, fallecida cuando iniciaba su retorno a España. Una amistad que había perdurado con constantes visitas de Leonor de Carreto a la celda de sor Juana, en las jerónimas, cuya regla le permitía, estudiar, recibir visitas, celebrar tertulias e incluso tener esclavas que cuidasen de ella.
En 1680, el obispo fray Payo fue sustituido en el virreinato de la Nueva España por Tomás de la Cerda y Aragón. Habiendo recibido encargo sor Juana de confeccionar un arco de triunfo para adornar la entrada de los virreyes, compuso su famoso “Neptuno alegórico”. La impresión causada en los personajes agasajados fue sumamente grata, tanto que Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes, llegó a poseer un retrato de la monja, un anillo obsequio de la religiosa y ambos viajaron a España, junto con los textos que a su partida le había proporcionado, cuando la virreina regresó a ella.
De 1680 a 1686 puede considerarse la época floreciente en la obra de sor Juana. Escribió versos sacros y profanos, villancicos para festividades religiosas, autos sacramentales “El divino Narciso”, “El cetro de José” y “El mártir del sacramento” y dos comedias; “Los empeños de una casa” y “Amor es más laberinto”. También sirvió como administradora del convento, con buen tino, y realizó experimentos científicos. En 1690 entró en disputa con el obispo de Puebla, Manuel Fernández de santa Cruz, como consecuencia de una crítica al sermón de un conocido predicador jesuita, Antonio Vieira. El obispo, bajo seudónimo de sor Filotea, le recriminó que se dedicase a “humanas letras”, instándola a que dedicase sus esfuerzos a las divinas. La poetisa contestó con su “Respuesta a sor Filotea de la Cruz”, con una encendida defensa de su quehacer intelectual, y reclamando los derechos de la mujer a la educación. Es decir, que a finales del siglo XVII la voz de una mujer ya se levantaba reclamando derechos. Y con tocas de monja.
Llegamos a 1695. Sus amigos y protectores ya han fallecido, incluidas diez monjas del convento de san Jerónimo. Hay agitación y rebeliones en el norte del virreinato y las epidemias atacan a la población novohispana. Aquellas circunstancias en las cuales vivía sor Juana la impulsaron a dejar las letras y dedicarse con mayor ahínco a su labor como religiosa, renovados sus votos en 1694. En tales menesteres no resulta extraño su contagio, al haber cuidado a las monjas fallecidas por la peste. A las 4 de la madrugada del 17 de abril de tal 1695, con cuarenta y seis años, falleció Juana Inés de Asbaje Ramírez, dejando 180 volúmenes de obras selectas, muebles, una imagen del Niño Jesús y de la Santísima Trinidad. Fue enterrada el mismo día de su muerte, siendo el funeral presidido por el canónigo Francisco de Aguilar, rezando la lápida colocada la siguiente inscripción;
“En este recinto que es el coro bajo y entierro de las monjas de San Jerónimo fue sepultada Sor Juana Inés de la Cruz el 17 de abril de 1695”.
Cultivó la lírica, el auto sacramental y el teatro, así como la prosa. “Yo, la peor del mundo” como ella se calificaba, es considerada por muchos como la décima musa, dentro del gran siglo de oro español, al cual dedicaremos nuestro tiempo. Su obra dramática cubre tanto lo religioso como lo profano. Era muy dada al retruécano, a verbalizar sustantivos y sustantivar verbos. Acumulaba adjetivos sobre un mismo sustantivo, siendo una maestra en el arte del soneto y en los conceptos barrocos. Su poesía está sustentada en tres pilares, la versificación, las alusiones mitológicas y el hipérbaton.
Los autos sacramentales, como “El Cetro de José”, “El mártir del Sacramento” o “El divino Narciso”, se orientan a la explicación, como también lo hacen otros escritos doctrinales. Es el caso de los “Ofrecimientos para el Santo Rosario” o “Los Ejercicios de la Encarnación” obras en las que, al igual que en los villancicos, destaca especialmente el deseo de destacar la sabiduría de la Virgen, la nueva Eva “restauradora de nuestro honor perdido en Adán”. Villancicos entre los que destacan los dedicados a la Asunción en 1676, 1679, 1685 y 1690, y otros dedicados a san Pedro Nolasco y san Pedro Apóstol en 1676 y 1683 o los de Navidad de 1689, todos ellos cantados en la catedral metropolitana. El que más ha llamado la atención de la crítica es el dedicado a santa Catarina (1691), uno de los más feministas, cantado en la catedral de Oaxaca, en lugar de la de México.
Toda su obra permite considerarla como la representación
de la novohispana en el Siglo de Oro de las letras españolas. Es decir, otra
mujer, junto con Teresa, en el gran cuadro de nuestro Siglo de Oro.
Francisco Gilet
Gracias por tu aportación. Feliz semana.
Excelente trabajo sobre esta autora religiosa, más si cabe en estos tiempos en los que la mujer se menosvalora si no es feminista progre.
Otro trabajo impecable que viene a reconocer su impagable servicio a la historia de España.
Gracias por su colaboración en esta página .
Mi reconocimiento.