Buenos Aires, 1847.
El sol del atardecer cae sobre el bergantín Volador, tiñendo de color ocre la toldilla, la escala, la caña del timón y parte de la cubierta donde se acumula buena parte de la tripulación, fijas sus miradas en la dirección que señala desde la cola el vigía, quien acaba de dar la voz de alarma ante la aproximación de un bote de remos con un puñado de hombres a bordo que tratan de llamar la atención de los españoles a base de gritos y aspavientos mientras son perseguidos por una flotilla argentina.
Acodado en el antepecho del castillo de popa, el teniente de navío Federico Santiago lleva un rato analizando la situación a través de su catalejo: el esquife, con alrededor de quince hombres, parece pretender llegar hasta el Volador antes de ser alcanzados por la armada argentina, en lo que parece ser una persecución en toda regla.
Mal asunto, barrunta el teniente. El destino de su barco es Montevideo para el traslado del representante diplomático de la corona ante la recientemente independizada Uruguay y la escala en Buenos Aires tenía que ser una simple parada técnica que debía transcurrir sin incidencias, pero cuando Santiago ve que desde el bote uno de los hombres se levanta y comienza a ondear una bandera española se le hiela la sangre.
Todo sucede muy rápido: que los perseguidos alcancen la proa del barco y el teniente permita su ascenso al Volador es todo uno antes de que lleguen los argentinos y comiencen a reclamar a gritos la entrega de los quince hombres a los que tachan de criminales. Calculando mentalmente opciones, posibilidades y conveniencias, el teniente se acerca hasta la balaustrada reclamándose sosiego ante una situación, piensa, que va a requerir de diplomacia y mano izquierda, una intención que le dura el tiempo que tarda el alférez Casto Méndez Núñez en abrirse paso entre la tropa para, espada en mano, brincar sobre sobre el palo mayor y proferir una amenaza capaz de parar el pulso al más templado de los marinos.
—El primero que se atreva a poner la mano sobre un español caerá atravesado por mi espada.
Y estas palabras, dichas con el arrojo y entereza de un hombre dispuesto a sacrificarse por la honra de su patria y la salvación de sus hermanos, impuso de tal manera a los soldados del tirano , que no pudieron menos de humillar sus armas ante el León de Castilla, dando un viva a España y haciendo que a su mágica vibración todos los Marinos de diferentes naciones que presenciaban tan patética escena, prorrumpiesen en entusiastas hurras que cubrieron de gloria la frente del joven adalid que había salvado la vida a más de quince hombres. (Biografía del excmo. Señor don casto Méndez Núñez, Jefe de la Escuadra Española en el Pacífico por tres paisanos suyos,1866).
CASTO MÉNDEZ NÚÑEZ
Nació Don Casto Méndez Núñez en la perla de los mares, la poética y hospitalaria Vigo, cuyo aspecto hidrográfico y majestuoso es a propósito para imprimir en el alma sensaciones que despierten amor a las empresas marítimas que dan fama inmortalizando a los que las acometen.
Comienza así la Biografía del excmo. Señor don Casto Méndez Núñez, Jefe de la Escuadra Española en el Pacífico por tres paisanos suyos, en la que se recoge la apasionante vida de este marino nacido el 1 de julio de 1824, cuya carrera en la Armada comenzó con apenas 16 años en la clase de Guardia Marina en el Departamento de Ferrol.
La vida militar de Méndez Núñez fue intensa: en 1840 se enroló en el bergantín Nervión, al mando de don juan José Lerena y Barry, y dos años más tarde, ya con el título de guardiamarina, viajó a las islas de Fernando Poo, donde se distinguió por su buen oficio, lo que le valió para ascender como guardiamarina de 1ª. En 1846 pasó al vapor Isabel II, fecha en la que alcanzó el grado de alférez de navío. Ese año tendría su primera experiencia en el Nuevo Mundo a bordo del bergantín Volador, al que se le había asignado la misión de ir a Uruguay para el traslado del representante diplomático del rey ante Montevideo; sería ahí cuando harían escala en Mar del Plata, donde se produciría un incidente con las autoridades a cuenta de unos españoles que se refugiaron en el Volador huyendo de ellos. Cuando los argentinos quisieron subir a bordo, Méndez Núñez se encaró con ellos y, desenvainando su espada, les amenazó: <<El primero que se atreva a poner la mano sobre un español caerá atravesado por mi espada>>.
Entre 1848 y 1850 participó en una expedición española que acudió en auxilio de Pío IX y los Estados Pontificios, cuya independencia estaba amenazada por las fuerzas unificadoras de la península italiana, si bien no se produjo ningún combate gracias a la intervención de Francia. Por esa época se le otorgaría el grado de teniente de navío, siéndole otorgado el mando de la goleta Cruz, de siete cañones, y en 1856 fue nombrado oficial tercero del ministerio de Marina, una época en la que se dedicó a traducir la obra Artillería Naval de Howard Douglas. En 1859 partió hacia Filipinas en el Narváez en comisión de guardacostas , acción que le tuvo más de un año, donde acontecieron hechos notables, como el 21 de agosto, frente a las costas de Basilán, cuando su barco divisó tres barotos y dos bancas piratas de moros joloanos que llevaban derrota a las islas Visayas, a los que combatieron y vencieron.
En 1861 se le ascendió a capitán de fragata, otorgándosele el mando de la goleta de hélice Constancia y, con ella, todas las fuerzas del sur del archipiélago. Allí tendría que hacer frente a la rebelión del rajá de Buayán, en Mindanao, demostrando Méndez Núñez su arrojo y pericia cuando, después de un primer intento de desembarco infructuoso ante las murallas, decidió abordar la fortaleza como si de un buque se tratara, lanzando su goleta contra el fuerte. Por este hecho de armas se convirtió en capitán de navío en 1862.
Hemos tenido un combate en el Río Grande de Mindanao para batir una cota, o fuerte, lo que al final conseguimos después de dos horas de combate, dándoles abordaje con la goleta Constancia. Les hicimos un desastre espantoso, y ellos nos causaron algunas bajas, pero se consiguió el objeto. Esto nos hizo salir unos días de esta monotonía en la que vivimos, y como el escarmiento ha sido grande no creo que vuelvan a resollar los moros, quedándose tranquilos por mucho tiempo (Carta de Casto Méndez Núñez a sus padres.
Al estallar la revolución en Venezuela, en 1863, se ordenó a Méndez Núñez, que por esos tiempos se encontraba en La Habana luchando contra el contrabando, poner rumbo a La Guaira. Al llegar a Puerto Cabello, el Mayor General le comunicó que el puerto estaba bloqueado, pero don Casto se negó a aceptarlo, ya que en ese país no había aún gobierno reconocido, así que entró a las bravas, llegando personalmente a un acuerdo para que no se abriera fuego, poniendo a salvo a todos los representantes diplomáticos extranjeros. Aquella actuación le valió sendas cartas de reconocimiento.
A principios de diciembre de 1864 se otorgó a Méndez Núñez el mando de la primera fragata acorazada que tuvo España, el Numancia, de 34 cañones de a 68 libras, con artillería montada en Cartagena. El 4 de febrero de 1865 se hizo a la mar, sufriendo ocho días después un fuerte temporal atlántico con balanceo de regala a regala que no terminó en hundimiento gracias a al buen hacer de la tripulación, demostrando así que los buques acorazados podían navegar en mares abiertos.
Ese viaje basta para hacer inmortal al marino español en los anales de la navegación del mundo (Lord Ramsay).
VALPARAÍSO
En 1862, España había organizado una expedición naval científica y diplomática, llamada Comisión Científica del Pacífico, que debía recorrer toda la costa americana, desde Río de Janeiro hasta San Francisco. La escuadra realizó su misión, llegando hasta California, y de regreso anclaron en El Callao, donde recibieron noticias de que en la hacienda de Talambo habían sido asesinados unos colonos españoles.
Mientras la escuadra española abandonaba El Callao y llegaba a Valparaíso (actual Chile), Eusebio Salazar y Mazarredo, comisario extraordinario para el Perú, solicitó una reunión con el canciller Juan Antonio Ribeyro que no fructificó, pues este le advirtió que no lo reconocía como comisario, a lo que Salazar respondió marchando al encuentro de Luis Hernández-Pinzón Álvarez, comandante general de la escuadra del Pacífico, a quien le correspondió la búsqueda de la paz, siempre condicionada por la resolución justa del caso de Talambo y la garantía de la seguridad de los barcos, su personal y el honor nacional.
El 14 de abril de 1864 la Escuadra ocupó las islas Chincha, iniciándose una escalada en el conflicto entre el Perú y España. Ante la situación, el gobierno español decidió enviar varios buques para reforzar la flota, encontrándose con la negativa de Chile a facilitar cualquier abastecimiento.
El 24 de noviembre el vicealmirante José Manuel Pareja, sustituto de Pinzón, Y Manuel Ignacio de Vivanco, redactaron el Tratado Vivanco-Pareja, donde se establecía el intercambio de embajadores, el saludo a los respectivos pabellones y la reprobación oficial a Salazar, la desocupación de las islas Chincha y el pago a España de 3 millones de pesos como indemnización por los gastos causados. El 2 de febrero de 1865 el Tratado era ratificado por el presidente del Perú, Juan Antono Pezet, pero el coronel Mariano Ignacio Prado se levantó en armas, dando comienzo a la Revolución de Arequipa, que terminaría derrocando a Pezet por haber firmado un tratado que se consideraba humillante para la nación.
Mientras tanto, Pareja presionaba a Chile para que levantara las restricciones impuestas a los buques españoles; ante la negativa del gobierno de Santiago, el vicealmirante declaró toda la costa chilena en estado de bloqueo (24 de septiembre), aunque este se redujo a Coquimbo y Caldera debido a la escasez de buques españoles. En respuesta a esta decisión, Chile declaró la guerra a España el día siguiente.
El 26 de noviembre la corbeta chilena Esmeralda capturó a la goleta española Virgen de Covadonga de forma tramposa, pues la corbeta se aproximó al otro enarbolando pabellón inglés. Este hecho provocó el suicidio del vicealmirante Pareja y el consiguiente nombramiento de Casto Méndez Núñez como Comandante General de la Escuadra.
1866 nacería convulso: el 12 de enero Perú y Chile firmaron una alianza y declararon la guerra a España, acto al que se unieron Ecuador (30 enero) y Bolivia (22 de marzo), aunque sin participar activamente en la contienda, produciéndose entre medias (7 y 8 de febrero) un combate en Abtao.
En tales circunstancias, Méndez Núñez, viéndose obligado por las instancias superiores, fijó rumbo a Valparaíso con una orden clara en el cuaderno de bitácora: bombardear la ciudad.
Si desgraciadamente no consiguiese una paz honrosa para España, cumpliré las órdenes de V.E. (ministro de Estado Bermúdez de Castro), destruyendo la ciudad de Valparaíso, aunque sea necesario para ello combatir antes las escuadras ingles ay americana, aquí reunidas, y la de Su Majestad se hundirá en estas aguas antes que volver a España deshonrada, cumpliendo así lo que Su Majestad, Su Gobierno y el país desean; esto es, primero honra sin barcos, que Marina sin honra.(Respuesta de Méndez Núñez a las órdenes del ministro)
En aquel momento en Valparaíso se hallaba fondeada una división norteamericana, al mando del comodoro Rodgers, y otra británica, a cargo de lord Denman. Tanto uno como otro trataron de interceder y enviaron sendas misivas a Méndez Núñez, a lo que don Casto exigió lo siguiente:
Declaración de Chile de que no pretendió ofendernos, de que respeta nuestra dignidad y desea mantener con nosotros relaciones cordiales, devolviéndonos, en prueba de buena fe, la goleta Covadonga(…) si no se recibe del Gobierno chileno la nota a que se refiere la primera condición antes de las ocho de la mañana del día 27 (de marzo de 1866) daré un manifiesto al Cuerpo diplomático, en que señalaré un plazo fatal para el bombardeo de Valparaíso.
Sería por aquellos días cuando el comandante general de la escuadra recibiría carta de España. Era su madre, que le decía lo siguiente:
Cumple con tu deber, ya sabes que antes quiero verte muerto que cobarde, y tu madre quedará en este mundo para pedir a Dios por ti.
En un segundo intento, Rodgers visitó a Méndez Núñez para decirle que no podía permanecer impasible ante el bombardeo, declaración que fue respondida por el español en los siguientes términos:
Sensible me sería romper con naciones amigas…pero ninguna consideración en el mundo me impedirá cumplir con las órdenes de mi Gobierno. Este dice que preferirá ver hundida su escuadra en el pacífico a verla deshonrada en España y yo estoy resuelto a cumplir fielmente su pensamiento, sea cual sea la oposición en que me encuentre.
Vista la determinación española, el gobierno chileno carteó a Rodgers:
V:S. se dirigirá al jefe enemigo don Casto Méndez Núñez, proponiéndole un combate entre las fuerzas náuticas de que hoy disponen Chile y el Perú y las que tiene el jefe español bajo su mando.(…) esta nave Numancia no deberá tomar parte en el combate.
Aquella declaración no era más que una trampa. La solicitud de negar la asistencia al combate del Numancia era porque Chile estaba a punto de recibir dos blindados, los Huáscar e Independencia, lo que hubiese asegurado una victoria chileno-peruana. De hecho, eran tan evidentes las intenciones que lord Denman le dirigió una nota a don Casto:
Señor brigadier: esta carta justifica por sí solo el acto que va a usted a llevar a cabo; usted se ha conducido de la manera más digna, y su generosidad ha sido muy mal correspondida por el gobierno de este país.
Agotado el plazo para el cumplimiento de las exigencias, se remitió el manifiesto en el que se especificaba que los establecimientos diplomáticos debían ser vistos por su bandera y que se debían remarcar puntos estratégicos, como hospitales o iglesias , dando un plazo de 4 días para que la población que estuviera próxima a las zonas a bombardear pudieran abandonar la ciudad para evitar muertes que a nadie beneficiaban.
31 de marzo. Con la orden de destruir almacenes, edificios de la intendencia, la bolsa o la estación, siempre en busca de hacer daño al Estado y no a los ciudadanos en sus propiedades, se emplearon únicamente proyectiles redondos para evitar incendios.
2-4-66, fragata blindad Numancia, CValparaiso. Te aseguro que he pasado un rato desagradabilísimo por ser cosa en extremo bárbara y bien en contra de mis ideas. Yo me alegraré de no volver a presenciar semejante acto; y siento en el alma que los cañones hayan resonado para verificarlo. Méndez Núñez y todos han sufrido bastante en aquellos momentos… (carta del mayor general de la Escuadra Miguel Lobo Malagamba a su esposa)
Después de aquello, el Numancia tomó el rumbo hacia la plaza fuerte de El Perú, llamada El Callao, donde Casto Méndez Núñez volvería a demostrar su excelencia como marino.
EL CALLAO. DIARIO DE UNA BATALLA
El Callao es plaza poderosamente fortificada, que será con vigor sostenida, y hay en atacarla un lance arriesgado, en el que probablemente quepa a los españoles la peor parte.(Un diario chileno, 8 de abril)
2 de mayo de 1866.
9:00. A las nueve de la mañana se realizó una alocución en todos los buques españoles, leída por los respectivos comandantes, compuesta por una fragata blindada (Numancia), cinco fragatas de hélice (Blanca, Resolución, Berenguela, Villa de Madrid y Almansa), una corbeta de hélice (Vencedora) y siete buques auxiliares (los vapores de transporte Marqués de la Victoria, Paquete del Maule, Uncle Sam y Matías Cousiño y los transportes a vela Mataura, María y Lotta and Mary):
Marineros y soldados: después de una larga y ardua campaña, hoy se nos presenta la ocasión de cerrarla dignamente, castigando cual se merece la osadía y perfidia de un enemigo, que nada ha dejado de poner en práctica para vilipendiar a nuestra querida España: a España, que hoy espera de nosotros que la venguemos dignamente. Un mismo deseo nos anima a todos, y yo no puedo dudar que, con vuestro valor, decisión y entusiasmo, lo veréis satisfecho, volviendo al seno de vuestras familias después de consignar una página de gloria en la historia de la marina moderna, dejando su honra a la altura que nuestra patria tiene derecho a esperar de nosotros. ¡Viva la Reina!. Vuestro Comandante General, Casto Méndez Núñez.
En frente, la fortaleza de El Callao: cincuenta y seis cañones, a ellos añadir los de la flota nava eran entre 94 y 96. Por parte de la escuadra española montaban en total 249, pero como solo podían disparar al mismo tiempo por una banda (en este caso se presentó la de estribor) y otras circunstancias, los reales eran 128, cantidad engañosamente superior si atendemos a las palabras de Horacio Nelson:
Un cañón en tierra vale por diez embarcados.
11:15. Comenzó a ondear en el tope del palo mesana de la Numancia las banderas que prevenían entrar en zafarrancho de combate, por lo que todos los buques se dirigieron a sus puestos preestablecidos; a continuación, toques de generala y calacuerda en todos los bajeles, izándose a tope de palo las banderas de combate. En el Numancia, don Casto se erguía en el puente de mando, a descubierto, para dar ejemplo a sus hombres en todo
11:55.La Numancia, en cabeza de la división del Sur, corría la menor distancia llegando la primera a su puesto, frente a las fortificaciones de Santa Rosa. Gobernando a presentar su batería de estribor al enemigo, rompió rompiéndose el fuego.
Se generalizó el fuego por ambas parte, mientras la Blanca, gobernada por Juan Bautista Topete, llegó a situarse a ochocientos metros de las baterías, desafiando la mala puntería de las defensas.
12:10. La escuadra voló la torre blindada del Sur. Una bala alcanzó donde se almacenaban los repuestos de pólvora, haciéndola saltar por los aires.
Por su parte, el Numancia se adentró, pero la falta de buenos planos de la zona llegó a un fondo de cinco brazas, quedando casi embarrancada. Al percatarse el enemigo de su mala situación, multiplicó sus fuegos contra la fragata:
En los momentos en que una granada de nuestra escuadra hacía volar la parte superior de la torre del Sur, un proyectil enemigo, rompiendo la baranda del puente y llevándose la bitácora allí situada, me hirió directamente, pasando entre mi costado y brazo derecho, y causándome los astillazos varias heridas en las piernas (seis) y caja del cuerpo. Por el pronto abrigué la esperanza de poder continuar en mi puesto; pero transcurridos algunos minutos, caí en brazos del comandante de este buque, (capitán de navío don Juan B. Antequera)
Cuando me conducían al hospital de sangre, el señor Mayor general, acercándoseme para averiguar cuáles eran mis heridas, le dije consideraba no eran de cuidado; que se pusiese de acuerdo con el comandante de la Numancia y continuase la acción, sin dar parte del suceso a los demás buques.» (Parte de Campaña escrito por don Casto).
A partir de ese momento, recayó el mando de la escuadra en el mayor general Miguel Lobo Malagamba, quien se hallaba en el otro extremo de la línea.
15:00 horas. La fragata Blanca se retiró de la línea por haber consumido toda la munición. A la misma hora el Almansa recibió una granada, produciéndose un incendio. Avisado el comandante de lo ocurrido, Victoriano Sánchez Barcáiztegui ,se le aconsejó inundar la santabárbara para evitar la voladura de la fragata, a lo que respondió «Hoy no es día de mojar la pólvora». La solución adoptada fue salirse de la línea para que toda la dotación se afanara en apagar el fuego al grito de que o se apagaba o volaban todos. Treinta minutos después, la fragata volvía al combate.
16:00. Solo tres cañones enemigos respondían en toda la línea de las fortificaciones.
El Mayor General ordenó que las fragatas Numancia, Resolución, Almansa y corbeta Vencedora rompieran el fuego contra la población, aunque convencido estaba de no producir grandes efectos, por haber consumido todos los buques las granadas y quedar reducidos a tirar sólo con proyectil, igual que se hizo en Valparaíso.
A las 16:30 horas un oficial comunicó a Méndez Núñez que sólo contestaba la plaza con tres cañones; entonces don Casto preguntó
—¿Están contentos los muchachos?
—Sí —respondió el oficial.
—Pues entonces, solo falta que en España queden satisfechos de que hemos cumplido con nuestro deber. Diga usted a Antequera que cese el fuego, suba la gente a las jarcias y se den los tres vivas de ordenanza antes de retirarnos.
16:40. No habiendo enemigo a quien combatir, se izó la señal desde la capitana de cesar el fuego, las dotaciones cubrieron las jarcias dando tres vivas a la Reina, cumpliéndose así la ordenanza. Ordenado por el comandante General, se dio por terminado el bombardeo del mejor puerto defendido del Perú, quedando este en muy malas condiciones y prácticamente toda su artillería desmontada o destruida.
La escuadra puso rumbo al fondeadero de la isla de San Lorenzo, donde se realizaron las reparaciones de los daños recibidos en el combate (El Numancia, 52 impactos). Al día siguiente, se dio la orden del día:
Soldados y marineros de la escuadra del Pacífico: Una provocación inicua nos trajo a las aguas del Callao; la habéis castigado apagando los fuegos de la numerosa artillería de grueso calibre, presentada por el enemigo, hasta el punto que sólo tres cañones respondían a los nuestros, cuando la caída del día os obligó a volver al fondeadero. Habéis humillado los que, arrogantes, se creían invulnerables al abrigo de sus muros de piedra, detrás de sus monstruosos cañones; ¡como si las piedras de los muros y el calibre de la artillería engendrasen lo que ha menester todo el que pelea: corazón y disciplina! Impulsados por ambas condiciones, que tan sobradas concurren en vosotros, y movidos por el más puro patriotismo, habéis vengado ayer largos meses de inmundos insultos, de procaces denuedos. Y si después del castigo que vuestro valor a impuesto al gobierno del Perú, apagando los fuegos de sus cañones, y primero que todos, los de aquellos cuyos proyectiles creía que sepultarían nuestros buques en esta agua, y de haberle destruido una parte de su más importante población marítima, osa presentar ante nosotros las naves blindadas, que con tanta arrogancia anuncia ese mismo gobierno como infalibles destructoras de las nuestras, dejadlas acercarse, y entonces responderéis a sus cañones monstruosos saltando sobre sus bordas y haciéndolas bajar el pabellón. Tripulantes todos de la escuadra del Pacífico: habéis añadido una gloria a las infinitas que registra nuestra patria: la del Callao. Os doy las gracias en nombre de la Reina y de esa patria. Ambas os probarán en todos tiempos, en todas circunstancias su común agradecimiento. Ambas y el mundo entero proclamarán siempre, y así lo dirá la historia, que los tripulantes todos de esta escuadra, no dejaron por un solo momento de ser modelo de la más extrema abnegación, del más cumplido valor. Vuestro Comandante General, Casto Méndez Núñez.
Aparte de los daños en los barcos, las bajas fuero un total de 43 hombres, 83 heridos y 68 contusos. Del enemigo no se tiene datos fiables, pero solo la voladura de la torre Sur debió causar más de cien muertos. En algunas fuentes se habla de otras dos mil bajas.
SUS ÚLTIMOS AÑOS
Casto Méndez Núñez fue nombrado vicepresidente de la Junta Provisional de Gobierno de la Armada por Decreto del Gobierno Provisional el 20 de octubre de 1868, pasando a ser vicepresidente del Almirantazgo un año después, puesto que desempeñaría hasta su muerte, a la edad de 45 años. En un primer momento, su temprana muerte fue achacada a las secuelas de las heridas recibidas tres años antes en el combate del Callao, si bien circularon rumores insinuando su envenenamiento, hecho que no pudo ser aclarado, ya que sus hermanas no autorizaron la realización de una autopsia.
Sus restos mortales fueron sepultados primeramente en Pontevedra, aunque cinco años después sus restos fueron trasladados al panteón de la familia en la capilla de El Real, en Moaña, lugar al que acudió el rey Alfonso XII a presentar sus respetos el 2 de agosto de 1877. Posteriormente fue trasladado al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz) en 1883 a bordo de la fragata Lealtad, uniéndose a los honores una flota británica al mando del almirante William Dowell.
Por último, indicar que a lo largo de la historia han existido cuatro buques de la Armada que han llevado el nombre de Casto Méndez Núñez: una fragata blindada, un crucero ligero, un destructor y una fragata F-100.
Ricardo Aller Hernández
BIBLIOGRAFÍA
- Anónimo: «Tres paisanos suyos» (1866). Biografía del excmo. Señor don Casto Méndez Núñez, jefe de la escuadra en el Pacífico. Madrid: Imprenta de C. Moliner y Compañía.
- Todoavante. Casto Méndez Núñez.