Las persecuciones a los cristianos han sido una constante a lo largo de la Historia. Ya en la Edad Moderna, los católicos tuvieron que enfrentarse a la Reforma Protestante que en menos de un siglo se impuso en muchos países del norte de Europa.
En Inglaterra, no solo se convirtió en la religión oficial sino que el Cisma provocado por el conflicto abierto entre Enrique VIII y Roma por causa de su matrimonio con Ana Bolena, impuso un nuevo modelo de iglesia cristiana, la Iglesia Anglicana. Desde entonces, a mediados del siglo XVI, los católicos fueron perseguidos durante mucho tiempo, a excepción de los años del reinado de María Tudor.
En 1603, la llegada al trono de Jacobo I, tras la muerte de Isabel I, continuó la política religiosa de su predecesora. Dos años después de su coronación, los católicos prepararon la conocida como “Conspiración de la pólvora”, que pretendía terminar con un tiempo de persecución constante a los defensores del catolicismo. Pocos días antes, llegaba a Inglaterra una beata española dispuesta a ayudarlos.
Luisa de Carvajal estaba a punto de cumplir los cuarenta y había viajado al Norte dispuesta a sufrir el martirio. Atrás dejaba una vida de devoción y entrega a Dios. Nacida en la localidad cacereña de Jaraicejo el 2 de enero de 1561, era la hija pequeña de los seis hijos de la noble pareja formada por Francisco de Carvajal y María de Mendoza.
Luisa vivió los primeros años feliz en su acomodado hogar, pero la muerte prematura de su madre y su padre en un breve periodo de tiempo, convertiría su infancia y adolescencia en un peregrinar por las distintas casas de los familiares que la fueron acogiendo.
En 1591, el Marqués de Almazán, virrey de Navarra, con quien había vivido los últimos años, le autorizó a vivir de manera independiente. A sus treinta años, Luisa era una mujer culta, inteligente, que había recibido una esmerada educación y llevaba unos años viviendo de manera austera desarrollando una intensa vida de devoción.
Poco a poco había dejado atrás las comodidades de la vida noble y fue asumiendo una vida religiosa. Sin llegar a ingresar en un convento, en 1593 hizo votos de pobreza, obediencia y martirio. Su casa se convirtió en un beaterio en el que otras mujeres devotas se unieron a Luisa en una vida de retiro espiritual y ayuda a los demás.
En todos esos años, Luisa escribió poesía transmitiendo en hermosos versos sus experiencias místicas siguiendo la estela de las grandes escritoras místicas medievales.
A finales del año 1604, Luisa de Carvajal, a pesar de tener solamente cuarenta y tres años, escribió su testamento. Sabía muy bien que la decisión que había tomado le iba a llevar a una muerte segura, acompañada del martirio.
Acompañar a los mártires
Llevaba tiempo recibiendo con consternación noticias desde Inglaterra de las persecuciones insistentes que allí se producían contra los católicos y sintió la necesidad de acudir en su ayuda, aunque aquello supusiera dar su vida en el camino.
El 24 de enero de 1605 ponía rumbo a Inglaterra, donde arribó tras un largo y penoso viaje que la dejó exhausta y sin demasiados recursos para sobrevivir. Aún así, una vez se encontró en Londres, se puso en contacto con la comunidad católica e inició una labor de ayuda en colaboración con los jesuitas.
Durante los nueve años que permaneció en tierras inglesas, Luisa de Carvajal se convirtió en un referente para los católicos perseguidos. A pesar de la preocupación de las autoridades y las advertencias del clero católico de que su vida corría peligro, su hogar se convirtió en refugio de los perseguidos.
Luisa salió a las turbulentas calles de Londres para defender la causa católica y realizar incluso una importante tarea de evangelización que terminó situándose en el punto de mira de las autoridades protestantes.
En 1608, fue encarcelada por primera vez, pero la mediación de los embajadores españoles le permitieron salir al poco tiempo de prisión. El paso por la cárcel no mermó sus ansias de ayuda y siguió visitando a los prisioneros por causas de fe y apoyando a los católicos que se enfrentaban a la persecución.
En 1613, fue el mismísimo obispo de Canterbury quien ordenó de nuevo su encarcelamiento acusándola de conspirar contra el rey. Esto provocó un conflicto diplomático entre Inglaterra y España, pues ambos países no querían romper sus lazos diplomáticos, por lo que la embajada española medió en su liberación pero invitó a Luisa a que abandonara Inglaterra.
Cuando fue liberada, Luisa se encontraba demasiado enferma para viajar. Falleció en su casa de Gondomar el 2 de enero de 1614. Su cuerpo sin vida regresó a España meses después.
En todo el tiempo que permaneció en Inglaterra, las cartas que escribió a los dignatarios españoles y a sus amigos en España se convirtieron en una valiosa fuente de documentación histórica sobre aquellos años turbulentos. Su colección epistolar, junto con sus hermosas poesías místicas, fueron la herencia de esa mujer valiente, culta y consecuente con su fe hasta las últimas consecuencias.
La escritora inglesa Lady Georgiana Fullerton resumía así su vida y su obra: «Con sus palabras y sus cartas, a menudo devolvía la paz y la tranquilidad a los corazones ansiosos y angustiados. No se desperdició ni un momento del tiempo de esta santa mujer. Actuó, habló, pensó, siempre pensando en la gloria de Dios».
Jesús Caraballo