Primera clase en la Real y Militar Academia de Matemáticas de Barcelona (15 de octubre de 1720)

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Hoy quisiera romper otro mito de los bien pensantes que proclaman la total oscuridad en que se encontraba la sociedad española del siglo XVIII. El hecho que queremos recordar no está basado en unas efemérides militares o un evento político. Se trata de un acontecimiento puramente académico. La celebración oficial de la primera clase en un centro militar dedicado a la técnica. El centro se encontraba en Barcelona y el organizador era el Reino de España. Corría el 15 de octubre de 1720.

Los antecedentes de esta academia se remontan a unas Clases de Matemáticas y Fortificación que el capitán e ingeniero Francisco Larrondo impartía en el palacio de los Virreyes de Barcelona en 1694. Dichas clases se tuvieron que suspender cuando Larrondo fue reclamado para participar en una campaña militar.

Anteriormente, en 1675, el Duque de Villahermosa, Capitán General de Flandes, había fundado en Bruselas la Academia Real y Militar del Exercito de los Payses-Baxos. Dicha Academia estaba dirigida por Sebastián Fernandez de Medrano. La institución tuvo un funcionamiento irregular y finalmente en 1697 se mando extinguir. A pesar de su aparente fracaso, la labor organizativa de Medrano, fue reconocida y se le solicito un informe consultivo que sirvió de guía para la fundación de la nueva Academia en Barcelona. El 22 de enero de 1700, el gobierno de Carlos II, emitió un despacho ordenando la creación de la Academia Militar de Matemáticas en Barcelona, pero la muerte del Rey, paralizó el proyecto.

EL 22 de noviembre de 1700, el proyecto se reactivó y fue nombrado el director de la Academia, el capitán José de Mendoza. Se nombró su ayudante el teniente Agustín Stevens y, muy importante, se decidió que la Academia se rigiese por el mismo Directorio que la Academia de Medrano en Bruselas. Eran tiempos convulsos y probablemente la Academia no llegó a funcionar de forma regular. Además el 8 de octubre de 1705 la ciudad de Barcelona quedó en poder de las tropas aliadas del Archiduque Carlos y la Academia dejó de funcionar.

La guerra había paralizado los proyectos en Catalunya, pero no en el resto del reino y en 1709, Jorge Prospero de Verboom, español nacido en Bruselas de origen flamenco, fue designado por el Marqués de Bedmar para organizar los estudios de los ingenieros militares españoles. El trabajo de organizador de Verboom se compartía con el trabajo, digamos de campo, en las contiendas y fue hecho prisionero en la batalla de Almenara. Se le retuvo en la ciudad de Barcelona, donde debía seguir un régimen carcelario no demasiado estricto, ya que durante el cautiverio, pudo finalizar su propuesta de organización del Real Cuerpo de Ingenieros, que fue aprobado en 1711.

Tras la rendición de Barcelona, se desencadenó la Guerra de la Cuádruple Alianza y la atención del Gobierno se centró en este conflicto, pero Verboom siguió insistiendo en su proyecto y finalmente el 15 de octubre de 1720, comenzó a funcionar la Real Academia Militar de Matemáticas. ¿Dónde? Pues en Barcelona.

Parémonos un momento y reflexionemos. Tan solo seis años después de la rendición de Barcelona, esta ciudad conseguía la sede del principal organismo del cual dependía toda la organización técnica y militar del Reino. Nada mal para una región que según los actuales redactores oficiales de la historia, estaba castigada y asfixiada económica y socialmente.

Porque la Real Academia, no solo era un organismo militar. En sus aulas se impartían clases de Aritmética, Geometría, Algebra, Trigonometría, Física, Mecánica, Hidráulica, Arquitectura civil y militar, Artillería, Óptica, Astronomía, Geografía y Náutica.

Los estudios no eran fáciles y los exámenes estrictos. Al final de los tres años que duraban los estudios, se debía pasar un examen general y en media de sesenta alumnos que llegaban, tan solo diez aprobaban e ingresaban en el Real Cuerpo de Ingenieros. El resto no quedaban inactivos, pues debían volver a sus destinos de origen y estaban obligados a impartir clases en sus regimientos a sus compañeros de armas.

El saber se distribuyó en todo el reino ya que sus conocimientos se aplicaron en las ciudades donde habitaban donde trabajaron como urbanistas, diseñando las múltiples ampliaciones que en aquella época se realizaron, aplicando las modernas técnicas de salubridad e higiene.

Como curiosidad, uno de los alumnos que salió de las aulas barcelonesas, fue el ingeniero militar don Antonio de Arévalo. Este, en 1742, se trasladó a Cartagena de Indias, donde trabajó durante 50 años en la construcción de las fortificaciones que hoy podemos admirar en esta ciudad. O sea, que una ciudad que según los historiadores actuales, no contribuyó en nada al Imperio en América, fue la cuna de los conocimientos que contribuyeron a su sostén y que todavía hoy en día causan maravilla a los turistas.

La Academia, continúo su actividad hasta que en 1803 se crearon la Academia Militar de Zamora y la Academia de Ingenieros de Alcalá de Henares, en el seno de una reforma de la Administración que pretendía reorganizar las actividades de la misma en todo el territorio nacional.

De la ciencia de aquella Academia han quedado innumerables ejemplos de construcción civil y militar en toda la Península y América.

Manuel de Francisco Fabre

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