“El testamento de Isabel la Católica es una pieza histórica y humana de primer orden. Pocas veces una persona se ha enfrentado con tan serena frialdad con la muerte. De sus páginas emerge poderosa la fe católica… El pensamiento de América se atraviesa y firma el codicilo, documento el más noble y alto que ningún político pueda llegar a concebir, encargando que a los indios de las nuevas tierras se les trate con justicia y amor, para hacerles cristianos y hombres. Es el mensaje final, su último pensamiento”. Son estas, palabras del insigne historiador Luis Suárez, enalteciendo la figura de la soberana, reina “por la gracia de Dios”, como reafirma Isabel en su testamento.
Este es el Documento en el cual Isabel manifiesta que, “quiero y mando que, si falleciere fuera de la ciudad de Granada”, sea llevado su cuerpo a dicha ciudad y enterrada en el monasterio de san Francisco en la Alhambra. Y si no se pudiese, “por razones indiferentes”, sea enterrada en su iglesia toledana, san Juan de los Reyes, e incluso de no poder llevarse a cabo en Toledo, que sea en san Antonio de Segovia y, de no ser posible, añade Isabel, “en el monasterio de san Francisco más cercano al lugar donde falleciera, y que esté allí depositada hasta que se pueda trasladar a la ciudad de Granada”. Esos eran los deseos de Isabel, sin embargo, el amor que la embargaba hacia Fernando, le hizo depositar en él su postrera voluntad; “Quiero y mando que si el rey, mi señor, eligiere sepultura en cualquier otra iglesia o monasterio de cualquier otra parte o lugar de mis reinos, que mi cuerpo sea allí trasladado y sepultado junto al cuerpo de su señoría”. En tal disposición de halla la razón de encontrarse el cuerpo de Isabel depositado en la Capilla Real adosada a la Catedral granadina, junto al de “mi señor”. “Porque la pareja que formamos en vida, la formen nuestras almas en el cielo y la representen nuestros cuerpos en el suelo”
Fallecida Isabel y trasladados sus restos desde Medina del Campo, hasta el monasterio de san Francisco en la Alhambra, el 18 de diciembre de 1504, recibieron cristiana sepultura y, según sus deseos, en forma austera y sencilla. Meses atrás, merced a la Real Cédula fechada el 13 de septiembre del mismo año, se creaba la que sería su definitiva morada, la Capilla Real, dedicada a los santos Juanes, Bautista y Evangelista. Ninguno de los dos soberanos vio acabada la obra. Habiendo fallecido Fernando el 23 de enero de 1516, fueron trasladados sus restos desde Madrigalejo, cerca de Cáceres, hasta el monasterio de san Francisco, para ser depositados a la derecha del ataúd de su amada esposa Isabel.
Fue el joven emperador Carlos I ― disgustado al estimar que la sepultura en el monasterio no correspondía a la realeza de sus abuelos ―, quién dispuso, el 20 de septiembre de 1520, que fuesen bajados los cadáveres y depositados en el panteón real. En vista de que los capellanes reales no cumplían con tal disposición, el emperador, el 21 de octubre de 1521, les repitió, tajante, que debían proceder al definitivo enterramiento en el plazo de veinte días.
La terminante orden de Carlos I a la Capellanía logró que los ataúdes de los Reyes Católicos emprendieran, el 10 de noviembre de 1521, el solemne traslado desde la Alhambra. Por última vez, los conquistadores de Granada, en real comitiva, transitaron por los bosques de la Alhambra, la cuesta de Gomérez, la plaza Nueva, el Zacatín y la plaza de Bib-Rambla, pasando frente a la Catedral para llegar a la Capilla Real.
Tal recorrido, por expreso deseo del Ayuntamiento, se desarrolló con la mayor solemnidad, habiéndose pregonado, anticipadamente, por las calles por donde trascurriría la comitiva, recomendaciones tales como:
«…que ninguna persona sea osado de colgar trapos ni otra cosa alguna en sogas ni en varas en las calles del Çacatín e la calle de Elvira y en la de Pellejería y en las otras calles principales desta cibdad…»
Tres túmulos se levantaron; en la Cuesta de Gomérez, en la Plaza Nueva y en la plaza Bib-Rambla. En cada uno de ellos, los dominicos, los franciscanos y los jerónimos recibieron un respectivo encargo de levantar un altar, para, cuando el cortejo llegase a su altura, cantar ante ellos responsos fúnebres y recitar oraciones.
Abriendo y cerrando el séquito, clérigos sostenían imágenes y numerosas reliquias destinadas a la Capilla Real. Los gremios granadinos salieron en comitiva con pendones y velas, habiéndose barrido y entoldado las calles y plazas “por donde a de ir la procesión”. Era el cumplimiento de las órdenes de Carlos I, deseoso que los restos de sus abuelos, reyes de España, reposasen en lugar acorde con su realeza. Y, cumpliendo su última voluntad, situados en el centro de la cripta, dentro de unos austeros y sencillos ataúdes de plomo negro, se encuentran los Reyes Católicos, quienes, posteriormente, serían acompañados, en los laterales, por los de Juana y Felipe, y, un poco alejado, el de su nieto Miguel.
En estas fechas, se conmemora aquel acontecimiento que vivió toda Granada, hace 500 años, con inmenso entusiasmo para con unos soberanos que serán recordados, pese a quién pese, como los fundadores del primer Estado europeo, y tal memoria lo será a perpetuidad, iluminando la historia de España con especial resplandor, como lo hace el cirio que alumbra las tumbas de los últimos Trastámara en la espléndida Capilla Real, desde aquel memorable 10 de noviembre de 1521.
Para finalizar, una anécdota. Felipe II, acabado el Escorial, deseaba trasladar los restos de los RR.CC. al Pante´ón de Reyes en dicho monasterio. Sin embargo, un español de color, nacido en Etiopia, primero esclavo y luego catedrático en la Universidad de Granada, escribió la elegía “ De traslatione corporum regalium”, solicitando al Rey que dejase reposar a Isabel y Fernando, según sus deseos, en Granada. Y accedi´ó Felipe II a la petición de un negro conocido como Juan Latino, cuya historia ya está relatada.
Francisco Gilet