Las órdenes militares fueron en su origen organismos a la vez militares y eclesiásticos, según Carlos de Ayala Martínez: “la característica esencial de las órdenes militares, el carisma que define su especificidad religiosa, es sin duda el de su dedicación a la defensa de la Iglesia mediante el uso de la fuerza”, aunque sin olvidar el rezo. Toda orden militar, tenía que haber sido reconocida por Roma porque eran instituciones que dependían del pontificado, estaban exentas de jurisdicción episcopal ordinaria y sus miembros vivían sujetos a regla común. Además, las órdenes tuvieron gran peso político, social y económico.
A los pocos años de la primera cruzada y la pretensión de conquista de Tierra Santa, se formaron tres órdenes, cada una especializada en una función propia: litúrgica para los canónigos del Santo Sepulcro, caritativa para los hospitalarios y militar para los templarios (Demeger).
Siguiendo el modelo de estas órdenes iniciales y universales, surgieron otras de ámbito territorial. La orden de Santa María de los Teutones nació en Jerusalén con finalidad hospitalaria, según el modelo de la de San Juan, pero pronto incorporó la finalidad militar, al modo del Temple. La orden teutónica tuvo presencia simbólica en Castilla al recibir de Fernando III la Iglesia de Santa María de Castellanos, junto a Mota de Marqués en 1132.
Mucha mayor importancia tuvieron los bienes que los templarios y hospitalarios recibieron en la España cristiana desde principios del siglo XII: Urraca I de Castilla donó a los hospitalarios Paradinas en 1113 y la comarca zamorana de la Guareña en 1131. Alfonso I de Aragón legó el reino en su testamento a las órdenes del Temple, el Hospital y Santo Sepulcro. Su voluntad no se cumplió y las órdenes recibieron importantes compensaciones.
Las órdenes militares nacidas en España alcanzaron mucha importancia y capacidad de intervención en la política peninsular. Los reyes tomaron la iniciativa de protegerlas para mantener y aumentar su capacidad militar, que era indispensable en las guerras contra el islam debido al dominio almohade en Al Andalus.
La Orden de Calatrava nació en 1158 cuando Sancho III de Castilla donó Calatrava a Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero. Se formó una cofradía militar que adaptaba la regla benedictina del Císter a las funciones de una orden militar. La derrota ante los almohades en la batalla de Alarcos (1195) debilitó mucho a la orden, hasta que la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) le hizo recuperarse.
La Orden de Santiago tuvo una organización distinta desde sus orígenes. Nació en 1170 como cofradía de caballeros al mando de Pedro Fernández, con la misión de defender Cáceres. Al año siguiente formó un pacto con el obispo de Santiago y tomó su nombre definitivo, mientras ampliaba su acción a Castilla y Portugal. Las grandes conquistas de los años 1225 y 1265 permitieron a la orden ampliar y consolidar sus dominios en la Mancha Oriental, Andalucía y norte de Murcia. Así, Santiago se consolidó como orden militar en todos los reinos y la única que se organizó con regla propia desde 1175, inspirada por el modelo de vita apostolica agustiniano, propio de los canónigos regulares y distinto del modelo cisterciense seguido por otras órdenes militares.
La Orden de Alcántara se originó en el Castillo de San Julián del Pereiro, al oeste de Ciudad Rodrigo, a partir de 1175. El apoyo de Fernando II y de la orden de Calatrava fue decisivo para su militarización, desde el avance de las ofensivas almohades en 1184. Alfonso VIII les encomendó la defensa de Trujillo y otros castillos próximos en 1188, pero la plaza se perdió en la batalla de Alarcos. Adoptaron la misma regla que Calatrava y éstos les cedieron Alcántara y sus posesiones en el reino de León.
Entre 1270 y 1320, una vez terminada la época de las grandes conquistas peninsulares, hubo reajustes y novedades en las órdenes militares para su adaptación al marco político del reino respectivo. A este fin corresponde la creación, por parte de Alfonso X de la Orden de Santa María de España en 1270 para coordinar la política naval y la guerra por mar contra los musulmanes a cuyo efecto situó sus bases en Cartagena –la más antigua-, El Puerto de Santa María, la Coruña y San Sebastián. La orden no tuvo reconocimiento pontificio y después del desastre naval de Algeciras en 1279, modificó sus objetivos. De esta forma acabó siendo absorbida por la orden de Santiago en 1280.
La disolución de la orden del Temple en 1312 dio ocasión a que se formasen nuevas órdenes en la Corona de Aragón, se fundó la Orden de la Montesa en 1317 con el patrimonio de los templarios y los hospitalarios en el reino de Valencia. Montesa se organizó según el modelo de Calatrava.
Las órdenes militares estuvieron presentes desde sus orígenes en las guerras de la Península: primero frente a la ofensiva de los Almohades entre 1157 y 1212, después durante las conquistas de los años 1125 y 1265. A partir de ahí, los enfrentamientos continuaron en la zona de Gibraltar entre 1275 y 1350, en la frontera del emirato de Granada entre los años 1407-1410, 1431-1439, 1455-1457 y la culminación con la conquista de Granada entre 1481 y 1492: las órdenes aportaron su colaboración en todos los casos.
Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XIII los principales intereses de las órdenes estuvieron en el interior de los reinos cristianos. Sufrieron la intervención más intensa de los reyes, que procuraron influir en la elección de maestres y altos cargos, y sometieron a control estricto a las órdenes nacidas en el siglo XIV. Las órdenes participaron en las guerras entre reinos cristianos y en las internas entre cada uno de ellos. Los reyes consiguieron controlar la elección de maestres de su confianza debido a que éstos acumulaban rentas cuantiosas y disponían de una fuerza militar considerable. En algunos aspectos se asemejaban a un cuasimonarca u obispo laico; ejemplos claros son las figuras de Álvaro de Luna, Luis González de Guzmán y Juan de Zúñiga.
Las intervenciones regias en las designaciones de los maestres se intensificaron en Castilla desde el reinado de Pedro I (1351-1369) y continuaron con los reyes de la dinastía Trastámara. Durante el reinado de Juan II, su privado don Álvaro de Luna alcanzó su plenitud siendo nombrado maestre de Santiago en 1445, pero cuando de Luna fue ejecutado por orden de Juan II, éste obtuvo de Roma la administración del maestrazgo por siete años. También lo consiguió Enrique IV por otros diez años y la del maestrazgo de Alcántara por otros quince años.
Las guerras internas castellanas de 1465 a 1479 demostraron definitivamente que, sólo el control de los maestrazgos por la Corona podía evitar que fueran utilizados por los grandes nobles en las luchas por el poder. Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, se propusieron incorporar la administración de los maestrazgos a la Corona y la obtuvieron de Roma tras la muerte de los maestres de Calatrava (1489) y Santiago (1493), y negociando la cesión del de Alcántara por Juan de Zúñiga (1494). Años después, en 1523, Carlos I recibió del papa Adriano VI la administración perpetua de los tres maestrazgos. La orden de Montesa conservó maestre propio hasta 1592, año en que Felipe II la incorporó a la Corona.
José Carlos Sacristán