Entre la pléyade de misioneros, muchos de ellos españoles, que en el siglo XVI llevaron el cristianismo a Oriente ― San Francisco Javier en la India; Diego de Pantoja y Matteo Ricci, éste recientemente beatificado por el Papa Francisco, en China; Valignano en Japón…― , hay uno menos conocido, Jerónimo Ezpeleta, que llegó nada menos que al Imperio Mongol.
Perteneciente como tantos otros misioneros en aquellos lares a la Orden jesuita, este navarro natural de Olite, fracasó finalmente en su empeño de convertir al emperador mongol, lo cual no resta mérito a su labor. En realidad, el denominador común de aquellos misioneros es el logro de la conversión del pueblo, o al menos, de una parte de él, pero no así de las castas dirigentes que, a menudo, se volvieron en atroces persecuciones contra los cristianos.
Nacido en 1549, en una familia noble, quiso emular a su tío abuelo, san Francisco Javier, por lo que cambia su nombre por Jerónimo Javier, ingresa a los 18 años en los jesuitas y, en 1581, marcha a Goa, en la India, siguiendo los pasos del apóstol de las misiones.
Tras una intensa labor catequizadora entre las comunidades cristianes de la India, incluidas las originales cristianizadas por el apóstol Santo Tomás, Jerónimo Javier emprende en la última década del siglo XVI su gran reto: convertir al gran emperador mongol, el musulmán Akbar, al norte de la India.
Emprende el viaje a Lahore, la capital del Imperio, el 3 de diciembre de 1594, llegando el 5 de mayo de 1595. El propio emperador invitó al misionero a aprender el persa, para poder entenderse sin intérpretes, tarea a la que se dedicó por entero.
Aprovechó para desarrollar una intensa labor apostólica, extendiendo el mensaje cristiano por todo el imperio; al tiempo que escribió numerosas obras sobre doctrina cristiana: Espejo de la Vida de Nuestro Señor Jesucristo, una de las primeras biografías de Jesús; así como otras en español, portugués, persa y latín, como Los cuatro Evangelios en Pérsico, un resumen de la doctrina cristiana Espejo de Santidad, el tratado Fuente de Vida; un libro dedicado al emperador sobre Los deberes del rey; un Vocabulario persa en latín y los Rudimentos de la lengua persa, con un vocabulario latín-portugués-persa. También escribió en persa la Vida de los doce apóstoles y un tratado de moral apologético de 20 secciones, Luz brillante.
La acogida en la corte del emperador fue amistosa, al igual que sucediera en China con Matteo Ricci y Diego de Pantoja. Su labor evangelizadora, le llevó a Jerónimo por todos los confines del imperio, desde Cachemira, hasta Agra, pasando por Breampur. En la guerra de Decán, quiso mantenerse al margen, desoyendo la petición de Akbar de que consiguiera artillería de los portugueses, lo que le valió un provisional destierro.
El gran objetivo de Jerónimo era la conversión del emperador, pero éste concedió un creciente protagonismo al sijismo, fundada hacía poco en el Punjab, lo que se convirtió en un gran obstáculo. Sin embargo, Akbar mostró gran interés por el cristianismo. De hecho, consta que antes de morir apostató en secreto del Islam, aunque no se tiene la certeza de qué creencia abrazó después.
Tras la muerte de Akbar, Jerónimo continuó gozando del aprecio de su sucesor, su hijo Jahangir, hasta el punto que llegó a desempeñarse como embajador en la guerra entre Mongolia y Portugal, firmando la paz entre ambos, y como encargado de frenar la creciente influencia inglesa. Y ello, pese a que Jahangir volvió al Islam, pese a los vanos intentos de Jerónimo por conseguir su conversión al cristianismo. Ello no fue obstáculo para que el emperador le encomendara a sus tres sobrinos, para que catequizara y bautizara a los jóvenes príncipes, quienes más adelante terminarían apostatando.
Su fracaso ante la corte del Gran Mongol no empaña sus logros en la evangelización de aquellas tierras. Regresó a Goa, donde le sorprendió la muerte, en 1614.
Jesús Caraballo
Muy buen trabajo.
Muchas habrá sido la investigación.
Esa es la labor de los historiadores.
Tenemos que dar a conocer todo el bien que España ha proporcionado a la Humanidad, para contrarrestar los ataques de sus enemigos.
Aún hoy se continúa con la Leyenda negra.