El primer europeo del que se tiene constancia que practicó el juego de pelota indio, que asociamos a los aztecas pero que en realidad, se practicaba en otras latitudes de la América pre hispánica, fue cómo no, un español, vizcaíno por más señas, natural de Gordejuela, y fraile franciscano: Francisco de Beráscola, conocido como el «gigante cántabro”, por su extraordinaria fortaleza y envergadura.
Corría el año del Señor de 1.595, cuando el gobernador español de la Florida, Diego Martínez de Avendaño, con su séquito de soldados, funcionarios y criados, esperaba expectante el desembarco de los soldados y doce jóvenes franciscanos ― éstos castellanos, vascos, extremeños…―, del San Francisco.
Tras pedir el gobernador la bendición de los frailes, tiene lugar una recepción, a la que asisten numerosos caciques de la zona, sobre todo de tribus semínolas, con sus atuendos típicos, pero que desde el primer momento fueron cristianizados. Martínez de Avendaño mantiene con ellos unas cordiales relaciones, hasta el punto de que acostumbra a pedirles consejo en las grandes cuestiones que atañen al territorio.
Hasta que se aclimaten a las nuevas tierras, los frailes son alojados en la misión de Saint Simon, donde se les informa de sus cometidos, debiendo hacerse cargo de dos escuelas, el dispensario médico, los equipos de catequistas en diferentes poblados y la iglesia. Es entonces cuando fray Asís de Alcántara expone la idea de que, con el fin de facilitar la evangelización de los nativos, los frailes participen de una de sus actividades más populares: el juego de pelota. Los más veteranos no se ven con fuerzas para un juego que era realmente duro (el padre Escobedo advirtió que su práctica exigía gran fortaleza y agilidad), y los jóvenes no veían a los indios capaces de practicar juegos de equipo.
Pero nada de eso arredró al joven vizcaíno, de evidente constitución atlética, y que en su localidad natal se distinguió ya en el juego de pelota, en el levantamiento de piedra y en el lanzamiento de barra. En definitiva, propone que antes de tomar una decisión, vean el juego, para el que él se siente capacitado por su condición física, y que considera sería un excelente medio de acercamiento a los indios.
Dicho y hecho, a la mañana siguiente comprueban por si mismos la dureza de este deporte, que se llegaba a practicar durante días. Fuera del poblado se coloca un poste, coronado por un aro. Hay dos equipos de 20 jugadores cada uno, medio desnudos, que deben hacer pasar una pelota de caucho por el aro, sin tocarla con la mano, estando permitidos empujones y agarrones. Gana el que consiga, al cabo de dos semanas y hasta un mes, 50 tantos.
Los frailes se van animando y un indio les propone sumarse a la competición, no sin antes pedir permiso a sus superiores, lo cual obtienen sin problemas en el convento. Beráscola es el primero que se atreve, ataviado tan sólo con un pantalón ancho y una camisa blanca de manga corta, nada que ver con su habitual hábito franciscano.
Tras la primera jornada de juego, frailes y seminolas comparten la cena, en torno a una fogata, amenizada con cantos. Los franciscanos, que a partir de entonces se entregan a este juego, se han ganado el respeto y admiración de los nativos.
Los frailes curan las heridas de los jugadores, con ungüentos indios, estrechando lazos con los nativos, a los que Beráscola enseña algunos juegos de su tierra natal, como levantar piedras o lanzar la barra. También fabrica una pelota con resina, para jugar al frontón en la parte posterior de la iglesia.
El obispo pide voluntarios para ir a San Agustín― la primera ciudad europea en tierra de los actuales Estados Unidos, fundada por españoles y donde más tiempo ondeó la enseña hispánica ― , para continuar la evangelización, a lo que Beráscola se ofrece inmediatamente. Al poco de llegar a su nuevo destino, unos indios descontentos con el nuevo gobernador asesinan al fraile vizcaíno ― asaeteado y apedreado, atado a un árbol ― , que muere mártir de la fe.
Los indios de la misión de Saint Simón, cuando llegó la terrible noticia, lloraron amargamente su muerte. En seguida, seminolas y frailes organizaron un postrer partido de homenaje al primer español en jugar este peculiar deporte.
Jesús Caraballo