Batalla del Cabo Corvo (29 agosto 1613)

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La batalla de Lepanto (1571), consiguió frenar la expansión del Imperio Otomano en el Mediterráneo, pero no la eliminó. Cuarenta años más tarde, la escuadra de Sicilia era una sombra de la que fue durante el reinado de Felipe II. Ahora prácticamente no existía, el bandidismo dentro de la isla era generalizado y se temía una invasión turca.

Este era el desolador panorama con el que se encontró en 1610, Pedro Téllez-Girón y Velasco, el III duque de Osuna, cuando fue nombrado virrey de Sicilia. Rápidamente se puso manos a la obra y en dos años había construido ocho galeras de guerra y una pequeña flota de barcos de vela, con la misión de efectuar tareas de transporte general y de asistencia a las naves de guerra. Todo el conjunto fue puesto bajo las órdenes de Octavio de Aragón.

Octavio había nacido en Palermo (1565) en el seno de una de las primeras familias que acompañaron a Pedro III de Aragón cuando éste en el siglo XIII, invadió el Reino de Nápoles. Su familia hacia más de tres siglos que habitaba en la Península Itálica, trabajando primero a las órdenes de la Corona de Aragón y después bajo el mando de la Corona Española.

Octavio no era el primogénito y tenía que buscar su futuro, sirviendo a la Iglesia o sirviendo al Rey. Eligió la segunda opción. Con solo 11 años entró al servicio de Alejandro Farnesio, pasando por diversos destinos hasta que en 1611, pasa a servir en las escuadras de Nápoles. En esta posición participó en diversas acciones en el Mediterráneo, siempre con éxito y normalmente en inferioridad de condiciones.

El Duque de Osuna, además de construir una flota, había creado una red de espías, en el Mediterráneo. Mezcla de pescadores e informadores en las principales ciudades, este red le permitía conocer los movimientos del enemigo sin necesidad de organizar servicios de patrulla marítima. Mediante este sistema, Osuna fue advertido de la organización de una flota compuesta por doce galeras a las órdenes de Mahomet Bajá. Sin dudarlo, ordenó a Octavio ir a su encuentro a pesar de la inferioridad de efectivos, algo que por otro lado estaba acostumbrado.

De nuevo gracias a la información de la red de espías, consiguió localizar a la flota enemiga que se encontraba en la costa turca, cerca de la actual Izmir, antigua Esmirna, que aparece en los textos Apostólicos. Resumiendo, Octavio debía meterse literalmente en la boca del lobo. No lo dudó.

Consiguió cruzar el estrecho de Mícala, que separa la isla de Samos de la península de Anatolia y encontrar al enemigo que se había ya colocado en formación de combate. Eludió a las galeras que se encontraban en vanguardia y consiguió atacar directamente a la capitana enemiga a la cual rindió al cabo de tres horas de encarnizado combate. Finalmente solo tres galeras turcas consiguieron escapar.

No fue un encuentro decisivo, pero las bajas que provocó en las fuerzas otomanas, con más de 400 soldados muertos y 600 capturados, aparte de siete galeras capturadas y cuantioso material bélico, provocó un cambio en el ambiente del Mediterráneo oriental, donde se pasó de vivir en el acoso, a sentirse dueños de la situación. Además las bajas en la flota de Octavio de Aragón fueron realmente pequeñas, con tan solo 6 hombres muertos y 30 heridos. Fueron liberados más de mil galeotes que trabajaban como esclavos en los remos de las galeras turcas. Fue la primera victoria importante de las naves cristianas, después de la Batalla de Lepanto y además en pleno territorio enemigo.

El virrey Osuna, utilizó la victoria como arma de propaganda y organizó en Palermo una procesión triunfal, con desfile de cautivos, banderas capturadas y los soldados que habían participado, todo ello contribuyó a elevar la moral de una población que se sentía abandonada. La marina siciliana continuó su recuperación durante los años siguientes, logrando victorias como la del cabo Celidonia.

Al virrey Osuna se le subieron los éxitos a la cabeza y tuvo una serie de encontronazos con sus inferiores. El primero de ellos fue en Marsella, cuando la flota de Octavio abandonó al virrey en la ciudad, después de un extraño episodio durante el cual el virrey fue recibido casi como si fuera el Rey.

Octavio de Aragón tuvo que afrontar varios pleitos, pero finalmente su nombre fue rehabilitado y fue puesto al mando de varias peligrosas misiones. La última fue en 1622, cuando al mando de ocho galeras, practicó un complicado ataque a la fortaleza de Modon, en el Peloponeso, como siempre con éxito y sin perder ni una nave.

Fue su último destino, murió en 1623, de muerte natural.

Manuel de Francisco Fabre

Batalla del cabo Corvo – Wikipedia, la enciclopedia libre

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