Inquietas lamen de mi
planta el borde,
lánzanme airosas su nevada espuma,
y pienso que me llaman, que me atraen
hacia sus salas húmedas.
Del mar azul las transparentes olas
mientras blandas murmuran
sobre la arena, hasta mis pies rodando,
tentadoras me besan y me buscan.
Mas cuando ansiosa
quiero
seguirlas por la líquida llanura,
se hunde mi pie en la linfa transparente
y ellas de mí se burlan.
Y huyen abandonándome
en la playa
a la terrena, inacabable lucha,
como en las tristes playas de la vida
me abandonó inconstante la fortuna.
(Del mar azul las transparentes olas, Rosalía de Castro)
EL PERSONAJE
Rosalía de Castro nació en Santiago de Compostela el 23 de febrero de 1837. La fecha de 1836 que aparece en su partida de bautismo fue un error del capellán.
En veinte y cuatro de febrero de mil ochocientos treinta y seis, María Francisca Martínez, vecina de San Juan del Campo, fue madrina de una niña que bauticé solemnemente y puse los santos óleos, llamándole María Rosalía Rita, hija de padres incógnitos, cuya niña llevó la madrina, y va sin número por no haber pasado a la Inclusa; y para que así conste, lo firmo (Acta del bautizo firmada por el presbítero José Vicente Varela y Montero).
No será hasta 1843 cuando Teresa de Castro, en un documento firmado ante notario, reconoció a Rosalía como su hija natural. Su padre fue José Martínez Viojo, pero su condición sacerdotal le impedía reconocer a su hija. La recién nacida fue llevada a Ortoño, donde la cuidó la esposa de un sastre llamado Lesteiro. Doña Teresa y doña María Josefa, tías paternas de Rosalía, tomaron bajo su tutela a la chiquilla mientras vivió en Ortoño hasta que su madre se hizo cargo de ella.
Yo tuve una dulce madre,
concediéramela el cielo,
más tierna que la ternura,
más ángel que mi ángel bueno.
(O. C. I, p. 469)
Conforme iba creciendo, Rosalía fue tomando conciencia de la dureza de la vida del mundo rural propio de Galicia: la lengua, las costumbres, las creencias o las cantigas que tanto influyeron en su obra titulada Cantares gallegos.
Corre o vento, o río pasa;
corren nubes, nubes corren
camiño de miña casa.
Miña casa meu abrigo:
vanse a todos, eu me quedo
sin compaña, nin amigo.
Eu me quedo contemprando
as laradas das casiñas
por quen vivo suspirando.
Ven a noite…, morre o dia,
as campanas tocan lonxe
o tocar da Ave María.
En torno al año 1850, la joven se trasladó a Santiago de Compostela. Allí recibió nociones básicas de dibujo y música, asistiendo con asiduidad a las más diversas actividades culturales promovidas por el Liceo de la Juventud junto con personalidades destacadas de la mocedad intelectual compostelana como Manuel Murguía, su futuro esposo.
En 1856 se trasladó a Madrid junto con la familia de su pariente María Josefa Carmen García-Lugín y Castro, viviendo en la planta baja de la casa número 13 de la calle Ballesta de la capital
Un año después de llegar a Madrid, Rosalía publicó un folleto de poesías escrito en lengua castellana que recibió el título de La flor.
En las riberas vagando
de la mar, las verdes olas
mira Argelina y contando
las horas que van pasando
vierte lágrimas a solas.
(Un desengaño)
Rosalía de Castro y Manuel Murguía contrajeron matrimonio el 10 de octubre de 1858 en la iglesia parroquial de San Ildefonso. Murguía fue la primera de las personas que animó a Rosalía en su quehacer literario, siendo él responsable de la publicación de Cantares gallegos.
Foi o primeiro ademirador das suas escelsas coalidás poéticas […] O nome de Murguía ten de figurar ó frente de toda obra de Rosalía polo amoroso coido que puxo no seu brilo frente á recatada actitude da súa esposa, apartada sempre dos cenáculos onde se forxan, con razón ou sin ela, as sonas literarias
En 1859 Rosalía dio a luz en Santiago de Compostela a su hija Alejandra, la primera de siete, de los cuales dos fallecieron prematuramente. A lo largo de su vida, el matrimonio cambió de domicilio en múltiples ocasiones, a lo que se añadió una separación del mismo por causa de las actividades profesionales de Murguía, cuya inestabilidad laboral, así como la frágil salud de Rosalía llevó a la escritora a desarrollar una hipersensibilidad y pesimismo de la escritora.
Creyó que era eterno tu reino en el alma,
y creyó tu esencia, esencia inmortal;
mas si sólo eres nube que pasa
ilusiones que vienen y van,
rumores del onda que rueda y que muere
y nace de nuevo y vuelve a rodar,
todo es sueño y mentira en la Tierra,
¡no existes, Verdad!
En el mes de septiembre de 1868 se produjo el levantamiento conocido como La Gloriosa, pasando Murguía de ser secretario de la Junta de Santiago a director del Archivo General de Simancas, cargo que ejerció durante dos años. A partir de este momento, la vida de Rosalía se desenvolvió entre Madrid y Simancas, siendo en esta última ciudad donde escribió gran parte de las composiciones recogidas en Follas novas.
Non «follas novas»; ramallo
de toxos e silvas sós:
irta, como as miñas penas;
feras como a miña dor.
Sen ulido nin frescura,
bravas magoás e ferís..
A fines de 1869 o en 1870 se produjo el encuentro entre Rosalía de Castro y Gustavo Adolfo Bécquer, otro de los máximos exponentes de la época intermedia entre el Romanticismo y el Modernismo. Para unos, el sevillano y la gallega representan los últimos coletazos, y quizá los más brillantes, de la poesía y prosa románticas, mientras que para otros son unos adelantados en el tiempo, precursores de la poesía posterior. Se considere una u otra opción, lo cierto es que de lo que no hay duda es de ambos son dos los mejores poetas del siglo XIX español.
Teño un mal que non ten cura,
un mal que nacéu comigo,
i ese mal tan enemigo
levaráme á sepultura.
Desde 1871, Rosalía de Castro no salió de Galicia. Aquejada de una mala salud, buscó consuelo a orillas del mar. El tema del suicidio frecuente en su obra, nos habla de la mujer que un día se va a la playa para no volver. La muerte es un mar o un río, donde uno debe sumergirse para allí descansar. En un poema pedía al río Sar que cubriese la huella de su cuerpo con flores de las que ella quería.
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman: -Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni como vivir sin ellos?
Rosalía nunca disfrutó de una buena salud, pareciendo predestinada desde su juventud a una muerte temprana. Ejemplo de ello es hecho de dedicarle, a su médico, el catedrático Maximino Teijeiro, un libro poniendo: «De su eterna enferma».
El 15 de 1885, afectada por un cáncer de útero, Rosalía falleció en su casa de La Matanza. Recibió sepultura en el cementerio de Adina, o en Iria Flavia, aunque el 15 de mayo de 1891 fue trasladada a Santiago de Compostela, al mausoleo creado específicamente para la escritora por el escultor Jesús Landeira, situado en la capilla de la Visitación del Convento de Santo Domingo de Bonaval, en el presente Panteón de Gallegos Ilustres.
«…recibió con fervor los Santos Sacramentos, recitando en voz baja sus predilectas oraciones. Encargó a sus hijos que quemasen los trabajos literarios que, ordenados y reunidos por ella misma, dejaba sin publicar. Dispuso se la enterrara en el cementerio de Adina, y pidiendo un ramo de pensamientos, la flor de su predilección, no bien se lo acercó a los labios sufrió un ahogo que fue comienzo de su agonía. Delirante, y nublada la vista, dijo a su hija Alejandra: «abre esa ventana que quiero ver el mar», y cerrando sus ojos para siempre, expiró…». (González Besada).
Rosalía tenía cierta tendencia destructora hacia su propia obra, que culminó en la petición a sus hijas, poco antes de morir, de quemar sus manuscritos; petición que estas cumplieron en ausencia del padre y en contra de lo que hubiera sido el deseo de Murguía, quien, según la tradición, les dijo al enterarse: Habéis quemado su gloria y vuestra fortuna.
Jamás ojos algunos derramaron en sus días de aflicción lágrimas más amargas que las suyas, ni otro corazón como el suyo soportó en la Tierra más duros golpes.
Ricardo Aller
Muy emocionante. Para un gallego (de esa emigración a la que también cantó Rosalia y tan bien supo reflejar el sufrimiento de “deixar a nosa terra…”) es una gran representante y un orgullo.
Gracias!!