El 21 de febrero de 1809, la situación en Zaragoza frente al ejército napoleónico era insostenible, pero, aun así, había quien deseaba continuar la resistencia. De los 55.000 habitantes que moraban en la ciudad, quedaban tan solo 12.000, como consecuencia de los enfrentamientos directos pero también del hambre y de una epidemia de tifus que se declaró debido a las condiciones higiénicas prácticamente inexistente. Aun así, un grupo de ciudadanos intentó asaltar los depósitos de armas para conseguir fusiles con los que poderse defender. Fue inútil. Hasta el general Palafox había caído enfermo.
El sitio de Zaragoza, habría que denominarlo con más precisión como el segundo sitio de Zaragoza, ya que el 14 de agosto de 1808, se había producido la primera desbandada francesa, que había abandonado un asedio que les empezaba a demandar grandes cantidades de medios humanos y económicos.
Los españoles se habían sacado de encima a los franceses en aquel tórrido verano de 1808, pero eran conscientes de que si la situación general en España no mejoraba para los intereses de los que luchaban contra los franceses, estos iban a volver más pronto que tarde. Zaragoza era, como hoy sigue siendo, un centro de comunicación fundamental para todo el que quiera dominar el centro de España.
Zaragoza era una ciudad de importancia económica, pero no gozaba la categoría de plaza fuerte y por tanto no estaba dotada de fuerzas militares profesionales ni de construcciones que le permitieran defenderse de un ataque organizado. Durante el primer asedio, el general Palafox tuvo la suerte de poder disponer de los servicios del coronel de ingenieros Antonio Sangenis, que siendo profesor en Matemáticas y Fortificación en la Academia del Cuerpo de Ingenieros en Alcalá de Henares durante los hechos del 2 de mayo de 1808, había desobedeciendo las órdenes de Murat y escapado hacia el Este. En Zaragoza, Palafox reconoció la valía del militar y le nombró Comandante de Ingenieros de la plaza.
Sangenis consiguió en tiempo récord, organizar un batallón de zapadores, encuadrando con los pocos militares profesionales que disponía a los miles de entusiastas voluntarios, más llenos de entusiasmo que de capacidades. También supo construir una serie de baluartes, entre ellos el del Pilar, que permitieron a las tropas sin experiencia, defender las posiciones frente a material bélico de primera línea. Más mérito hay que darle a Sangenis, ya que no disponía de los materiales necesarios ya que lo que debía ser levantado con piedras y cemento de primer orden, fue construido con tierra y troncos de madera.
Otro personaje que también fue identificado y puesto a trabajar en intendencia fue Lorenzo Calvo de Rozas. Este personaje era un comerciante y banquero que también había salido huyendo de Madrid. Estaba dotado con grandes dosis como organizador y consiguió también en tiempo récord reunir las herramientas y sacas de lana que se necesitaron para las improvisadas fortificaciones, alistó a cuadrillas de trabajadores, para trabajar de forma coordinada en la construcción de fortines pero también en la sofocación de incendios y en la limpieza de cascotes y aprovechamiento de los mismos. Montó un eficaz servicio de contabilidad y organizó con eficacia la gestión de los víveres existentes. Su punto débil era su carácter, agrio, tieso, presuntuoso y tan poseído de su olímpica superioridad, que resultaba inaguantable o poco menos. Era antipático en grado sumo y hasta Palafox acabó cansándose de sus desplantes.
Otro aspecto que no se descuidó fue el de la propaganda. Para ello se basó en el padre escolapio Basilio Boggiero Spotorno, que había sido maestro personal y tutor de los tres hermanos Palafox. Tenía fama de poeta y sabia escribir con convicción. Fue él quien preparaba los discursos de Palafox y escribía las proclamas durante el asedio, contribuyendo con sus informaciones, ciertas o medias verdades, a mantener la moral de la población.
Y finalmente la sanidad. Zaragoza ya había sufrido una epidemia de tifus cuando finalizó el primer asedio. Para intentar paliar en la posible los efectos de un segundo sitio, Palafox creó un sistema de asistencia médica y de aprovisionamiento de puestos cercanos a los combatientes. En estas labores se distinguió la condesa de Bureta, doña María de la Consolación Domitila Azlor y Villavicencio, que no solo puso a disposición de la causa sus dotes de organización y el dinero disponible sino que personalmente se implicó en las tareas de asistencia más peligrosas.
Casi todo el mundo conoce a otros héroes de este hecho, como Agustina Zaragoza Domenech ( Augustina de Aragón), pero he querido con estos líneas, rendir homenaje a algunas de las figuras que contribuyeron a que una ciudad, prácticamente sin defensas militares estables, consiguiera detener al mejor ejército europeo de la época durante dos largos meses de invierno.
Manuel de Francisco Fabre