De esta manera tan elocuente nos podremos referir a Wamba, un rey que estuvo a la altura de sus predecesores, Sisebuto y Suintila, y bien podríamos decir que también a la de Leovigildo y Recaredo. Sobre él nos ha quedado una información detallada en la Historia del rey Wamba escrita por el arzobispo de Toledo San Julián.
A la muerte de Recesvinto, la nobleza se fijó en Wamba como posible sucesor. Wamba era un hombre con dilatada experiencia en asuntos de relevancia política. En principio rechazó la corona, pero San Julián escribe que un conde le dijo que aceptaba la corona o encontraría la muerte. Wamba aceptó con la condición de que fuese ungido en Toledo, y como conocía el funcionamiento político del reino, quiso que su reinado comenzase con la legitimación de Toledo. Así fue como en el año 672, el prelado Quirico impuso el óleo sagrado en la cabeza del nuevo rey, que se mantuvo de rodillas.
El reinado de Wamba comenzó con una campaña contra los vascones. San Julián describe cómo en la narbonense se produjo una grave revuelta. Los líderes que se levantaron fueron: Ilderico, comes de Nimes, Gumildo, obispo de Maguelone y Ramiro, abad de un monasterio. Los rebeldes saquearon varias plazas de la provincia. Como respuesta a este levantamiento, Wamba envió a Paulo, pero este, lejos de obedecer las consignas de Wamba, decidió aliarse con el duque de la Tarraconense, en contra del rey. En Narbona, Paulo, inició una campaña de publicidad contra el rey Wamba, y los conjurados comenzaron a tratarle como rey. Los seguidores de Ilderico se unieron a la sedición y Paulo, para reforzar su postura, contrató a tropa mercenaria y a soldados francos y vascones.
Mientras tanto, Wamba se encontraba en Cantabria planeando la ofensiva cuando recibió una carta de Paulo, en la que le informaba que había sido nombrado rey del Este, mientras Wamba quedaba como rey del Austro. Al comprobar la importancia de los acontecimientos, Wamba decidió reunirse con la nobleza palatina. La cuestión era si se lanzaban en una ofensiva directa hacia Narbona o decidían esperar para formar un ejército más poderoso, vista la magnitud del alzamiento sedicioso. Es en este momento cuando Wamba se erige como el rey que ha pasado a la Historia, y se dirigió a los suyos con un emotivo y directo discurso que fue recogido por San Julián. La esencia de este discurso se puede resumir en los siguientes extractos:
“Debemos reivindicar nuestro título de gloria con armas justicieras (…). Siempre es más merecedor de admiración, quien se hace célebre por su espíritu de sacrificio que por la abundancia de recursos. ¡Alzaos al signo de la victoria, aniquilad el nombre de los traidores! (…) Vayamos, pues, a infligir una derrota a los vascones; luego apresurémosnos a extinguir de cuajo el nombre de los sediciosos”.
De forma inmediata comenzó el ataque godo. Las fuerzas de Wamba entraron en Vasconia y asolaron los sitios que se encontraron a su paso. Los vascones no pudieron hacer nada ante la maquinaria de guerra visigoda. A continuación, la tropa de Wamba se dirigió hacia la Narbonense, durante el trayecto, el rey se percató de que muchos soldados, durante el avance, saqueaban y violaban, esto fue duramente castigado por el rey amparándose en las Sagradas Escrituras. Barcelona y Gerona cayeron, varios cabecillas rebeldes fueron apresados y, una vez cruzados los Pirineos, el rey reunió a sus tropas en un único ejército.
Para realizar la segunda campaña, Wamba decidió dividir a su ejército en dos unidades: una fue directamente a Narbona y la otra partió para atacar por el mar. La batalla sobre Narbona comenzó con un duro ataque y una férrea resistencia, pero al final los soldados de Wamba consiguieron asaltar los muros y entrar en la ciudad. Después de la victoria sobre Narbona, el resto de las ciudades sediciosas decidieron deponer las armas. En este momento, es cuando el obispo San Julián, se refiere al ejército de Wamba como “el ejército de Hispania” en clara referencia con la identificación del Reino Visigodo de Toledo con Hispania; entre el Regnum Gothorum y el Regnum Hispaniae.
Paulo que había huido, se refugió en Nimes por lo que Wamba preparó de forma concienzuda el ataque a esta ciudad. Paulo ordenó a sus hombres defender los muros de la ciudad, evitando así el combate en campo abierto, el cual les sería desfavorable. Los defensores emplearon la guerra psicológica, gritaban a los soldados de Wamba que se retirasen a sus casas, ya que los refuerzos francos estarían a punto de llegar. Por este motivo, los atacantes pidieron refuerzos a Wamba, quien, según San Julián, les envió un contingente de casi diez mil hombres dirigidos por el duque Wandemiro. El día uno de septiembre del año 673, la batalla se inclinaba a favor de los atacantes. Wamba entró a sangre y fuego. Paulo y sus más fieles leales se tuvieron que refugiar en el anfiteatro de la ciudad, fuera del mismo reinó el caos y los muertos abundaban, según describe San Julián: “Doquiera se dirigiese la mirada, extendíanse hacinamientos humanos o rebaños de animales degollados”.
El obispo de Narbona, Argebado, hizo de mediador entre ambas partes con el fin de que el rey Godo perdonase las vidas a los rebeldes. Wamba accedió, pero con la condición de castigar a los responsables del levantamiento. El rey ordenó a sus soldados que sacasen a Paulo del anfiteatro. La soberbia del duque Paulo se humilló ante Wamba buscando la misericordia del rey legítimo. Wamba le perdonó la vida a espera del juicio. Los soldados francos fueron tratados con corrección y varios días después fueron liberados.
Tras la batalla de Nimes, la ciudad quedó muy dañada. Wamba ordenó que las murallas fuesen reparadas, así como enterrados todos los muertos, devueltas las posesiones que habían sido arrebatadas y restituidos los bienes eclesiásticos que los sediciosos habían usurpado. Entre los tesoros robados se encontraba una corona votiva que el rey Recaredo había regalado a la iglesia de San Félix de Gerona, corona que Paulo había robado para ponerla en su cabeza cuando se proclamó rey del Este.
Poco después llegó el juicio, en el que fueron juzgados los traidores siguiendo la legislación de Chindasvinto promulgada en el IV Concilio de Toledo. La pena que correspondía a una afrenta de esa entidad era la muerte, pero Wamba, cumpliendo con su palabra, decidió conmutarles la pena. Recibieron un castigo de decalvación y la pérdida de sus bienes y posesiones. Al privarles de sus cabellos, quedaban humillados e inhabilitados, este castigo tenía una larga tradición goda.
Los rumores de un ataque franco corrían por las calles de Nimes, antes de que se produjese, Wamba decidió volver con sus huestes en busca del enemigo. Ante la magnitud del ejército godo, los francos huyeron, dejando tras de sí un cuantioso botín. Desaparecido el peligro, Wamba marchó hacia Narbona con la intención de reparar los daños efectuados, tal y como hizo en Nimes.
Con la intención de evitar futuros alzamientos rebeldes, el rey promulgó una ley, en ella se obligaba a los jefes del ejército (duques, condes, thiufadi, gardingos, etc.), nobles, hombres libres y obispos que estuviesen en un radio de cien millas, a acudir con velocidad a suprimir el conato rebelde junto a todos los hombres armados que pudiesen reunir. Los castigos aparejados al incumplimiento de la ley serían muy severos.
Wamba llevó una profunda obra en la capital, restauró y embelleció puertas, murallas y edificios. La obra legislativa del rey no fue del agrado de la Iglesia, debido a su carácter intervencionista en asuntos eclesiásticos. Eso fue el motivo para el inicio de una nueva rebelión. En el año 680, el soberano, tras la ingesta de un narcótico, comenzó a sentirse mal, por este motivo, recibió la penitencia pública de manos del obispo San Julián y recibió la tonsura. El problema llegó cuando el rey, en vez de morir, se recuperó y recobró las fuerzas para seguir asumiendo el trono. Ya fue tarde porque había sido obligado a firmar como sucesor suyo a Ervigio, esto unido a la tonsura recibida nos induce a pensar que todo fue un complot para deponer al rey en favor de Ervigio. Así perdió el trono Wamba e ingresó para acabar sus días en el monasterio de Pampliega (Burgos).
José Carlos Sacristán
Excelente esta biografía del rey Wamba