
El historiador árabe Ben Hayyan, dejó escrito un magnífico documento de como el ejército de Alfonso III defendió la plaza de Zamora y, de esta manera, consolidó la frontera en el Duero. A continuación, me dispongo a hacer un resumen de la crónica original para intentar no perder el realismo con el que el que el historiador lo hizo. Claro está que con ciertas licencias de cambio de lenguaje para facilitar la lectura.

“…En ese año (901) salió de Córdoba Ahmad ben Muhammad, “el Gato”, quien se declaró en rebeldía contra el emir Abd Allah. Su levantamiento fue respaldado por Abu Ali Aziarach, “el Guarnicionero”, un malvado activo propulsor de la guerra civil. Abu Ali escogió a al Quraixi y con él se dirigió al cantón de Fash al Balut, hoy campo de Calatrava y al monte Beranis. Intentó convencer a los habitantes para que se unieran a él en favor de la guerra santa y en contra del imán Abd Allah. De esta forma, los organizó en cuerpo de ejército y avanzó hasta Trujillo donde acampó. Allí atrajo a la tribu de Nafza haciendo creer a la gente que él era el Majdi de la religión. Envió emisarios a todos los de la parte central y occidental para que vinieran a hacer la guerra con él. Les prometía la victoria sobre los habitantes de Chaliquiya en la ciudad de Zamora, recuperada por el tirano Adefonso y que la había poblado de cristianos.

Criticaba que los cristianos se hubiesen asentado en Zamora y de los daños que estaban haciendo en esa frontera y de los estragos de sus correrías por todos los países musulmanes, decía: “Desde León hacían correrías y causaban estragos en nuestros territorios como si estuvieran cerca de nosotros, ¿qué será ahora desde Zamora, si antes ya se aproximaban tanto, nos tendían celadas e intentaban darnos muerte?” No consiguió el emir reunir las suficientes tropas por ocupar su empeño en combatir a los rebeldes de la zona central. Y, por encontrarse intentando eliminar las diferencias que tenían los pueblos fronterizos entre ellos. Por esto se vio interrumpida la guerra santa. Cuando los mensajeros de “el Gato” llegaron a los mencionados pueblos, los habitantes salieron presurosos para llegar los primeros, llegándose a reunirse, entre caballería e infantería, cerca de sesenta mil hombres.
Con ellos se encaminó desde Nafza rumbo a Zamora, ciudad de los infieles. Caminaban los muslines junto a su caudillo, prometiéndoles la conquista de Zamora. Con estas prediciones sedujo a sus secuaces, que llegaron a otorgarle la consideración de profeta.
Condujo su hueste hasta un día de distancia de Zamora y en el camino se le juntaron tropas que acudían a la guerra, de Toledo, Talavera, Guadalajara, Santovenia y de sus respectivos territorios, que caminaban hasta incorporarse a su ejército.
Y sucedió que le envidiaron sus compañeros primates y jefes más notables de la tribu de Nafza, se arrepintieron de haberle seguido y temían que les arrebatasen el mando de la tribu. Con reserva comunicaron sus temores a sus amigos de confianza, y se pusieron de acuerdo para seguir tratando como amigo al pretendiente y no darle golpe hasta que se presentara la ocasión.
Cuando se reunieron con él todos los contingentes que le iban siguiendo, no se dejó ver durante algunos días. Todos lo llevaron mal. Salió entonces montando un caballo blanco, vestido de blanco, tocado de blanco turbante y ceñida la espada con un tahalí blanco. Los verdaderos soldados reprobaron la torpeza del pretendido Majdi por su patente ligereza y falta de reflexión.
Luego se puso en marcha con sus tropas y acampó a orillas del Duero, el grande, en la ribera contigua al país de los musulmanes, ante las puertas de la ciudad de Zamora. Desde allí envió una carta en términos ásperos a Adefonso y a todos los cristianos que con él estaban reunidos, invitándolos a abrazar el islamismo y advirtiéndoles que de no aceptar su intimación se prepararan a sufrir el suplicio de la muerte. Dio orden a su mensajero que les exigiera pronta contestación. Cuando el mensajero leyó y les tradujo la carta, rugieron en cólera, y sin perder instante se dirigieron al lugar donde acampaba el ejército muslim.

Con su acompañamiento avanzó el rey Adefonso desde la ciudad de Zamora hasta llegar al río grande, su caballería inició el ataque, los musulmanes sostuvieron lucha con ella en el lecho del río y allí se desarrolló la primera fase de la batalla durante todo el día. Al siguiente combate, Adefonso y los suyos fueron derrotados, volvieron la espalda al enemigo, matando a unos y haciendo prisioneros a otros, obligándoles a cruzar el valle de Ardoin, difícil por la estrechez de sus senderos. Los musulmanes les hicieron experimentar en él la más vergonzosa muerte, y le atravesaron persiguiéndolos en su rápida huida hacia Zamora.
Cuando los prohombres de Nafza vieron el favor que Alá había dado al pretendiente dijeron: “Si este hombre que da cima a esta gran victoria, regresa a nuestros dominios no estaremos tranquilos en nuestro país, sino que por su causa tendremos que salir de allí” Entre ellos se avisaron y se volvieron al sitio donde había sido la batalla. A los musulmanes que se encontraban les decían que habían sido batidos y que el enemigo venía a su alcance. Las gentes cogieron miedo y la mayor parte del ejército retrocedió. Sabedores de esto, los politeistas los persiguieron hasta empujarlos al valle, causándoles una gran matanza. Llegaron hasta el Duero, y el enemigo los ahuyentó y los combatió.
Durante aquella noche muchos musulmanes abandonaron el campamento y huyeron. A la mañana del día segundo volvió el ataque enemigo. Llegada la noche el enemigo pernoctó cerca de los musulmanes sin ausentarse como la noche antes. Los cristianos pusieron cerco al campamento musulmán. En este estado pasaron la noche los cristianos, bloqueándoles, vigilándolos y estrechando el cerco. Amanecido el tercer día, Adefonso y sus gentes atacaron otra vez a los muslines y entonces, el pretendiente, convencido de que no había salvación, se armó de valor, espoleó a su corcel, se lanzó contra los enemigos y se batió hasta morir.

El enemigo se apoderó entonces del campamento musulmán. La cabeza del pretendiente Ben Alqit fue llevada al rey Adefonso, quien mandó que fuera fijada sobre la puerta de Zamora”.
El historiador Ben Hayyan nos introduce en un mundo de intrigas y desconfianzas. Se aprecian con claridad los delirios místicos del Majdí, la ambición de “el Guarnicionero” y la traición de los notables de Nafza. Lo narra con total verismo de forma que, las estrategias y los planes de los personajes conforman un episodio lleno de contenido histórico.

José Carlos Sacristán