
En tiempos de Alfonso III como rey de Asturias la economía era muy cerrada, se basaba en la explotación de la tierra sin apenas comercio. La invasión musulmana aceleró este proceso, los reductos cristianos no tuvieron otro recurso que explotar la ganadería y la agricultura de sus valles y montañas.
La moneda desapareció lentamente y no se acuñó moneda nueva, se tomó como modelo el sueldo de plata franco, y sobre todo se estableció un sistema de equivalencias entre productos que se intercambiaban según el trueque primitivo.

La agricultura se practicaba según los métodos empleados en la antigüedad: rotación bienal o trienal. El primero consistía en la división del campo en dos partes, una de ellas quedaba en barbecho y en la otra se cultivaba un cereal en otoño; el segundo método dividía el campo en tres partes, en una se sembraba el cereal en otoño —trigo o centeno—, en otra, se sembraba cereal en primavera— cebada o avena—, y la tercera se dejaba en barbecho. La agricultura era totalmente autárquica. Cada comarca tenía que producir casi todo lo que consumía y la ganadería completaba la economía astur-leonesa.
Las incursiones musulmanas obligaban a intensificar la producción de los bienes que se podían llevar a los refugios, tales como el ganado. Los árboles y sembrados quedaban a merced del invasor. Al norte de la cordillera Cantábrica predominó el ganado vacuno, y al sur, los rebaños de ovejas en régimen de trashumancia. En general, los campesinos complementaban su economía con la cría de animales domésticos en corrales, como cerdos, gallinas, patos, conejos y los que empleaban para labrar el campo: bueyes y vacas, caballos, mulas y asnos.

La sociedad viene a ser una continuación de la visigoda. Había nobles y plebeyos, ricos y pobres, libres y siervos. Los grupos aristocráticos estaban formados por los que tenían el poder económico, que esta época era la posesión de la tierra. Recibían del rey, en pago a sus servicios, donaciones de tierras. La nobleza tenía una misión primordial: el servicio de las armas. El rey no tenía medios para dotar a los ejércitos de armamento, luego a quienes eran capaces de abastecerse por su cuenta, el rey les recompensaba con tierras y honores. No tardaron en aparecer distintas categorías de nobleza: la superior (condes y magnates) y la inferior (infanzones y caballeros). Los segundos se acogían a la protección de los primeros y en compensación a su lealtad obtenían beneficios del señor al que protegían.
Junto a la nobleza, los eclesiásticos compartían el poder económico. Los obispos y abades participaban en las tareas de gobierno, cuando eran requeridos por el monarca. El marcado carácter religioso que tuvo la Reconquista elevó el ascenso del estamento eclesiástico, y los reyes procuraron contar con sus miembros. Aun así, la principal función del clero fue la defensa de los débiles, el fomento de la cultura y la atención espiritual de los fieles.

Por debajo de los grupos sociales anteriores, había un grupo importante de hombres libres. Esta clase de población había ido en detrimento dentro de Europa, pero en el reino astur aumentó, el campesinado libre creció: la necesidad de repoblar grandes extensiones dio facilidad a la actividad colonizadora.

Junto a los campesinos libres había otros que carecían de libertad, fueron los siervos y los colonos adscritos a la tierra que cultivaban. Su condición se consideraba permanente e incluso hereditaria. Las antiguas leyes romanas que determinaban que el esclavo era una cosa susceptible de venta, seguían vigentes y eran aplicadas con rigor cuando se trataba de infieles capturados en la guerra. La Iglesia luchó en gran medida en contra de la pervivencia de este sector deprimido y con frecuencia los siervos eran manumitidos.

Crónica de Alfonso III
Alfonso III fomentó las actividades literarias y artísticas y siguiendo el ejemplo del rey casto, Alfonso II, impulsó las empresas culturales. Restauró la tradición historiográfica española, interrumpida por la invasión musulmana, redactándose tres textos: La Crónica Albeldense, la Crónica Profética y la Crónica de Alfonso III —escrita por él mismo— que narran el primer ciclo de la Reconquista. De esta manera, la historia oficial, que se acabó en el Toledo del rey Wamba, revivió con Alfonso III cuando el reino de Asturias ya tenía un siglo y medio de existencia.

Alfonso III procuró embellecer la corte: construyó palacios e iglesias, levantó fortificaciones, reunió una selecta biblioteca y fomentó las celebraciones religiosas. Del arte de la época nos quedan construcciones como la Fuente de Foncalada en Oviedo, la Iglesia de Santo Adriano de Tuñón y el templo de Valdediós, consagrado en 893 con la presencia de siete obispos.

José Carlos Sacristán