
Ataifor fatimí
La situación política del norte de África cambia con la llegada, a principios del X, de los fatimíes. Fueron contrarios a los sunnitas y a los jachiríes, defendiendo con vehemencia la revelación islámica a través de los herederos legítimos de Mahoma. Por este motivo, los fatimíes entran en conflicto con los omeyas de al-Andalus.
Para consolidar el control de las zonas afectadas por el peligro magrebí, Abdarramhán III consigue dominar Algeciras y fomenta la construcción de atarazanas y de navíos para mejorar la vigilancia del litoral. Gracias a pactos puntuales con jefes norteafricanos, como los Zanata, consigue controlar una parte del territorio marroquí, que le surte de mercenarios y le asegura el tránsito del oro transahariano.
Sin embargo, los problemas internos como las sediciones eran constantes, hacen que Abdarramhán III no consolide su dominio. Aun con estos fracasos consigue ocupar Melilla en 927, y en 931 consigue la rendición de Ceuta con el apoyo de la población. De esta manera consiguió dominar las dos orillas del mar y reforzar su autoridad en el “Magrib”.

Los idrisíes, fundadores después de uno de los primeros estados de Marruecos, y los fatimíes, ofrecieron resistencia a esta primacía, pero Abdarramhán III, en 936 consiguió reforzarla con las victorias en la región de Nakur, Rasgun y Yarawa; más tarde las tropas omeyas conquistarán, en 951, la importante plaza de Tánger. Pero no todo fueron alegrías para el soberano, en 955, los fatimíes atacaron Almería, destruyeron gran parte de la flota andalusí y consiguieron un rico botín. La respuesta del califa no se hizo esperar atacando ciertas poblaciones norteñas y ordenando la fortificación de Ceuta. Llegó incluso a proponer una alianza con el emperador de Bizancio. Se centró en el mantenimiento de Ceuta y Tánger y, para consolidar el dominio marítimo a ambos la dos del estrecho, ordenó la fortificación de Tarifa en 960.

La actividad diplomática de Abdarramhán III no se circunscribió al Magreb, sino que es extendió al norte peninsular, a zonas de la región franca y a otras de Bizancio. Con los francos estableció un acuerdo en 940 que lo firmaron el rey de Italia, Hugo de Arlés y la condesa Richilde de Narbona, junto con el califa cordobés y el conde Suñer de Barcelona. La intención fue la de conseguir del soberano omeya un salvoconducto que les permitiese comerciar por el Mediterráneo occidental.
La aparición de los fatimíes, enemigos de Bizancio, hizo que se potenciasen las relaciones entre Córdoba y Constantinopla. Precisamente de aquí, provienen alguno de los materiales que Abdarramhán III empleó para hacer la ciudad-palacio de Madinat al-Zahra, cuyos salones se emplearon para la recepción de embajadores y delegaciones extranjeras. La sorpresa que tenían los forasteros era mayúscula ante la cantidad de lujo y ostentación de la corte omeya. El califa empleó todo este aparato para amedrentar e impresionar a los que acudían a solicitar acuerdos de paz, una tregua o relaciones de amistad.

Abdarramhán III también tuvo relación con Otón I. En 950 llegó a Córdoba el monje Juan, abad del monasterio de Gorze, situado en Lorena, como embajador del rey germano. El objeto de la visita fue la de entregar una carta de protesta por las incursiones de piratería que estaban haciendo naves musulmanas en las islas Baleares y Fraxinetum (ciudad cercana a la actual Saint-Tropez). El califa encontró insultante la misiva y ordenó retener al monje durante tres años en Córdoba, hasta que la normalidad se restableció.

José Carlos Sacristán
