Pierre-Antoine, conde Dupont de l’Étang, general de Napoleón, como buen francés, lograba que su vanidad fuese por delante de su gloria. Su participación en diferentes campañas militares y su éxito le fueron reconocidos por Napoleón, considerándole uno de sus mejores generales. Hasta que fue designado por el Emperador para conquistar Andalucía y liberar el ejército francés sitiado por los ingleses en Gibraltar. Sin embargo, menospreciando el valor de los españoles, no solamente no conquistó Cádiz, sino que, sus águilas imperiales saqueadoras de Córdoba, fueron aplastadas por el general Francisco Javier Castaños en Bailén, el 19 de julio de 1808, capitulando ante el ejército español y siendo capturados más de quince mil prisioneros. Dupont expió amargamente el primer desastre de las tropas del Emperador; culpado por Napoleón del cataclismo, execrado por su rendición incondicional, fue encarcelado a su llegada a Francia junto a otros generales vencidos y sus causas se sometieron al dictamen de una Comisión especial, nombrada al efecto. En virtud del dictamen de la Comisión, Dupont fue privado de todos sus grados, títulos y condecoraciones; borrado su nombre del anuario de la Legión de Honor, se le prohibió el uso del uniforme militar, el empleo de su título de conde, se le confiscaron todas sus pensiones y se le recluyó en prisión. Aunque esas penurias no fueron nada comparadas con las de sus más de nueve mil soldados derrotados y hechos prisioneros por el ejército español.
En el Mediterráneo, formando parte del archipiélago de las islas Baleares, se encuentra un pequeño islote de unos dieciséis kilómetros cuadrados llamado Cabrera, o isla de las Cabras. Cuenta la leyenda que el general cartaginés Aníbal Barca nació en uno de los islotes que la circundan: Conejera.
También se narraba que en la Edad Media existía en Cabrera un monasterio, clausurado porque sus monjes “… han sometido sus vidas a diversos crímenes, que manifiestan que, más que servir a Dios, luchan y lo decimos llorando, a favor del antiguo enemigo” (san Gregorio Magno, Epístola XIII, 47). Los posibles restos del cenobio fueron hallados en 2004. En la actualidad, el pequeño archipiélago, es parque natural protegido y prácticamente deshabitado, salvo por los contabilizados visitantes que precisan de permiso especial para acceder a su costa y mar, así como enclave favorito del rey emérito Juan Carlos. Sin embargo, a principios del siglo XIX, no fue precisamente un paraíso para los soldados franceses del engreído Dupont, muerto sin su ambicionado bastón de mariscal.
Después de una penosa travesía desde las costas andaluzas hasta la isla, llegaron a su desembarcadero escasamente nueve mil prisioneros, dejando atrás centenares de muertos por hambre o enfermedad. Unas abruptas costas y una lejanía de las otras islas convertían Cabrera en una Papillón ideal para mantener, casi sin vigilancia, ese islote convertido en jaula.
El repetido mal estado del mar impedía el suministro de víveres por semanas, incumpliendo su palabra los ingleses, guardianes de los franceses, de proveer cada cuatro días a los habitantes de la isla. Incluso, desesperados, intentaron los prisioneros asaltar la embarcación que transportaba los suministros para apropiarse de ella y salir de su encarcelamiento. El fracaso trajo consigo el que durante cerca de tres meses ninguna barca se ofreciese para aprovisionar a los famélicos soldados franceses, los cuales, desesperados, enfermos, hambrientos, acudían a todo bicho viviente que recorriese las rocas y a la escasa vegetación de la isla. Los intentos de conseguir algún producto del mar no siempre resultaban ni exitosos ni suficiente. Las disputas entre ellos, las desavenencias y los ataques de locura provocaron actos de canibalismo y antropofagia.
Las esperanzas de intercambio con prisioneros españoles o ingleses se iban desvaneciendo con el trascurso del tiempo. En 1810, de cada cuatro prisioneros llegados, dos habían fallecido por alguna causa, mientras Francia aguardaba la llegada de un rey Borbón, libertador del general Dupont, castigado por capitular en Bailén y despreocupado completamente de sus hombres, famélicos, enfermos y enloquecidos en Cabrera. Será en 1814 cuando, derrotado definitivamente Napoleón en Waterloo, llegue la entronización de Luis XVIII, quién auspicia no solo la devolución de la libertad y honores al General Dupont, sino la liberación de los escasos prisioneros supervivientes del calvario soportado en Cabrera. Su entrada en París fue tan silenciosa como sonora la ignorancia por la cual trascurrieron sus casi cinco años de forzosa estancia en el actual paraíso. Quedaron atrás los criaderos de ratas, las semillas de coles, las hierbas venenosas, los calores ardientes y las tempestades impetuosas para los tres mil supervivientes que llegaron a su tierra con el san benito de ser todavía leales al derrotado Emperador y traidores al rey Borbón.
Seguramente, si hoy alguien pregunta en algún rincón de Francia qué sucedió en Cabrera, la respuesta no incluirá ninguna referencia a los miles de compatriotas que, abandonados por Dupont y su Emperador, dejaron sus huesos entre las escarpadas pendientes de la una isla mediterránea, rodeada de una maravillosa fauna marina en unas aguas cristalinas, trasparentes.
Francisco Gilet
Fuentes:
- Episodios Nacionales. B. P. Galdós.
- Bailén 1.808, el águila derrotada. Francisco Vela.
- Los franceses en Cabrera. Pellisier y Phelipieau (1990). Aucadena.