LA VIDA EN LAS NAVES MANCAS[1]
Hace unos días escuché, de un comunicador de la radio, aseverar que “zafarrancho” era, en la Armada, el sinónimo de batalla o combate, que es un evidente error de interpretación.
Entiendo que debe ser difícil, incluso para los eruditos, asimilar el lenguaje marinero (a veces traspuesto al habla militar o vulgar, con ciertos cambios de significado), sin poder imaginar la vida en una embarcación de madera.
La intención de estas líneas es tratar de hacer ver cómo debía ser la vida en un galeón de los siglos XVI-XVII.
El galeón era una embarcación diseñada y utilizada para la navegación oceánica, con el viento como única propulsión (nave manca). Cubría tanto la función de buque mercante, como la de buque de guerra, con dotaciones y armamentos diferentes para una función u otra, y también dependientes de la circunstancia de navegar en solitario, como parte de una flota militar, o navegar “en conserva”[2]como mercante.
¿Cómo era la vida en estas embarcaciones? Veamos, como ejemplo, el galeón San José, noticia estos días, propaganda del gobierno de Colombia por recuperar sus tesoros.
Este galeón se hundió en 1708, tras una explosión, en combate con una flota corsaria inglesa, en las proximidades de Cartagena de Indias. Su tripulación estaba compuesta por casi 600 hombres.
De ellos, lo normal era que menos de 200 fueran hombres de mar (la dotación marinera, más los artilleros). Del resto, un pequeño grupo de funcionarios que aprovechaban el transporte de América a la península, quizás algunos pasajeros, y una mayoría de hombres de guerra (soldados y mandos de Infantería de Marina).
Este galeón era una construcción toda de madera, cuyo casco sobresalía del agua más de dos metros, y con unos aparejos altos para aprovechar el viento, que era su elemento de propulsión. Para que el viento no lo volcara, necesitaba, en su zona más baja, una buena cantidad de lastre (piedras y lingotes de metales pesados, a veces cañones). Las juntas de la tablazón de su casco y de las cubiertas, rellenas de pez u otras substancias que mantenían el casco estanco. Toda la embarcación era un material peligrosamente combustible.
600 hombres en un buque de menos de 40 m de eslora, una manga de casi 12 m y un puntal de 5,5 m[i]. A ese espacio había que restarle también las cubiertas, los ocupados por los palos y aparejos, la artillería (municiones y pólvoras incluidos), los víveres, los toneles con el agua potable, la leña para la cocina, los repuestos de velas y cabuyería, taller de carpintería, una pequeña fragua, las armas portátiles (que debían estar guardadas y controladas), los equipajes de toda la dotación, los animales de granja vivos, los instrumentos de cada una de las profesiones que se desarrollaban abordo, los catres y camastros, etc.
No es aventurado entender que no era espacio lo que sobraba a estas personas.
El Capitán era la máxima autoridad. El Piloto era el responsable de establecer la situación del buque y los rumbos a llevar para llegar a destino; le solía acompañar algún otro piloto o aprendiz. El Maestre dirigía la maniobra marinera para mantener los rumbos fijados por el Piloto: le asistía el Contramaestre en el manejo de la marinería. Los grumetes (jóvenes aprendices de marineros) eran dirigidos por un capataz, haciendo tareas de menor responsabilidad. El Condestable era el responsable de la artillería y de él dependían los artilleros. El Escribano anotaba todo lo que entraba y salía de la nave y cómo se iban gastando los víveres; era también el notario. El Alguacil era el guardián de la ley y de la seguridad general del buque, con especial atención al control de los fuegos encendidos. Había, además, oficiales de maestranza (carpintero, calafate, herrero, tonelero), y barbero, cirujano, despensero, etc. En algunos buques iba, además, un capellán (celebraba, navegando, misa seca[3] para evitar que se pudiera derramar el cáliz).
Los hombres de guerra, agrupados en escuadras de unos 25 soldados con un cabo de escuadra al frente. Cada tres o cuatro escuadras formaban una compañía al mando de un capitán. Las compañías estaban subordinadas al Capitán de Guerra, máxima autoridad militar tras el Capitán del galeón.
El último escalón de la tripulación eran los pajes (niños que, por su tamaño, eran fundamentalmente utilizados para moverse en espacios angostos) que cubrían, cada uno según de quien dependía, funciones como llamar a los que iban a entrar de guardia, cantar las horas y girar las ampolletas de reloj de arena que marcaban el paso del tiempo, transportar munición, pólvoras, trapos y baldes para los artilleros, y asistir a los mandos de la tropa.
La vida a bordo. Cada conjunto de medios requeridos por los diferentes cargos y estatus de la tripulación era muy diferente. Ello se reflejaba en la identificación de los espacios, instrumentos, equipaje, dotación, etc. en la palabra “rancho”. Por ejemplo, el rancho del Capitán estaba formado por su alojamiento, (cámara o camarote), todo su equipo y ajuar (que solía estar dentro o muy próximo a su alojamiento), y su despensa (colocada generalmente en otra parte, a la que solo tenía acceso su asistente). El rancho del cirujano, que solía alojar lejos de la enfermería (situada normalmente en cubierta muy baja), estaba también formado por su lugar de descanso y esa enfermería con todos sus instrumentos y medicamentos. Cada estatus conformaba, de algún modo, un rancho. Si se incluía en la dotación alguien extraño al buque y su función, un pasajero bien dispuesto a pagar el viaje, o un funcionario con suficiente estatus, se le podía permitir tener un “rancho aparte”.
Era evidente que, para tener todo ese material en condiciones de ser utilizado cuando fuera necesario, la organización y aprovechamiento de los espacios debía ser muy meticulosa. Las precauciones y medidas de seguridad que evitaran el acceso de los no autorizados a esos materiales, habrían de ser extremas.
Las cocinas se montaban en cubierta, al abrigo de los vientos, y con las medidas necesarias para evitar la propagación de los fuegos,
A la intemperie, a ambos costados, en la popa, unas estructuras diáfanas, generalmente rodeadas de plantas vegetales que dificultaban observar a sus usuarios, servían de letrinas para los oficiales (estos espacios eran denominados “jardines”). Los demás utilizaban unas estructuras semejantes, llamadas beques, situadas a proa, bajo el lanzamiento del bauprés[4] (los galeones navegaban generalmente con vientos de popa o muy traseros).
El Capitán alojaba a la altura de la cubierta principal, en el espacio más a popa. Del suyo en adelante y en el castillo de popa, alojamiento del Piloto (pendiente del rumbo que marcaba la aguja[5]), y según el estatus, los otros oficiales. La marinería, los artilleros y los soldados, cuidando no estuvieran mezclados, de popa a proa (según rango y antigüedad) bajo cubierta. Todas las subdivisiones necesarias para evitar roces entre individuos de categorías, niveles y funciones muy dispares, se efectuaban con paneles de madera ligeros y desmontables.
La marinería funcionaba a dos guardias de seis horas (de seis a doce, y de doce a seis). Se servían comidas, en dos turnos, antes y después del cambio de guardia. Para la comida (mediodía) y la cena (seis de la tarde) estaban encendidas las cocinas si las condiciones meteorológicas lo permitían. En ambos casos (cuando era posible), se armaban unas mesas en las que Brcomía un rancho de marineros y grumetes (aproximadamente 10) controlados por un “cabo de rancho”; un grumete se encargaba de recoger, en cocina, el caldero del rancho (por eso tal palabra pasó a significar también la comida diaria). A las doce de la noche todavía se podía servir algo caliente a los que entraban de guardia. Los alimentos de las 6 de la mañana, siempre fríos.
El Capitán y los oficiales (igual que los pasajeros), consumían sus propios víveres (dependiendo de su capacidad económica), que elaboraban sus asistentes, aunque las cocinas eran de funcionamiento único. La rutina referente a los fuegos era tan rígida que llegó a haber disposiciones para fumar, solo en pipa, con tapa en la cazoleta, en puntos determinados de cubierta, y con medidas contra incendios establecidas.
A partir de la seis de la tarde, se podían montar los “coys”[6] y acostarse los salientes de guardia. A las seis de la mañana, con el cambio de guardia, tenía lugar el “zafarrancho de coys”: se desmontaban todos los coys, se enrollaban con la colchoneta, y se colocaban en unas estibas en la borda de cubierta (batayolas, los coys se convertían en protección contra dardos y disparos de arcabuz).
En esas condiciones tan próximas al hacinamiento, sin medios de calefacción ni de refrigeración, las condiciones climáticas y meteorológicas no hacían fácil la vida. Además, la rutina de un marinero era muy diferente de la de los artilleros y ambas poco comparables con la de los hombres de guerra. Todas ellas, salvo en cambios bruscos de viento o en situaciones de peligro, no eran de trabajo muy exigente. Era, pues, necesario, para evitar conflictos, establecer, para todos los tripulantes en función de sus capacidades, tareas que ocuparan su tiempo. Los juegos de azar, para evitar conflictos, estaban prohibidos.
Otra característica de la vida abordo era la degradación de la calidad y cantidad de los víveres según se alargaba la navegación (Mientras las flotas salían y llegaban a Sevilla, la parada en las islas Canarias era obligatoria para poder reabastecerse de víveres, agua y leña, antes de partir hacia las Indias). Es significativo hacer notar que los marinos españoles solo sufrían escorbuto cuando los víveres se había consumido, porque la utilización del pimentón en la conserva de las carnes lo prevenía. Y la dieta de los oficiales tenía un aporte extra de vitamina C con el consumo de dulce de membrillo, postre casi exclusivo en el mar.
En unas condiciones de vida y convivencia tan duras, era imprescindible el establecimiento de una disciplina terriblemente rígida.
El galeón al entrar en combate. Contaba con: artillería de grueso calibre que, (por su peso y empacho) se situaba en la cubierta más próxima a la linea de flotación y generalmente del combés[7] hacia proa); la artillería de medio calibre solía estar situada una cubierta por encima, del combés a popa (ambas baterías lugar de alojamiento de la dotación), y las piezas más ligeras podían estar fijas en zonas no a la intemperie, o se instalaban al exterior solo al prever la entrada en combate.
Los hombres de guerra se situaban según el alcance de sus armamentos: los saeteros, mosqueteros o arcabuceros en las cofas[8] de los palos, y en otros lugares altos; los piqueros tras las bordas para impedir los abordajes (los piratas siempre trataban de hacerse con el buque, y todo lo que contenía). Para mantener ese despliegue y alimentarlo de municiones, pólvora, etc., era necesario dejar las cubiertas desembarazadas de todo lo que pudiera impedir la logística necesaria, también había que extender arena por los suelos para evitar que la sangre que se derramara en el combate los hiciera resbaladizos. En la cubierta superior, además, por encima de las cabezas, era preciso tender redes que soportaran la caída de restos de aparejos (provocados por los impactos de los proyectiles enemigos) para proteger a sus combatientes.
Es evidente que la preparación del galeón para el combate, requería mucho tiempo. Lo bueno es que, en los encuentros entre enemigos en la mar, en ese tiempo y a las velocidades de esas naves, se disponía de tiempo sobrado para preparar el buque. Y eso tenía lugar cuando el Capitán ordenaba se declarara el “Zafarrancho de Combate”.
Creo que es fácil entender ahora que “zafarrancho” es una palabra compuesta por el verbo “zafar”(desembarazar,despejar) y el sustantivo “rancho”. Y significa que hay que desmontar o deshacer los ranchos que estorben o impidan la labor a llevar a cabo, y con este objeto, era usual declarar el “zafarrancho de limpiezas”, general, o de una cubierta concreta. Un zafarrancho muy celebrado era, al encontrarse con una tromba de agua, disponer las velas para recoger gran parte del agua que estaba cayendo. Era gran motivo de regocijo aprovechar, pasada la tromba, para darse un buen fregado con agua dulce. ¡Había quien hasta podía utilizar jabón!
Juan Manuel Acero
LEYENDA
[1]Nave manca: embarcación que, por su tamaño y aparejo, solo puede navegar impulsada por el viento.
[2]Navegar en conserva: formar parte de un convoy.
[3]Misa seca: rito completo de la misa, sin consagración.
[4]Bauprés: primer mástil, muestra una gran inclinación hacia adelante.
[5]Aguja: brújula con una rosa de los vientos, colocada en una caja de madera con suspensiones que la mantienen horizontal sea cual sea la escora de la embarcación.
[6]Coy: rectángulo de lona con cordajes en sus extremos para, colgado de dos ganchos, y con una delgada colchoneta, servir de cama abordo.
[7]Combés: espacio central en la eslora de una embarcación.
[8]Cofa:
meseta horizontal en el cuello de un palo
[i] William Gomez Pretel. La verdadera carga del San José. Intellecta (Universidad del Norte.Colombia) dic. 2018.