En la historia de España podemos encontrar de todo, no solo conquistadores o héroes. También hay escritores y no únicamente en el Siglo de Oro. Enrique Jardiel Poncela es uno de estos ejemplos. Nacido en Madrid en 1901, vivió una de las épocas más convulsas de España. Fruto de un matrimonio donde el padre, Enrique Jardiel Agustín, era matemático, latinista y periodista y la madre, Marcelina Poncela Ontoria, era pintora naturalista y una de las primeras mujeres que entraron en los estudios de Bellas Artes en Madrid en 1884.
Su madre, a pesar de su formación y aficiones, no era de las que dejaban seguir las inclinaciones de sus hijos y siempre fue una férrea controladora de la educación e inclinaciones de Enrique. Este empezó destacando como dibujante, pero rápidamente se decantó hacia la dramaturgia.
Su obra fue un precedente en el teatro del absurdo que triunfó durante las décadas de 1940, 1950 y 1960. Alejándose del humor tradicional, se acercó a otro más intelectual. Sus diálogos y personajes podían ser inverosímiles e ilógicos, pero siempre eran inteligentes y amenos, ya fueran aristócratas o del pueblo llano. Rompió con el naturalismo tradicional que llenaba las salas de teatro a principios del siglo XX con una ironía que podía herir a algunos sentimientos sensibles y abrían toda una serie de posibilidades cómicas que muchas veces fueron incomprendidas por algunos sectores del público y de la crítica.
Después de unos comienzos llenos de dificultades económicas, consiguió finalmente un éxito de crítica y ventas con su novela “Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?” en 1930. Después estrenó, también con éxito en Valencia la comedia “Usted tiene ojos de mujer fatal” en 1932, viajó a Hollywood, bajo la Fox para versionar en castellano algunas de sus películas y a Paris, también bajo contrato con la Fox, para colaborar en los estudios Billancourt. En 1936, cuando estalló nuestra guerra civil, era un renombrado escritor y residía en Madrid.
El 16 de agosto, fue detenido y llevado a una checa (local que utilizaban los milicianos de izquierda como cárceles sin ningún tipo de garantía legal). El motivo fue una denuncia anónima, acusándolo de haber ayudado al ex ministro de la Segunda República Rafael Salazar Alonso, cuyo único delito era no comulgar con las ideas de los milicianos. Se le incautó su vehículo y tuvo suerte que Rafael Salazar fue encontrado en otro domicilio, y asesinado, con lo que se demostró su inocencia. Sin embargo el acoso no terminó ahí y culminó con la profanación de la tumba de su madre en 1937. Estos hechos le llevaron a apoyar la causa franquista y abandonar España, trasladándose a Argentina para volver en 1938 a la España nacional.
Finalizada la contienda, su fama se afianzó. Su capacidad creativa fue enorme, volcado en el teatro “Eloísa está debajo de un almendro”, en mayo de 1940, “El amor sólo dura 2.000 metros”, “Los ladrones somos gente honrada” y “Madre (el drama padre)”, en 1941; “Es peligroso asomarse al exterior” y “Los habitantes de la casa deshabitada”, en 1942, y “Blanca por fuera y Rosa por dentro”, “Las siete vidas del gato” y “A las seis en la esquina del bulevar”, en 1943. Enrique estaba en el punto mas alto de su carrera y entonces le llegó la larga mano de la República.
En 1944, inició una gira por América Latina. Se trataba de una serie encadenada de representaciones de sus obras en los mejores teatros de Argentina y Uruguay. Los exiliados republicanos no podían soportar que una España agotada por una larga guerra civil y en contra de la propaganda izquierdista que afirmaba que España era un erial cultural, pudiera crear un producto tan avanzado para su época. Se produjeron una serie de altercados encadenados en cada sesión, o lo que hoy el partido político de Podemos calificaría de escraches democráticos, y la gira tuvo que suspenderse. El consiguiente fracaso económico, junto al fallecimiento de su padre ese mismo año, que le sumió en una crisis personal, fue el comienzo de su decadencia económica y personal.
La izquierda, tan amante de las libertades, no le perdonó jamás que un escritor de prestigio apoyara la causa de Franco, sin entender que no era tanto por méritos de éste, como por los errores de aquellos. Hoy en día deberíamos aprender de aquellos eventos.
A pesar de que siguió escribiendo, su salud se resintió y jamás llegó a recuperarse económicamente. Un cáncer de laringe acabó con su vida el 18 de febrero de 1952 a los 50 años de edad. En su nicho figura como epitafio una frase suya: «Si buscáis los máximos elogios, moríos.»
Manuel de Francisco Fabre