Francisco Javier Balmis Berenguer, es conocido fundamentalmente como impulsor de la organización y puesta en práctica del envio a América y Filipinas de la vacuna contra la viruela. Hazaña que se inició en 1803 y finalizó en 1810. Fue todo un hito en la lucha contra las epidemias, que no ha tenido el suficiente reconocimiento mundial. Pero no queremos hablar de “La Expedicion Balmis”, sino de otro hecho que es todavía menos conocido de su trayectoria vital. Hay una planta medicinal que lleva su nombre, la Begonia Balmisiana. Veamos el motivo.
Balmis nació en Alicante, hijo y nieto de profesionales de la medicina y siguió la tradición familiar, estudiando medicina en el Hospital Militar del Rey durante cinco años hasta conseguir el título de cirujano. Siempre como cirujano participó en diversas acciones militares en el Mediterránea hasta que fue enviado a América. Ahí permaneció durante diez años, en los cuales no solo practicó la medicina sino que le dio tiempo a estudiar y graduarse en Artes por la Universidad de México en 1787. Durante este periodo, abandonó el ejército y se dedicó a viajar por el virreinato y se a estudiar las plantas autóctonas y los remedios tradicionales de los indígenas. Y ahí fue cuando se produjo la sorpresa.
Era contemporáneo suyo un curandero conocido como “El Beato”, cuya especialidad era el tratamiento de las enfermedades venéreas y su producto estrella un brebaje hecho a base de una infusión en la que entraban múltiples compuestos, entre ellos el agave y la begonia. En principio, Balmis era refractario a este tipo de historias. Su espíritu era fruto del Racionalismo y la Ilustración y no creía en este tipo de tratamientos, sobre todo cuando iban acompañados de letanías y procedimientos teatrales, pero después de un estudio profundo, descubrió que había algo de verdad en todo aquello.
Aprovechando que se encontraba bajo su supervisión la sala de enfermedades venéreas en el Hospital de San Andrés, inició una serie de experiencias que le llevaron a descubrir que realmente bajo toda la parafernalia con que se adornaba el tratamiento del curandero criollo Nicolás Viana, apodado «el Beato», habían dos elementos que eran fundamentales. El ágave o pita y la begonia.
En 1792 vuelve a España y en su equipaje logra introducir nada menos que una tonelada de agave y 300 kilos de begonia. Consigue el permiso real para hacer experiencias en tres hospitales dependientes de la Corte y que una comisión supervise los resultados. Como era de esperar, problemas, hubieron. Uno de los componentes de la comisión, se empeñó en atacar a Balmis, acusándolo de medico mediocre y charlatán. Balmis se defendió aportando los datos estadísticos de sus ensayos clínicos, que fueron nada menos que 53. Difundió una monografía en el cual tras aportar todos los datos afirma con amargura “Yo vine a España no como los charlatanes y los curanderos que, vendiendo sus drogas, han sacrificado a los pueblos para llenarse los bolsillos, sino como un profesor instruido en la materia, deseoso de procurar el bien público y de cumplir la misión importante que se le dio para ser útil al rey, a la patria y a la salud de los hombres, y siempre en menoscabo de mis intereses, de mi tranquilidad y de mi bienestar”.
Balmis no tenía ni idea de que la mayor parte de las enfermedades venéreas son provocadas por bacterias y que el mejor tratamiento es la penicilina. Todo ello se descubrió mas de cien años más tarde, pero lo que sí es cierto es que las propiedades antiinflamatorias sí que ayudan en cualquier proceso infeccioso, en todo caso los estudios de Balmis tuvieron mucha resonancia fuera de España y el mismo Papa ordenó que el tratamiento con begonia se aplicara en los hospitales bajo su jurisdicción.
Balmis obtuvo un reconocimiento internacional y le valió un prestigio que le fue muy útil cuando propuso su proyecto para llevar la vacuna de la viruela a América.
En todo caso esto ocurrió mas tarde y creo que vale la pena de recordar, cada vez que admiramos las bonitas flores de las begonias, que su nombre científico es Begonia Balmisiana, en honor a Francisco Javier Balmis, que supo ver, no solo su belleza, sino también sus propiedades medicinales.
Manuel de Francisco Fabre
Francisco Javier Balmis – Wikipedia, la enciclopedia libre
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