LAS CONQUISTAS DE MALLORCA (I)

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Entre los años 1229 y 1231 el rey Jaime I de Aragón, llamado el Conquistador, logró la conquista de la isla de Mallorca para los reinos cristianos. La ciudad de Madîna Mayûrqa (actual Palma de Mallorca) cayó en diciembre del primer año, pero debido a la resistencia musulmana en las montañas se tuvo que esperar dos años más para que fuese definitiva. El desembarco de las tropas cristianas había sido pactado con un cacique local en la bahía de Pollensa, sin embargo, los fuertes vientos de mistral obligaron a Jaime I a desviarse hacia la parte sur de la isla, por lo que finalmente se llevó a cabo durante la medianoche del 10 de septiembre de 1229, en la costa de la actual localidad turística de Santa Ponsa, núcleo de población del término municipal de Calviá.​

En el Llibre del Repartiment se puede ver el reparto del territorio que hizo el rey Jaime I, tras la conquista entre los nobles que le acompañaron en la campaña. ​ Posteriormente, adjudicó también la conquista de Ibiza, la cual finalizó en 1235, mientras que Menorca le rendía vasallaje desde 1231.​ Estando el monarca ya asentado en la isla creó el Reino de Mallorca, el cual pasó a ser independiente de la Corona de Aragón por las disposiciones de su testamento,​ hasta la posterior conquista por parte de Pedro IV, junto al paréntesis de dominio aragonés durante el reinado de Jaime II de Mallorca.

La conquista resultó en un importante baño de sangre, dado que a los conquistadores, en caso de que los moros sobreviviesen, no les interesaba que quedasen muchos en la isla, ya que podrían amotinarse y hacer pactos para rebelarse contra ellos y recibir refuerzos desde África.​ Al parecer, confiaban en una rápida repoblación de Mallorca desde la península. Los musulmanes que sobrevivieron fueron vendidos como esclavos en mercados continentales, y solo una pequeña parte de ellos quedaron esclavizados para servir en las tareas de reconstrucción.

La esclavitud en la isla de Mallorca se remonta a tiempos inmemoriales. Durante el siglo I antes de Cristo, luego de la conquista de la isla llevada a cabo por el general romano Quinto Cecilio Metelo fue necesaria una importante mano de obra esclava para llevar a cabo la romanización del archipiélago balear, proceso que en Mallorca ocurrió con mayor celeridad que en las islas vecinas dada la intensidad de migración y la influencia ejercida por las nuevas ciudades romanas. Al igual que en la península ibérica con su historia esclavista, consistió en una práctica habitual durante la Edad Media y los primeros registros sobre actividad esclavista en Mallorca se remontan a la cultura talayótica, época en la que se estima que, junto a Ibiza, consistió en una importante zona desde donde los piratas púnicos o romanos proporcionaban esclavos a los traficantes.​ Sin embargo, durante la época musulmana, cuando la isla era llamada Mayurqa, no constituyó un centro importante de tráfico de esclavos.

La convivencia se llevó a cabo con una muy reducida población mudéjar, una numerosísima población musulmana autóctona esclavizada y una numerosa población judía que acompañaba a los repobladores. Esta última bajo un estatuto oficial que los protegía para que llevasen a cabo sus actividades con total libertad, además de la concesión de autonomía fiscal. La situación geográfica de la isla le permitió un intenso comercio a gran escala, convirtiéndose en punto de encuentro de mercaderes procedentes de varias zonas costeras del Mediterráneo: Perpiñán, Magreb, Génova, Granada, Cataluña y Valencia, donde un conglomerado formado por judíos, cristianos y musulmanes transportaban y vendían toda clase de mercancías.

Más que por sus propias mercancías, la isla era valorada como punto de tránsito hacia el mundo musulmán, tierra de oportunidades para los mercaderes, por lo que comercialmente nunca pudo ser realmente independiente, ya que su economía estaba fuertemente vinculada al tráfico internacional.​ En la Lonja llegó a realizarse un activo mercado de contratación vigilado por el Consulado del Mar, que velaba por el respeto a la legalidad vigente en todas las transacciones comerciales.

Sin embargo, la conquista de Jaime I (1229-1231) no fue ni la primera, ni la única vez en que se intentó o produjo la conquista de Mallorca. Podemos citar, además, la romana (123 a. C), la islámica (903), la frustrada campaña pisano-catalana (1114), la toma austracista (27 septiembre 1706), la toma borbónica (2 de julio 1715) o el frustrado desembarco republicano (agosto-septiembre 1936).  

En 707 Mallorca ya había sufrido un primer desembarco y saqueo por parte del hijo mayor de Musa ibn Nusair, gobernador del Califato Omeya en el norte de África, y no fue hasta 903 cuando fue conquistada por Issam al-Khawlaní, gobernante del mismo califato que aprovechó la desestabilización de la población isleña, provocada por las incursiones normandas que se habían llevado a cabo con anterioridad. Tras esta conquista, la ciudad de Palma, todavía con vestigios del paso del Imperio romano, pasó a depender del emirato de Córdoba en al-Ándalus. Este último gobernador, la reconstruyó y bautizó como Madîna Mayûrqa. Desde entonces, Mallorca experimentó un notable crecimiento que propició que las Baleares musulmanas se convirtieran en un refugio para los piratas sarracenos, además de servir de punto de apoyo para los berberiscos que solían atacar a los barcos cristianos del Mediterráneo occidental, dificultando los intercambios comerciales entre los distintos centros de comercio de la zona: Pisa, Génova, Barcelona o Marsella.​ Las principales fuentes de financiación de los isleños se basaba en los botines obtenidos por las razias contra los territorios cristianos, el control del comercio naval y los tributos que las comunidades agrícolas de Mallorca pagaban al emir.

Dentro de este contexto de comercio y piratería, el conde de Barcelona Ramón Berenguer III junto a otros nobles, como el vizconde de Narbona y el conde de Montpellier, organizó en 1114 una expedición de represalia contra la isla, junto a nobles pisanos y de otras ciudades provenzales e italianas.​ El objetivo de esta misión consistía en arrebatarles Mallorca a los musulmanes e impedir el ataque y entorpecimiento a los convoyes y naves de los comerciantes cristianos.

Sin embargo, tras un largo asedio que duró ocho meses, Berenguer tuvo que partir hacia sus tierras debido a que una ofensiva almorávide amenazaba Barcelona, dejando así al mando a los genoveses, quienes terminaron cediéndola a los musulmanes y huyendo con todo el botín capturado. A pesar de todo, esta expedición sirvió para sentar las bases del futuro poderío naval catalán y para fortalecer los contactos comerciales en el Mediterráneo. En Pisa todavía se conservan algunos restos que se transportaron desde Mayurqa.

También se conserva una narración de la expedición en un documento pisano llamado Liber maiolichinus, en el que se llama a Ramón Berenguer III con los apelativos «Dux Catalensis» o «Catalanensis» y «catalanicus heros», mientras que sus súbditos son denominados «Christicolas Catalanensis».

Tras la retirada de las tropas del Conde de Barcelona, Mallorca quedó de nuevo en poder musulmán bajo el control de la familia almorávide Banû Gâniya, quienes debido a la reunificación almohade y al avance cristiano crearon un nuevo estado independiente en las Baleares. La destrucción de las islas provocó que el califa almorávide enviara a un pariente suyo a gobernarlas. Este nuevo gobernador dio origen a una dinastía; los Banu Ganiya, que desde su capital en Madina Mayurqa intentaron reconquistar el imperio almorávide. El rey Alfonso II, con ayuda de naves sicilianas, organizó una nueva expedición y volvió a intentar la conquista de la isla, pero no tuvo éxito.

Cuando los Ganiya se asentaron en Mallorca, ya existían en la medina templos, posadas y baños que había construido el anterior valí, al-Khawlaní, por lo que la ciudad contaba con tres recintos amurallados y alrededor de unas 48 mezquitas repartidas entre todo el territorio insular.​ Antes de la conquista cristiana los isleños conocían los ingenios de las fuerzas tradicionales, pues por todo el territorio insular se localizaban molinos de viento e hidráulicos que eran utilizados para moler harina y extraer agua del subsuelo y durante este periodo se desarrolló una rica agricultura de regadío; se construyeron fuentes, acequias y canales. Las tierras estaban divididas en alquerías y explotadas por clanes familiares de forma colectiva.

Finalmente, en 1203, una flota almohade que partió de Denia abatió tras una dura lucha a los Ganiya,​ el último bastión almorávide del período de al-Ándalus, incorporando a Mallorca a sus dominios.​ Desde entonces, estuvo gobernada por distintos valíes que eran designados desde Marrakech, hasta que en 1208 se designó a Abû Yahya como gobernador de ella,​ quien creó un principado semi independiente, con solo una sumisión formal al emir almohade.

Durante el año 1212, los musulmanes resultaron vencidos en la batalla de Las Navas de Tolosa, hecho que propició el consecuente declive almohade y permitió al reino aragonés la creación de un programa para reafirmar su poderío.​ Sin embargo, dicha expansión proyectada en un principio hacia el norte, fue truncada tan solo un año después, durante los sucesos de la batalla de Muret, donde el padre de Jaime I, Pedro II de Aragón falleció en combate, por lo que para poder ampliar sus dominios, mejorar las posibilidades económicas y canalizar el empuje de la nobleza hacia el exterior, se proyectó la expansión hacia el sur y hacia el Mediterráneo. Aunque la necesidad de emprender la conquista contra el islam de Mallorca se había proclamado en las cortes de Tortosa de 1225, cuya iniciativa comenzó con el fracasado asedio a Peñíscola,​ al no contar con el apoyo aragonés, Jaime I tuvo que afrontar en 1227 una nueva revuelta que quedó sofocada gracias a la intervención de Poncio de Torrella, por entonces obispo de la comarca de Tortosa.​ De todos modos, el retraso hasta 1229 para comenzar la invasión no fue solo por los intereses de estas últimas potencias, sino porque los verdaderos interesados carecían de las fuerzas necesarias para llevarla a cabo y consolidarla.

En el mes de noviembre 1226 dos naves catalanas que se dirigían a comerciar con Ceuta y Bugía fueron saqueadas  y capturadas en Ibiza.​ Cuando Jaime I envío a un representante a solicitar en su nombre que sus naves fuesen restituidas, el valí musulmán, desdeñosamente y haciendo caso omiso a la reclamación, preguntó: «que quién era el rey que las solicitaba», por lo que cuando el enviado volvió y relató lo sucedido, Jaime juró no abandonar hasta conseguir «asir al moro por las barbas»,​ declaración que por la época se consideraba muy humillante. La conquista de las Baleares era la preferida por los comerciantes catalanes y provenzales, ya que los mercaderes mallorquines competían con aquellos, además de que, por entonces, las islas eran refugio de piratas y punto de apoyo a los corsarios berberiscos que dificultaban el comercio con el norte de África y con el resto del Mediterráneo, por lo que la toma de las Baleares no representaba solo un ataque de represalia por los perjuicios causados a los mercaderes, sino que representaba el inicio de una expansión planeada para obtener el monopolio comercial con Siria y Alejandría y potenciar así los intercambios comerciales con Italia y con el resto del Mediterráneo. Tras el éxito obtenido en Mallorca Jaime I decidió que estaba listo para conquistar también el reino de Valencia, el cual capituló tras la batalla del Puig en 1237.

Buena parte de la conquista de la isla fue planeada y ejecutada por los templarios, prueba de ello son la donación del castillo, el barrio judío, más de la tercera parte de la ciudad y la concesión de un puerto exclusivo en la misma para la Orden.​ No obstante, cabe destacar que, lejos de ser mero instrumento de los nobles, la autoridad del joven rey supo sobre imponerse a algunas directrices que sirvieron para compensar ciertos agravios nobiliarios, pudiendo afirmarse que dicha Orden era la mejor tropa que Jaime I poseía en todo su reino. En principio la operación se presentó solo para súbditos de la corona, pero al producirse la empresa como cruzada y estar amparada por una bula papal, quedó posteriormente abierta para cuantos quisiesen participar, llegando incluso a incorporarse colectivos particulares y judíos.​ Este último colectivo minoritario, que llegaron a ser conocidos como chuetas (un grupo social de la isla, descendientes de una parte de los judíos mallorquines conversos al cristianismo) y su importancia radicó cualitativamente, ya que consistieron en parte de la actividad industrial, comercial y científica de la corona.

Los nobles catalanes le concedieron su apoyo al rey, así como ayuda económica y militar, mediante el aporte de un número determinado de caballeros y uno indeterminado de peones. A cambio, recibirían una parte de las tierras conquistadas proporcional al apoyo prestado para la conquista. Amparado por la bula papal que en 1095 había concedido el papa Urbano II al abuelo de Jaime, Pedro I de Aragón, el papa Gregorio IX despachó el 13 de febrero de 1229 dos documentos en los cuales facultaba su legado para expedir indulgencias en las tierras aragonesas a los que organizasen mesnadas hostiles contra los musulmanes. Llegado el día de Santa María de agosto, acudieron junto al rey todos los barones y caballeros de Cataluña a Tarragona y Salou llevando consigo todos los aparejos y, antes de partir, el rey, junto a los nobles y su comitiva, asistieron a una misa celebrada por Berenguer de Palou en la catedral de Tarragona, en la que también recibieron la comunión, mientras que el ejército, comulgó en una capilla que se había levantado en el puerto a tal efecto.

Jaime Mascaró Munar

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