España siempre ha creado grandes hombres y mujeres que han considerado que todo cuanto baja por los Pirineos es mucho mejor que lo nacido en su suelo. Francisco de Goya y Lucientes, aragonés cuya vida transcurrió coetánea con la independencia de EE. UU:, con la Revolución Francesa, con el auge de Napoleón, con las Cortes de Cádiz o el regreso del absolutismo, superado el liberalismo, también creyó que los franceses del Emperador traerían la modernidad al pueblo español. Deseaba que dejase atrás las supersticiones, el atraso de siglos, y entrase en la modernidad surgida, según creencia, de la revolución que guillotinó a Luis XVI.
Sin embargo, el modelo racionalista al que aspiraba Goya se vio sustituido por el saqueador, violador, ladrón y criminal que imperaba entre las tropas francesas. Irrespetuosas, engreídas y violentas, en nada se asemejaban a un movimiento ilustrado y modernizante. Y así, nada extraño resulta el levantamiento del pueblo español contra el ejército invasor. Levantamiento que tuvo como respuesta los fusilamientos del 2 de mayo en la montaña del Príncipe Pío, reflejados por el pintor aragonés, después de salir la noche del siguiente 3 a comprobar in situ el resultado de los fusilamientos. La estructura de la dramática escena nos muestra al grupo de verdugos franceses, sin rostro visible, aprestando las bocas de su rifles hacia un grupo de españoles que se enfrentan a la próxima muerte con distintas actitudes, unos con desafío o resignación, los más horror y todos un horrendo y comprensible miedo..
No obstante, las escenas que Goya plasmó en sus más de ochenta grabados y en el lienzo «Los fusilamientos del 3 de mayo», no fueron sino una continuación de lo acontecido en la ciudad de Burgos en 18 de abril de 1808. La capital, ocupada por los franceses en un número más que considerable, 14.000 soldados, atendida la escasa población burgalesa de aquellos tiempos, vivía la arrogancia, los desmanes, lo saqueos de unas tropas que, se decía, representaban la libertad, la fraternidad y la igualdad. Sin embargo, los ciudadanos de Burgos no estaban en absoluto conformes ni con los modos ni con las formas de aquellos hombres que se adueñaron de la ciudad con toda clase de desmanes. Tanto es así que el General Bessières, recomendaba a sus oficiales, que solían cenar en el barrio de la Colación, se abstuviesen de retarse a espada con los burgaleses, pues, aunque aquellos bizarros gabachos dominaban el arte de la esgrima, los castellanos no dudaban en emplear, en caso de desventaja, una daga que solían portar atravesada al cinto en la espalda y que utilizada hábilmente con la mano izquierda, les servia bien para parar los golpes o para clavarla en el costado de su agresor. Unos agresores que habían convertido su ocupación en un ultraje continuo a los burgaleses, convertidos en simples siervos de los franceses, vencedores, en aquel momento, en todas las lides europeas.
Ese 18 de abril, Fernando VII, tenía previsto llegar a Burgos para mantener una entrevista con Napoleón, sin embargo, este no se presentó, provocando que el Deseado, prosiguiese su andadura en su búsqueda. Al mismo tiempo que sucedía el desaire, se tuvo noticias de que un correo que traía noticias para Burgos había sido asaltado por las tropas francesas, siendo maltratado junto con varios labradores que trasportaban bagaje militar, todo ello por órdenes del general René Savary. Tales hechos encendieron los ánimos de la población burgalesa, especialmente los artesanos, que, sin dudarlo se dirigieron a casa del Intendente Corregidor, Marqués de la Granja, el cual se refugió en el Palacio Arzobispal, junto a la Catedral, en donde la Guardia Francesa podría protegerle. Mientras el pueblo gritaba contra el invasor, fue designada una comisión para parlamentar con las fuerzas francesas y el Intendente. El Marqués se negó, y un grupo de ciudadanos, al penetrar en palacio fue recibido con una descarga de los Coraceros franceses, quedando tendidos en la escalinata aquellos primeros héroes que se atrevieron a enfrentarse a la soldadesca invasora. Hoy, una lápida, colocada justo enfrente de donde sucedió la masacre, recuerda sus nombres;
Al pueblo burgalés
Que antes que ninguno de
España se alzó contra los
franceses invasores
en esta plaza donde murieron por
la Patria, Manuel de la Torre,
Nicolás Gutiérrez y Tomás Gredilla
el 18 de abril de 1808
El ayuntamiento de burgos 1937
Todavía cabría añadir el de José Aspetegui que resultó herido, falleciendo tres días después.
Ahí queda el recuerdo, junto con lo acontecido el 13 de noviembre de 1814, en cuyo día se celebraba en la ciudad el retorno de Fernando VII, iniciándose los actos, en presencia del Rey, con las palabras de un lacayo de la Real Hacienda, pregonando al pueblo congregado entre otras muchas palabras, las siguientes;
“… / …Ya queda significado que los leales burgaleses fueron los primeros que en 18 de Abril de 1808, declarándose abiertamente contra las tropas del Tirano apoderadas de Burgos… / …con su heroísmo declararon la guerra que después la Nación ha terminado con tanta gloria… / …vuestra sangre según la hermosa expresión de Tertuliano ha sido la semilla que con los sangrientos triunfos de que fuisteis primicias, ha restituido a Fernando VII al Trono… / … “
Como colofón, dado es celebrar y honrar a los héroes de la montaña madrileña, espléndidamente recogidos en los lienzos de Goya, pero también es de justicia recordar a los intrépidos burgaleses que se enfrentaron a las tropas gabachas, las cuales trocaron la esperanza de modernidad de algunos españoles, los afrancesados, por el saqueo, latrocinio, violación y tiranía.
Francisco Gilet.
Bibliografía
Borreguero Beltrán, Cristina. Burgos en la Guerra de la Independencia: enclave estratégico y ciudad expoliada.
Castrillejo Ibáñez, Félix. Burgos en la Guerra de la Independencia y el reinado de Fernando VII.
García de Quevedo, Eloy. Las víctimas burgalesas de la Guerra de la Independencia. Conmemoración gloriosa