CURIOSIDADES DE LOS TERCIOS: EL ARMAMENTO

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Pavía, 25 de febrero de 1525

(…) Y allegado yo (Alonso Pita da Veiga) por el lado izquierdo le tomé la manopla y la banda de brocado con quatro cruces de tela de plata y en medio el cruçifixo de la veracruz que fue de carlomanno y por el lado derecho llegó luego Joanes de Orbieta y le tomó del braço derecho y Diego de Ávila le tomó el estoque y la manopla derecha y le matamos el caballo y nos apeamos Joanes e yo y allegó entonces Juan de Sandobal y dixo a diego de ávila que se apease e yo le dixe que donde ellos e yo estábamos no eran menester otro alguno y preguntamos por el marqués de pescara para se lo entregar y estando el Rey en tierra caydo so el caballo le alçamos la vista y él dixo que era el Rey que no le matásemos

(JORNADA DE PAVÍA Y PRISIÓN DEL REY DE FRANCIA». España. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo Histórico de la Nobleza, OSUNA, C. 2993).

Aunque ya ha pasado un día, en el campo de batalla todavía se percibe lo violento que resultó el combate entre el ejército francés del rey Francisco I y las tropas germano-españolas del emperador Carlos V. Balas, arcabuces y espadas siembran de hierro el Parque Visconti. Impresionado por lo que vio ayer, el fraile dominico Juan de Oznaya, paje de lanza del marqués del Vasto, pasea por el lugar exacto donde el mismísimo rey Francisco fue hecho prisionero. Todavía huele a pólvora y a muerte, lo que le inspira para escribir unas letras con las que poder consagrar lo sucedido:

Fue tanta la furia que los enemigos no pudieron dar dos pasos adelante, sino que como en un cañaveral con gran viento, así parecía el caer de las picas. En medio cuarto de hora no se viera coselete en la vanguardia de los enemigos: que todos habían caído, y tal coselete se halló con cinco arcabuzazos en el peto, y otros con cuatro y con tres y con dos.

          Anda el paje un poco más y allí se cruza con el arcabucero Martín García Cereceda, quien le da una visión más amplia de los hechos:

Yendo el escuadrón de los alemanes contra un escuadrón de los esguízaros […] y mostrando los españoles de ir contra de los otros escuadrones, con mucha astucia vuelven sobre la mano siniestra y fieren por un costado del escuadrón de los esguízaros, de manera que muy fácilmente los pudieron romper a ellos y a los otros escuadrones que con ellos vinieron a afrontar.

          Sigue andando Oznaya cuando de repente tropieza con un arcabuz. Es un arma recia, de cuatro palmos y medios de vara española, aligerado por delante y reforzado de cámara con el cañón desprendiendo todavía olor a pólvora. Un gran arma, piensa el dominico. El arma de los tercios.

LAR ARMAS DE LOS TERCIOS

El gran maestre de campo Sancho de Londoño escribió Discurso sobre la forma de reducir la disciplina militar a mejor y más antiguo estado, donde se recogen las armas empleadas por los tercios a lo largo de su historia, así como su manejo.

En las ordenanzas de 1497 los infantes se dividieron según el tipo de armamento que portaban: una tercera parte eran piqueros, otra escudados y una tercera de espingarderos y ballesteros. Fue el Gran Capitán quien introdujo el uso del arcabuz, siendo innecesarios los escudados.

Los alemanes y esguízaros siempre las traen muy largas, y por eso han tenido las más de sus victorias, que no puede haber mayor ventaja que es ofender sin poder ser ofendido (Sancho de Londoño).

Las picas debían tener una longitud de 26 o 27 palmos de vara española y nunca menos de 25 (es decir, 5 metros y medio), la altura de tres hombres y un peso de unos 5 kilos. El material ideal para el asta era el fresno vizcaíno, por su gran flexibilidad y resistencia, mientras que la punta de lanza o moharra solía ser de hierro y podía adoptar distintas formas: prisma, hoja de olivo o de laurel. También existían picas más cortas, de 20 palmos, poco más de 4 metros.

Los soldados han de ir tan juntos que entre uno y otro no podrá pasar persona alguna, y las picas para hacer la ejecución que pueden, se han de llevar arrimadas a los pechos sobre lo más alto de los estómagos, cargadas desde la mano izquierda al codo del mismo brazo, que se ha de llevar arrimado al estómago, de manera que la mano pase hasta en par de la coyuntura del hombro derecho, o poco menos, la mano derecha retirada todo lo que se pudiere, teniendo a puño cerrado la pica, dejando hacia el cuento, parte que contrapese, y aligere a la que estando así armado pasare desde el codo izquierdo al hierro, y al tiempo de herir, afirmando el pie izquierdo delante, llegando con toda la furia posible la mano derecha a la izquierda, por la cual ha de correr la pica, y al mismo tiempo juntando el pie derecho al izquierdo, saldrá lo más grueso de la pica del codo izquierdo adelante, con cuyo vaivén, y el del cuerpo, y la fuerza del brazo derecho se hará grandísimo golpe (Sancho de Londoño).

Durante las marchas las picas se llevaban siempre sobre el hombro derecho, excepto la hilera del costado izquierdo de la formación que se las colocaban sobre ese lado y cuando los soldados hacían un alto se quedaban en posición vertical.

Durante el combate contra la caballería las picas se situaban en un ángulo de 45º, anclando con el pie el extremo del asta y sujetándola con la mano izquierda, mientras que la derecha descansaba en la empuñadura de la espada, presta a desenvainarla. Si el enemigo era de infantería se colocaban paralelas al suelo y se agarraban con la izquierda, a la altura del estómago, mientras que la derecha la empuñaba frente a la cadera. Para herir, se adelantaba el arma, avanzando al tiempo el pie izquierdo, seguido por el derecho.

Para Londoño una compañía de piqueros debía tener 300 unidades, de los cuales la mitad debían ser coseletes: ciento cincuenta cumplidos, es a saber, petos, espaldares, escarcelas, brazales, guardabrazos, manoplas, celadas, sin permitirles dejar pieza alguna. También debía haber 40 piqueros desarmados, solo con celadas, que se situaban en el centro de los escuadrones guarnecidos por los coseletes y sin mezclarse con ellos,

Los conviene enviar con arcabuceros expeditos, por donde no pueda ir caballería ni llegarían a tiempo coseletes.

La alabarda era un arma de asta empleada por sargentos y algunos cabos, junto con los alabarderos que formaban en las compañías de arcabuceros para su defensa.

Solía medir entre 2 y 2 metros y medio y contaba en su extremo con una cuchilla de algo más de un palmo que tenía en un lado de su base una especie de hacha.

Los alabarderos sustituían a los piqueros convencionales en los terrenos más quebrados o arbolados.

El capitán solía portar una jineta, que era del tamaño de una lanza y contaba con una punta o moharra con forma de gota puntiaguda y con filo. Tenía un cruceta en la base de la moharra cuya finalidad era evitar que ésta se insertase demasiado en el cuerpo del adversario y dificultase así su uso. Era cargada por el paje de jineta que acompañaba al capitán.

ESPONTÓN

Arma muy similar a la jineta, aunque su filo solía ser distinto, y era arma de oficiales.

Tipo de alabarda más modesta, sin adornos y solo contaba con una punta de lanza al final del asta y una especie de media luna metálica que hacía de tope. Era empleado normalmente por los cabos.

CORESCA

Muy similar a la partesana pero con una punta más fina y unos topes más prolongados que hacían que parecieran un tridente.

CHUZO

Un arma similar a la pica, pero de menor tamaño y de moharra sencilla. Era de empleo común entre los tercios embarcados, aunque también se vieron en los campos de batalla.

Las espadas de todos en la guerra no deben ser más largas de cuanto con facilidad se puedan desenvainar trayéndolas ceñidas sobre lo alto del muslo, con una cinta por debajo de él. (Sancho de Londoño).

Se solía llevar a la altura de la cintura, en una especie de funda de cuero o sujeta mediante correas, y su longitud podía no solía exceder del metro, ya que ante todo era un arma defensiva, salvo espadas más grandes especiales para duelos. Su peso rondaba los dos kilos.

La espada de los soldados de los tercios contaba con una hoja larga y delgada, con doble filo y acabada en punta. La empuñadura solía disponer de una cazoleta, una pieza de metal que protegía la mano que blandía el arma.

También estaba el tipo de espada conocida como ropera, que presentaba una guarnición de lazo.

La hoja de la espada de los soldados de los tercios se conseguía amartillando las láminas de acero, que le proporcionaba flexibilidad, colocadas sobre una varilla de hierro, que era el material que evitaba su rompimiento. Las espadas vizcaínas y sobre todo las toledanas alcanzarían una gran reputación.

          Las espadas tuvieron gran importancia en las encamisadas, como la realizada por Julián Romero el 11 de septiembre de 1572, remitiendo a las espadas la pólvora de los arcabuces.

Es cierto género de estratagema de los que de noche han de acometer a sus enemigos y tomarlos de rebato, que sobre las armas se ponen las camisas, porque con la oscuridad de la noche no se confundan los contrarios. (Covarrubias).

La espada resultaba más eficaz en campo abierto, durante las persecuciones, de ahí que se dijera de ella que es la que de ordinario da el último corte en las batallas.

La destreza en el manejo de la espada será vital, al igual que la agilidad para moverse y esquivar los ataques del adversario.

Como se trataba siempre de tropas escogidas, participar en una encamisada se consideraba de mucha honra entre españoles, y a menudo pugnaban unos con otros por ser de la partida, teniendo a muy agria ofensa verse fuera de ella. Las reglas eran estrictas, y por lo común se ejecutaban disciplinadamente para ahorrar vidas propias en la confusión de la noche (El Sol de Breda, Arturo Pérez-Reverte).

La daga era un arma blanca que medía aproximadamente un tercio de una espada, rematada en forma de punta y casi siempre con filo.

Se baten espada en mano, no retroceden jamás; paran el golpe con el puñal que llevan siempre y cuando hacen con él el gesto de tirar al cuerpo debéis desconfiar de la cuchillada; y cuando os amenazan con la cuchillada , debéis creer que quieren alcanzaros el cuerpo[…] Son temibles con la espada en la mano a causa de sus puñales. He visto varias veces a tres o cuatro españoles hacer huir a varios extranjeros y echarlos por delante de ellos como a un rebaño de corderos (comentario de un soldado francés)

Las dagas tenían a veces dos hojas cerca de la punta, y a veces incluso tres o cuatro filos. Solía ser de hoja lisa o con un canalillo central, para que corriera la sangre. Los jefes militares solían llevarla al lado derecho o cruzada sobre la pretina, una cinta con hebilla, pero el soldado prefería llevarla sujeta al cinturón en la espalda, a la altura de los riñones, de manera que pudiera sacarse fácilmente con la mano izquierda.

La daga servía también para rematar a los enemigos gravemente heridos, por lo que recibía el nombre coloquial de quitapenas o de misericordia.

La suma de sus guerras era puesta en las mechas encendidas de sus arcabuceros españoles y que en lo más arduo de sus dificultades y combates, aunque sólo se viese rodeado de cuatro o cinco mil se consideraba por completo invencible, y arriesgaba, únicamente sobre el valor de ellos, su persona y su imperio y todos sus bienes. (Carlos V)

Según Londoño los arcabuceros debían ser la tercera parte de cualquiera bien regulada compañía y los arcabuces «deberían ser de una munición o pelota, porque a necesidad puedan los unos servirse de las pelotas de los otros, y por lo menos debe pesar cada pelota tres partes de una onza, y ser el cañón de cuatro palmos y medios de vara española (aproximadamente metro y medio), aligerado por delante y reforzado de cámara.

El arcabuz pesaba cerca de 4 kilos y medio y solía componerse de un cañón  de cuatro palmos y medio de vara que se montaba sobre un soporte de madera de un metro, aligerado hacia la boca de fuego y reforzado en la parte de la recámara, llamado caja. El cañón tenía un sencillo mecanismo de disparo, con una varilla de hierro en forma de S llamada Serpentín, donde se alojaba la mecha que, prendida, encendía la pólvora del arcabuz entrando el fuego a través de un orificio llamado oído y prendiendo la pólvora introducida por la boca del cañón. Al apretar el gatillo, que hacía que la llave aplicara la mecha encendida a la cazoleta llena de pólvora, y al arder incendiaba la que el soldado había introducido antes en el cañón.

Su alcance rondaba los 50 metros, pero los españoles solían emplearlos a una distancia de entre 15 y 20 metros. El arcabuz se adaptaba perfectamente a las características que se atribuían a los españoles: era una arma idónea para hombres de no gran estatura, nervudos y ágiles y se utilizaba sobre todo en despliegues relativamente abiertos y en destacamentos, golpes de mano, sorpresas y emboscadas, lo que requería iniciativa individual. De hecho, había arcabuceros que para tirar se metían casi debajo de las picas enemigas.

La munición, balas de plomo, la fabricaban los propios arcabuceros con un molde para fundir. Se llevaba en una bolsa, aunque en combate el arcabucero acostumbraba a meterse un par de balas en la boca para cargar más deprisa, y disponía de 2 frascos, uno más grande para alimentar el cañón y el más pequeño para cebar la cazoleta.

Los arcabuceros solían llevar unos 12 saquetes o tubos con la cantidad exacta de pólvora para efectuar un disparo, llamados los doce apóstoles, que llevaban colgados de una bandolera. Más adelante este método fue cambiado por unos cartuchos hechos de papel con una base de pólvora sobre la que se depositaba la munición, ahorrando mucho tiempo.

Posteriormente se adoptarían los cartuchos, que contenían tanto la pólvora necesaria para un disparo como el proyectil, lo que permitió aumentar la rapidez del tiro. Lo habitual era cargar el arma con media onza de pólvora y medir con el segundo dedo de la mano derecha la longitud de la mecha que se ponía en el serpentín.

La falta de alcance del arcabuz hizo que a partir de 1560 se fuera introduciendo el mosquete en los ejércitos, siendo el duque de Alba quien ordenó que en cada compañía de los tercios la formasen 15 mosqueteros.

Al ser un arma más larga y pesada, los mosqueteros no usaban morrión para evitar cargar con tanto peso, por lo que usaban sombrero. También necesitaba para su uso de una horquilla que se fijaba al suelo y sobre la cual se apoyaba el mosquete a la hora de efectuar un disparo.

La longitud del cañón era de 6 palmos, la munición solía ser de 2 onzas y su alcance era de unos 200 metros, aunque su efectividad real era inferior.

Cargar el arma era un proceso largo, exigiendo hasta 44 movimientos distintos, según algunos manuales, complicado además por la presencia de la horquilla, que obligaba al soldado a manejar a la vez esta, el arma y la baqueta.

Era recomendable apuntar un tanto alto porque el proyectil salía con una velocidad relativamente baja y a los pocos metros empezaba a caer. Se tiraba con él apoyándolo en el hombro. Además, su cadencia de fuego era menor que el arcabuz, soliendo ser de un disparo por minuto, y a los 4 o 5 disparos seguidos era necesario enfriar el arma ya que corría el riesgo de sobrecalentamiento.

Con el tiempo las armas de fuego mejoraron. Se introdujo primero la llave de rueda y posteriormente la llave de chispa, dotándoles de mayor fiabilidad. La llave de chispa montaba un pedazo de pedernal y, al montarla, una vez accionado el disparador o gatillo, hacía chocar el pedernal con una pieza de metal, produciendo la chispa que encendía la pólvora y disparaba la munición.

 Esta sujetaba un trozo de pedernal, y se montaba simplemente moviéndola hacia atrás. al apretar el gatillo, la piedra tropezaba con una pieza de metal, el rastrillo, levantándola y produciendo al mismo tiempo una chispa que encendía la pólvora de la cazoleta, provocando el disparo. Era un método más barato y sencillo que la rueda, y más fiable que la mecha.

También se aligeró notablemente el peso del mosquete, hasta el punto de que se pudo prescindir de la horquilla, lo que hizo que acabara por sustituir al arcabuz. Además, se adoptaron los cartuchos previamente preparados. Todo ello se tradujo en un incremento sustancial de la eficacia de esta clase de armas, por ejemplo, aumentando casi tres veces la cadencia de tiro, y reduciendo a una tercera parte los fallos en el mecanismo de fuego.

Con la aparición de la llave de chispa mejoró la calidad del mosquete, aligerándose el peso.

PISTOLA

La pistola no tenía una medida estandarizada, era un arma puramente artesanal, aunque encontramos a mediados del siglo XVI tamaños que oscilan entre los 40 y los 60 centímetros de longitud. Al comienzo el mecanismo funcionaba con llave de rueda, mejorando ostensiblemente con la llave de chispa.

PROTECCIONES

*Morrión, un casco con forma de media almendra y alas horizontales en su base.

*Peto, para proteger el dorso, aunque dejaba la parte de la espalda al aire. Esto podía ser elección del propio soldado que prefería mayor ligereza en su equipo desprotegiendo las partes que eran menos susceptibles de ser atacadas. El peto termina en una pequeña “ala” que facilitaba los movimientos a la vez que desviaba los golpes que resbalaban por el torso hasta las piernas, que no siempre llevaban protección.

*Espaldar, para proteger la espalda. El oficial de los Tercios solía llevar peto y espaldar de calidad superior, que vestía con una celada borgoñona. Solía estar decorado con grabados al ácido.

*La gola. Ofrecía la protección del cuello.

*Guardabrazo.Cubría hombro, parte del pectoral y del brazo.

*Brazal. Protegía el antebrazo y parte del brazo.

*Guanteletes. Cubrían las manos.

*Escarcela. Protegía la zona de la cintura y los muslos.

Con el paso del tiempo se fueron eliminando piezas, hasta quedar únicamente el peto con su espaldar y el morrión, debido en parte al peso de la equipación, que a menudo superaban los 15 kilos, y el coste de las mismas, que podían llegar a superar los 10 escudos, una cifra considerable si tenemos en cuenta que un coselete cobraba una paga de 3 escudos, más 1 de ventaja al mes.

Ricardo Aller Hernández

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