El relato de la Reconquista, así como los hombre y mujeres que la conformaron, no solamente está llena de batallas, sino también de gestas que semejan imposibles contempladas desde la distancia temporal. Son las crónicas, como la de Alfonso III el Magno, las que han hecho llegar tales acontecimientos, conductas y proezas.
La Alfonsina cuando se refiere al rey Ramiro I, solamente alude a su guerra victoriosa en dos encuentros con el musulmán. No explica nada más, dejando en la penumbra un hecho recogido con gran detalle por el canónigo de la catedral de Santiago Pedro Marcio: la batalla de Clavijo y el sueño del mencionado rey asturiano. En un anterior artículo ya se hizo mención a la posible leyenda de dicha batalla que, según el canónigo, gozó de la presencia del mismísimo Santiago apóstol y su caballo blanco.
Si la aludida Crónica de Alfonso III, el Magno (866-910), es parca en detalles, la Crónica Albendense, no es más prolija. Se extiende en los saqueos de los vikingos, aunque también menciona la “vara de la justicia” en referencia al modus operandi de Ramiro I frente a los robos, asaltos o golpes de estado, como el que lideró un personaje un tanto desconocido en su orígenes, llamado Nepociano. Hallándose Ramiro fuera de la corte, el personaje se proclama rey con el apoyo de nobles vascones y astures. Ramiro I, con la ayuda de los nobles de Galicia, marcha hacia Oviedo con su ejército. Los apoyos de Nepociano, a la vista de las huestes reales, decayeron y el aspirante al trono huyó a cajas destempladas. Sin embargo, a orillas del Sella fue capturado por nobles partidarios de Ramiro, el cual, dictó sentencia inmediata y sin recato; le sacaron los ojos y lo encerraron en un convento. La “vara de la justicia” actuó de igual modo contra otro rebelde conspirador, el conde Aldroito.
No cabe duda de que el rey Ramiro I fue todo un personaje que dejó su impronta en gestas como la reseñada. Sin embargo, no son por ellas que le traemos a esta página. Si Alfonso II ya inició un renacimiento cultural adornando a Oviedo como capital de su reino, construyendo varias iglesias ― en la actualidad solamente podemos contemplar los restos de la de San Tirso ― y un palacio, o el panteón regio de la iglesia de Santa María, que acogerá los restos de su sucesor, fue este quién puso mayor empeño en la continuidad de la obra alfonsina.
Las construcciones ordenas por Ramiro I fueron levantadas en la ladera del monte Naranco, en las afueras de Oviedo, concretamente en Lillo. La Crónica de Alfonso III, alude a tal construcción, junto con otros edificios “de piedra y mármol, sin vigas, con obra de abovedado”, “tiene una bóveda apoyada en varios arcos, construida solamente con cal y piedra”. De las aludidas edificaciones, en la actualidad, podemos admirar dos, Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, el resto, palacios y villa, se han perdido en el tiempo. Sin embargo, los que se mantienen en pie nos demuestran que Ramiro I estableció un nuevo estilo, el arte ramirense, con las bóvedas de piedra toba y no con los soportes de madera.
Un estilo que también hallamos en la Iglesia de Santa Cristina de Lena, yendo hacia León, la ciudad repoblada por Ordoño I, hijo y sucesor de Ramiro.
El referido arte astur induce a pensar en el deseo de recuperar las glorias del reino visigodo toledano. A fin de cuentas, tales reyes eran sus sucesores directos. Llama la atención que sea un arte abovedado, resaltando el sillarejo, la mampostería, el arco de medio punto, la bóveda de cañón, reforzada mediante arcos fajones, sistema de contrafuertes como en San Miguel de Lillo. Es decir, merced a Alfonso II y a Ramiro I, nos hallamos ante monumentos del arte prerrománico, declarados en 1985 patrimonio de la Humanidad; Santa María el Naranco y San Miguel de Lillo.
En conclusión, la “vara de la justicia” nos ha dejado la sombra de Clavijo, un reino domesticado con dicha “vara” y maravillosos monumentos cuya belleza y singularidad han perdurado hasta nuestros días. Honor y gloria a Ramiro I.
Francisco Gilet